EL MUNDO › OPINION

El candidato inesperado

Por Atilio A. Boron

Hasta mediados del 2003 muchos pensaban que las elecciones presidenciales del 2004 serían un paseo para Bush. Ahora algunos pronostican que al hijo puede ocurrirle lo mismo que al padre y transformarse en una resonante derrota. A veces los poderosos se convierten en víctimas de sus propias mentiras, como las que decían que Saddam poseía armas de destrucción masiva o que Bagdad se había convertido en un santuario de Al-Qaida. O cuando los estrategas imperiales montaron dos cuidadosos shows propagandísticos: el derrumbe de la gigantesca estatua de Saddam Hussein y el valeroso “rescate” de una mujer alistada en las tropas norteamericanas y caída en las garras de los esbirros del difunto régimen. Bush terminó creyendo en esas patrañas y que una guerra publicitada con la tecnología de Hollywood le garantizaría la re-elección..
Pero la guerra de Irak se convirtió en una interminable pesadilla: el país está convulsionado y los cadáveres de soldados norteamericanos forman ya una lúgubre caravana que altera los nervios de los publicistas oficiales. En el frente interno la economía no se recupera, el desempleo crece, los pobres se empobrecen cada vez más mientras que los ricos prosperan como nunca. Ante un escenario tan poco promisorio lo único que llevaba cierta tranquilidad al entorno presidencial era la inexistencia de un candidato fuerte entre los demócratas. Pero apareció Kerry, un “tapado” que no figuraba en los conteos previos y que, precisamente como un síntoma del descrédito en que ha caído George W. Bush, se alzó con una impresionante seguidilla de victorias que lo catapultaron a la candidatura presidencial. Kerry cosechó tales logros por aparecer, ante los ojos de la opinión pública, como la antítesis de Bush. Si éste evadió cobardemente el reclutamiento para ir a Vietnam, aquél no sólo fue sino que se trajo de vuelta cuatro medallas por sus méritos en combate. Mientras el joven Bush se escondía, Kerry regresaba a su país y fundaba una agrupación llamada a ejercer gran influencia en el socavamiento del apoyo interno a la guerra de Vietnam: los Veteranos en contra de la Guerra. Ahora, cuando Bush glorifica la guerra desde su cómoda retaguardia, alguien que la libró de verdad y que arrojó sus cuatro medallas a los jardines de la Casa Blanca denuncia su inmoralidad.
Kerry tiene un record razonablemente progresista en las posturas que ha adoptado en sus dieciocho años como senador por Massachusetts. Claro está que lo anterior no puede dar lugar a ilusiones de ningún tipo. Tal como lo han señalado reiteradamente Noam Chomsky y Gore Vidal, en los Estados Unidos existe un régimen de partido único con dos facciones internas: los republicanos y los demócratas. Hay una sola fuerza política real: el partido del capital, que ha secuestrado el poder político y que gracias al financiamiento privado de las campañas hace y deshace a su antojo. Y si no puede imponer su candidato tiene recursos más que suficientes para hacer que luego la Casa Blanca actúe en consonancia con sus intereses fundamentales. Bien pronto Kerry tendrá que vérselas con él, porque para ganarle a Bush necesitará pagar muchas horas de publicidad televisiva y el dinero no se lo podrán dar los pobres y los necesitados (que además ni se molestan en votar, habida cuenta de todo lo anterior) sino los ricos que siguen precisando del permanente apoyo oficial para hacer sus negocios.
Kerry puede derrotar a Bush en las urnas. Sin embargo, un nuevo megaatentado terrorista, o la oportuna detención del antiguo amigo de la familia Bush, Osama Bin Laden, volvería a unificar a la población en torno de la desprestigiada figura presidencial. Pese a no haberse ocupado de América latina, Kerry tiene una virtud para nada desdeñable: siente un visceral desprecio por la mafia terrorista que controla a la comunidad cubana de Miami. Si llegara a triunfar podría ser el primer presidente norteamericano en mucho tiempo en condiciones de diseñar una política exterior para nuestros países con independencia del chantaje ejercido por aquélla, decretando la desaparición de figuras tan nefastas como Kirkpatrick, Reich, Noriega y otros que tanto daño hicieron a nuestra región. Esto sólo no alcanza, pero dadas las circunstancias sería un alentador comienzo.

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