EL MUNDO › OPINION

Alguna gloria o Devoto

Por Eduardo Aliverti

Eduardo Duhalde tiene ya una imagen negativa que emparda, por lo menos, la que tenía Fernando de la Rúa en el último tramo de su gestión. Y eso es mucho decir. A la hora de preguntarse cómo es posible que le haya sucedido eso en apenas tres meses, sería apropiado que el Presidente se interrogase sobre el destino que, tarde o temprano, les aguarda a los dirigentes políticos que resuelven no enojarse con nadie. O en otras palabras: a quienes no identifican ni operan contra un enemigo concreto.
El actual jefe de Estado asumió mucho antes por descarte y necesidad (de cubrir un inminente vacío de poder) que por cualquier otra cosa. Le eran exigidas decisiones firmes. Hacia derecha o izquierda, pero firmes. Lo que hizo y sigue haciendo no es ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario. Reproduce, entonces, la táctica del delarruismo, agravándola. Porque el líder de Villa Rosa jugaba a sobrevivir haciendo la plancha, mientras se corría marcada y aceleradamente hacia la clase social que siempre representó. Si la derecha terminó dejándolo solo no fue porque no sirviese a sus intereses. Fue por no tener capacidad de liderazgo para conducirlos. Duhalde, en cambio y como buen populista, también juega a la derecha pero en lo discursivo coquetea con la izquierda (De la Rúa jamás lo hizo, no sólo por carencia de soporte ideológico sino porque no tenía, siquiera, la “virtud” picaresca de poder hacerlo). Con lo cual, el resultado es un híbrido todavía peor que el que sugería De la Rúa.
El único santo al que Duhalde le prende una vela es el acuerdo con el FMI, pero a la par amenaza con enemistarse. Se muestra angustiado con la inflación y chicanea con el control de precios, pero no es capaz de tomar una sola medida de efectividad concreta frente a los operadores de la cadena de comercialización. Dice que le importa un pito que el dólar se vaya a donde quiera, pero él y su equipo viven pendientes de la cotización del día a día. En fin: la lista de esquizofrenias supera el espacio de esta columna, y aun si no fuese así culminaría aburriendo.
Que a los tibios los vomita Dios es una verdad tan antigua como el universo. Duhalde viene de afrontar en estos días la humillación de que un indio importado le diga en público lo que tiene que hacer. De modo que se le acerca la hora final de decidirse contra alguien, si es que no quiere que ese fin lo encuentre con cero de gloria y con toda la pena de no haber advertido que no se puede estar bien con Dios y con el Diablo. Son los unos o los otros. Nunca, nadie, jamás, sobrevivió queriendo satisfacer a ambos.

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