EL MUNDO › HABLA GILLES KEPEL, ESPECIALISTA EN EL MUNDO MUSULMAN
“Hay guerra a Occidente pero también dentro del islamismo”
La guerra del islamismo radicalizado contra Occidente tiene su vanguardia en Europa. Y la respuesta no es el multiculturalismo, sino la homogeneización. Una exitosa integración de los musulmanes a la democracia europea ayudaría a la democratización de los países árabes mucho más que los cambios desde arriba que ha buscado Estados Unidos. Estos son algunos de los conceptos del especialista francés.
Por Joaquín Prieto *
Si todo intelectual suele vivir rodeado de libros, el despacho del profesor Gilles Kepel representa el paroxismo de esa situación. El mismo ha contribuido con una decena de ensayos dedicados al mundo musulmán, su especialidad en el Instituto de Estudios Políticos de París. Ahora publica la versión en español del último de ellos, Fitna (1), palabra árabe que implica discordia y caos, subtitulado Guerra en el corazón del Islam. La obra analiza los esfuerzos de los islamistas más radicalizados para galvanizar a las masas musulmanas contra el “enemigo cercano”, los regímenes árabes en el poder, atacando al “enemigo lejano” con golpes tan espectaculares como el de septiembre de 2001 en Estados Unidos o el más reciente de marzo de 2004 en Madrid. A juicio de Kepel, una de las claves del resultado de esa guerra interna reside en Europa, cuya sociedad constituye la vanguardia del combate entre los musulmanes del mundo que quieren evolucionar hacia la democracia y la modernidad y aquellos otros que agitan el espectro sangriento del jihadismo.
–¿Qué lo lleva a ver a Europa como el lugar donde se juega la batalla por la evolución del Islam?
–Actualmente hay más de 10 millones de personas de origen musulmán en Europa Occidental. Una parte de ellos viven como inmigrantes y los demás tienen el estatuto de ciudadanos. Estas personas se encuentran entre dos situaciones, que pueden resumirse a partir de dos acontecimientos ocurridos en este otoño: por una parte, el asesinato del cineasta Theo Van Gogh en Amsterdam por un joven de origen marroquí que creció en Holanda, y que cometió el crimen en nombre del salafismo (el Islam más rigorista); mientras que, al otro borde del espectro, hemos asistido a las manifestaciones de franceses de origen musulmán en apoyo de los dos periodistas tomados como rehenes en Irak por secuestradores que amenazaban con matarlos si no era abolida la ley contra los signos religiosos en la escuela.
–¿Quiere decir que hay dos modelos de Islam en Europa: el que se integra en la sociedad y el que vive separado del resto?
–De un lado vemos una Europa multicultural, de la cual Holanda es la expresión más fuerte, que ha favorecido todos los signos de afirmación religiosa y de identidad, considerando que los musulmanes podían vivir una especie de desarrollo separado –lo que en Holanda se denomina apartheid– y que al mismo tiempo garantizaría la calma pública. En la Europa multicultural de la que hablo, los musulmanes constituyen un grupo yuxtapuesto a la sociedad y no integrado en ella.
–¿Como en el Reino Unido?
–En parte sí, sólo que en Holanda ese concepto ha ido aún más lejos. En este país, la población musulmana no se mezcla y mantiene sus criterios de identidad. El otro modelo es el de Francia, que sostiene una voluntad de integración y en el que no se distingue a las poblaciones de origen musulmán por su confesión religiosa; por ejemplo, está prohibido preguntar por esa cuestión a la hora de elaborar el censo. El modelo francés de integración pretende mezclar a todas las personas con vocación de ser francesas y considerar que la identidad religiosa no define a nadie políticamente.
–¿Y España?
