EL MUNDO › TEST NACIONAL EN LA SEGUNDA RONDA DE LAS REGIONALES FRANCESAS
La ola rosa sumergió a la derecha
La izquierda plural, encabezada por los socialistas, gobernará en 21 de las 22 regiones de Francia, incluida París. Se abre un nuevo cuadro político con el auge de la izquierda y el descalabro de la alianza oficialista UMP-UDF, que ahora gobernará una región.
Por Eduardo Febbro
Página/12
en Francia
Desde París
La derecha que gobierna Francia desde mayo del 2002 fue ejecutada por las urnas al cabo de la segunda vuelta de las elecciones cantonales y regionales celebradas ayer. Con más del 50 por ciento de los votos y 21 de las 22 regiones de Francia metropolitana ganadas, la izquierda francesa confirmó más allá de las esperanzas y las especulaciones los votos expresados en la primera vuelta del domingo pasado. El gobierno del primer ministro Jean Pierre Raffarin sufrió un auténtico castigo electoral. De los 19 ministros del gobierno que se presentaron como candidatos, ninguno resultó electo. El rechazo a la política gubernamental y a lo que sus dirigentes representan es tal que incluso el ex presidente centrista Valéry Giscard D’Estaing perdió la región de Auvergne.
Los socialistas, los ecologistas y los comunistas realizaron un increíble retorno electoral al primer plano de la vida política. Dos años después de la doble derrota en las elecciones presidenciales y legislativas, la izquierda lloraba ayer de alegría. La concurrencia superó el 65 por ciento, revirtiendo la abstención creciente en los últimos 15 años. Las cifras muestran que la derrota de la derecha no es circunstancial sino global. Cualquiera sea la región, cualquiera sea el candidato que estaba en juego, los electores eligieron a los candidatos de la izquierda. Antes de la consulta, los conservadores detentaban 14 regiones. Hoy no les queda más que una, Alsacia, en el noreste del país. La debacle alcanzó incluso a la extrema derecha del partido Frente Nacional. Con un total nacional del 13 por ciento, el movimiento de Jean Marie Le Pen, representado esta vez por su hija, retrocedió con respecto a las elecciones precedentes (17 % en las presidenciales, 15 % en las regionales de 1998).
Ante a un panorama tan catastrófico, los dirigentes de la mayoría reconocieron sin rodeos la proporción de la caída. El ex premier liberal Alain Juppé, actual presidente del principal partido de derecha, UMP, señaló que “la mayoría gubernamental acaba de sufrir un fracaso grave. El pueblo francés quiso expresar un fuerte descontento y nosotros debemos oírlo”. Nada indica, sin embargo, que el jefe de gobierno tenga la intención de cambiar de rumbo. En la alocución que pronunció anoche, Raffarin no evocó la posibilidad de su renuncia e insistió en la necesidad de “continuar con las reformas” emprendidas bajo su mandato. El jefe de gobierno admitió que había cambios que “se imponían” y que la acción debía ser “más eficaz y más justa”. Afónico y emocionado, François Hollande, el primer secretario del Partido Socialista francés, habló de “pesada sanción” contra el gobierno y de “severo descrédito para el presidente de la República”. Por su parte, el ex premier socialista Laurent Fabius declaró que “de una forma muy clara la esperanza pasó a la izquierda”.
Ninguna de las alianzas pactadas entre los dos partidos de la derecha, la UMP y los centristas de la UDF, sirvió para evitar las múltiples derrotas. Técnicamente, la unión disciplinada de los ex miembros de la llamada “izquierda plural” (socialistas, ecologistas y comunistas) y el mantenimiento en 17 regiones de una lista de la extrema derecha complicaron la aritmética de las urnas a la actual mayoría.
Pero la profundidad del descontento nacional hacia la línea política gubernamental puede medirse en lo ocurrido en la principal región del país, Ile de Francia. Con 11 millones de habitantes y la capital de Francia en su territorio, Ile de France pasó a ser el objetivo prioritario del gobierno. Si su candidato, el portavoz del gobierno de Raffarin, François Copé, conseguía sacarle a la izquierda este feudo simbólico, la derecha contaba con un efecto dominó en las demás regiones y, sobre todo, con el valor emblemático del triunfo. Los esfuerzos fueron vanos. Pese a la intensa movilización del campo conservador, a la presencia constante del popular ministro de Interior, Nicolas Sarkozy, la izquierda conservó la región con más de 7 puntos de ventaja. Lo mismo ocurrió en Poitou Charentes, la región de Raffarin. La candidata socialista, Segolène Royal –a quien se le ha empezado a llamar “zapatera” en honor al futuro presidente socialista español, José Luis Rodríguez Zapatero–, aplastó a su rival de la derecha.
A lo largo de sus casi dos años de mandato, Raffarin abrió muchos corredores de confrontación con los sectores más pobres del país. La reforma del sistema de jubilaciones, las transformaciones en la educación nacional, el recorte drástico de los gastos ligados a la salud, la reforma parcial del fondo para el desempleo y, en el último mes, el encontronazo frontal con los intelectuales y los científicos lo pusieron en una posición delicada. Raffarin, que había empezado su mandato teorizando sobre los sufrimientos de “la Francia de abajo” en relación con la “Francia de arriba”, fue finalmente sancionado por esa Francia de abajo que pagó el tributo de las reformas liberales.
Los analistas señalaban anoche que los electores pusieron en tela de juicio la política económica y social del gobierno al tiempo que resucitaron a una izquierda que no pensaba recuperar tan pronto su legitimidad de fuerza opositora. François Hollande interpeló al gobierno para que renunciara a reducir las conquistas sociales, los derechos del trabajo y los servicios públicos. El dirigente socialista acusó al gobierno de haber “agravado las desigualdades sociales, acentuado las tensiones sociales y despreciado a los más débiles”.
Por el momento, la izquierda francesa sólo ha recuperado la confianza perdida de las urnas. Todavía le falta un líder nacional capaz de llevarla al poder presidencial y un programa de gobierno. El juego político está ahora en manos del presidente Jacques Chirac. Es él quien decidirá en las próximas horas si conserva al actual primer ministro, si mantiene las opciones políticas que le costaron la derrota o si, en cambio, adopta un perfil más fiel a las promesas que hizo cuando fue reelecto en el 2002: reducir la fractura social entre dos Francias que, cada vez, se miran con más distancia.