–España es un país musulmán muy joven y muy viejo a la vez. Muy viejo porque ahí tenemos las raíces musulmanas de Andalucía, y al tiempo muy joven porque la mayor parte de los musulmanes en España son todavía inmigrantes y no han llegado al estatuto de ciudadanos. Yo creo que España va a elegir su modelo en algún punto entre los dos que hemos evocado. Este debate atraviesa hoy toda Europa. A través de la integración existe una posibilidad auténtica de aggiornamiento del Islam. En las sociedadesdemocráticas, donde el poder político no es autoritario y no necesita de la religión para legitimarse, el Islam puede desarrollar la dimensión cultural, social y moral que le es propia, sin dejarse atrapar por la presión religiosa. Lo cual no es el caso en la mayor parte de los países de los que proceden esas poblaciones.
–¿Qué conclusiones ha extraído de los atentados de Madrid?
–Muchas, que nos llevan al corazón del fracaso del movimiento islamista radicalizado. Un anterior libro mío, traducido también al español (2) y publicado antes del 11 de septiembre de 2001, me valió ataques por parte de personas que dijeron que yo no había entendido nada, porque no había declive alguno. Los que pensaban así creyeron ver la fuerza del movimiento islamista en los atentados de Nueva York y Washington. En realidad, si se leen los textos del principal ideólogo de Al Qaida, el imán Al Zawahiri, él explica por qué se lanzaron al terrorismo, lo que él llama “operaciones de martirio”; su tesis era que la guerrilla jihadista de los años ’90 había fracasado en Argelia, en Egipto o en Bosnia, y que la violencia terrorista daba ocasión a movilizar a las masas y causar miedo al enemigo. Ellos creían que la dimensión espectacular del 11 de septiembre de 2001 asustaría al adversario y galvanizaría a las masas para pasar a la acción y derribar a los regímenes árabes, hasta proclamar el Estado islámico.
–Esos regímenes permanecen en pie tres años después.
–Políticamente, el islamismo radicalizado no ha conseguido tomar el poder en ninguna parte. Ya no controlan el único Estado próximo a ellos, el de los talibanes en Afganistán. Es verdad que se han producido decenas de atentados: Madrid, Mombasa, Casablanca, Riad, Yakarta... Los actos terroristas son perpetrados por pequeños grupos, bastante sofisticados intelectualmente y al mismo tiempo adoctrinados por la ideología jihadista, capaces de desencadenar actos violentos espectaculares, pero que no se traducen en movilización política de ningún tipo. En el caso del 11 de marzo en Madrid estuvieron cerca. Esos atentados muestran que Europa constituye, para la nebulosa terrorista, un campo de batalla nuevo. Los jihadistas ven España como una de las tierras del Islam invadidas por los infieles. La gran mayoría de los musulmanes no cree actualmente en esa reivindicación, pero el problema es que un grupo poco numeroso y no muy rico puede comprar explosivos a un minero asturiano y provocar una matanza. Otra razón, desde luego, fue la de obligar a salir de Irak al contingente militar español. Y como Al Qaida pretende siempre movilizar a las masas, un acto espectacular, que da la sensación de ser la expresión de la voluntad de las masas musulmanas, tendrá una influencia no ya en los medios jihadistas, sino en el conjunto de la opinión que está contra la ocupación militar norteamericana en general.
–¿Para usted está claro que los autores del atentado del 11 de marzo buscaban la retirada de las tropas españolas de Irak?
–Sí, pero la lógica de Al Qaida no era lograr la retirada por la retirada, sino por el prestigio que esa operación podía reportarle en su estrategia y mostrar su capacidad para intervenir en la agenda política de un país europeo. La mayoría política ha cambiado en España y se puede discutir si eso ha sido la consecuencia de los atentados o de la mala gestión de los atentados por parte del ex jefe del gobierno José María Aznar. Menos mal que los trenes elegidos por los terroristas llegaron con un poco de retraso, porque si los cuatro hubieran entrado al mismo tiempo en Atocha, que es una estación subterránea, el número de víctimas habría sido mayor que el del 11-S en Estados Unidos.
–Ahora bien, si se trataba de hacer una demostración en Europa occidental, también había tropas británicas o italianas implicadas en la ocupación de Irak. ¿Por qué cree usted que España fue elegida como blanco?
–¿Y por qué Mohamed Atta se estableció en Hamburgo y no en algún lugar de Francia, por ejemplo? Eligieron Alemania como santuario para sus preparativos, porque los alemanes temen ser acusados de nazismo y sus leyes no permiten hacer nada respecto al mundo de las asociaciones religiosas: no las vigilan. Francia les resulta un país más complicado porque, a raíz de numerosos atentados islamistas en los años ’80 y ’90, la policía ha sido formada contra esos fenómenos y en la legislación existen disposiciones sobre lo que se llama “asociación de malhechores”, que permiten destruir rápidamente esas redes. A diferencia de lo que EE.UU. ha hecho en Guantánamo, el derecho francés no ha recurrido al uso de zonas sin ley, porque el derecho da al Estado los medios necesarios para perseguir a los individuos sospechosos de actividades terroristas.
Cuando se dice que Aznar gestionó mal la situación, eso es verdad; pero también es cierto que la cultura policial y judicial española habían sido construidas esencialmente para la lucha contra ETA. Estaban tan imbuidos de ello que no pudieron prever otras cosas. Con una rapidez notable, la policía española encontró el barrio donde se habían refugiado los terroristas, pero no se imaginó que éstos pudieran comportarse de un modo distinto al de los etarras. En fin, por contestar a su pregunta, España se encontró en una fragilidad institucional bastante grande, política y policial, lo cual la convirtió en un blanco relativamente cómodo para los terroristas.
–Es muy difícil garantizar a la población que no volverá a sufrir ataques tan tremendos. Y al mismo tiempo, España tiene que decidir qué hacer con las decenas de miles de inmigrantes magrebíes que llegan a su territorio. ¿Qué actitud seguir?
–Esto nos devuelve a lo que hablábamos al principio de la conversación. ¿Se debe ir hacia una política de integración efectiva, para que los españoles de origen musulmán se conviertan en ciudadanos plenos? En mi opinión, este camino es el mejor antídoto contra el terrorismo. Pero eso implica un trabajo a largo plazo. Aparentemente, la opción multicultural es más fácil, porque encuentra intermediarios inmediatamente, pero después se llega a la conclusión de que estos intermediarios no están en onda con la generación más joven. España puede elegir aún cuál de los dos caminos le conviene más, mientras que otros países de Europa ya optaron con anterioridad, y ahora nos encontramos con el caso de Holanda, un país en que muchas personas quieren abandonar el multiculturalismo.
–Precisamente, usted formó parte de la comisión presidida por Bernard Stasi que aconsejó la prohibición de signos religiosos en la escuela pública francesa.
–El objetivo de esta comisión fue multiplicar los medios de mezclar a los jóvenes de origen musulmán, y de todos los demás orígenes, en el seno de la sociedad, de modo que compartir valores sea un objetivo más importante que la división en función de bases confesionales.
–Supongo que usted, como francés, prefiere el modelo de integración que se intenta en su país, frente a otros ejemplos más multiculturales.
–Como sabe, la Comisión Stasi fue reunida por el presidente de la República, Jacques Chirac, a la vista de las amenazas que pesaban sobre el principio del laicismo. Al comienzo de los trabajos, la mayor parte de los miembros de la comisión no éramos favorables a promover la prohibición de signos religiosos en la escuela, porque pensábamos que eso implicaba una polarización excesiva del conflicto. Pero escuchamos decenas de testimonios de jóvenes, de profesores, de trabajadores sociales: nos informaron de las presiones sufridas por las chicas de origen musulmán para llevar el velo y de la voluntad de control hegemónico por parte de las asociaciones salafistas en Francia. Tras ello, nos pareció necesario preconizar medidas legislativas, para no dejar a esta parte juvenil y frágil de la sociedad en poder de los religiosos más radicales. Yo creo, en efecto, que la lógica de la integración es fundamental para el futuro de nuestros conciudadanos de origen musulmán. La otra opción es “losmusulmanes de Europa”, una especie de colonia irreductible, que explican hechos como el asesinato de Theo Van Gogh.
–Hace unos días, la democracia cristiana alemana ha acordado que el islamismo es una ideología totalitaria y que las personas que proceden de otros países deben aprender el alemán y aceptar normas de instrucción cívica. ¿Esto forma parte de las rectificaciones a las que se refería antes?
–Hay que tener cuidado con las gesticulaciones políticas. Pero pienso, en general, que las medidas que favorecen la integración no son represivas, sino que incitan a la movilidad social a las poblaciones desfavorecidas. Todo eso implica arbitrajes financieros, hoy difíciles de hacer en una Europa que no invierte y que está gestionada por grupos que quieren, ante todo, proteger las jubilaciones. Esa es la desgraciada realidad en Francia o Alemania y puede llegar también a España.
–Definitivamente, no cree usted en sociedades multiculturales...
–Las sociedades europeas ya son multiculturales, de hecho; lo es incluso la francesa. Yo mismo llevo un nombre de origen checo, la familia de mi padre viene de la antigua Checoslovaquia y mi madre procede de una familia de agricultores del sur de Francia. La sociedad francesa es una formidable mezcla de culturas, porque no se trata de borrar las diferencias ni de construir un sistema totalitario. Pero una sociedad sólo es viable a partir del momento en que lo común triunfa sobre la expresión de las divisiones; en caso contrario, se camina hacia la lógica de la balcanización.
–¿Piensa verdaderamente que está desarrollándose un conflicto en el seno del Islam, cuando al mismo tiempo sostiene que la violencia se limita a minorías muy reducidas?
–La guerra está destinada a tomar el poder. Bin Laden y los otros han lanzado la jihad contra Occidente, pero la guerra está produciéndose en el interior del Islam: los chiítas y los sunnitas se desgarran en Irak, y el mismo peligro existe en Palestina tras la muerte de Arafat. La fitna es el caos, la discordia, la amenaza que pesa sobre el mundo del Islam, que los radicalizados proyectan al exterior a través de la jihad. La salida se encuentra, ante todo, en el aggiornamiento del Islam tal como se produce en el marco de Europa.
–¿Una buena integración de los musulmanes en Europa tendría efectos positivos en la democratización de los países árabes?
–Absolutamente. Y ése también es uno de los grandes debates entre Europa y EE.UU. Estados Unidos considera que la democratización de las sociedades árabes puede hacerse por arriba, y lo han intentado con Irak: la opción militar destruyó al régimen de Saddam, y ellos esperaban que la sociedad civil emergiera en cuanto se levantara la tapadera que le había puesto Saddam. Sin embargo, este parto de la democracia con fórceps se olvidó de que Irak salía de doce años de embargo, durante los cuales se habían organizado grupos mafiosos o de protección en torno de tribus, mezquitas sunnitas o chiítas, que controlaron el acceso a los bienes que escaseaban a causa del embargo.
–¿Los neoconservadores norteamericanos confundieron Bagdad con Berlín Este?
–Lo muestra el símbolo del derribamiento de la estatua de Saddam Hussein: creyeron que era como derribar las estatuas de Stalin, Lenin o Ceaucescu. El modelo europeo es menos espectacular, pero su ambición es funcionar a través del ejemplo. En Marruecos, Argelia o Túnez, prácticamente todo el mundo tiene un primo, un hermano, un tío, un sobrino que está en Madrid, Milán, Bruselas, Marsella... Los que viven en los países magrebíes siguen todo eso muy de cerca, y el vocabulario político en Marruecos o Argelia ha evolucionado considerablemente para acercarse a la norma europea, a través de la experiencia de los emigrantes. Yo creo que la presión democráticadel ejemplo europeo va a extenderse cada vez más, como una mancha de aceite. Otro ejemplo es el de Turquía: cualesquiera que sean las ambigüedades de la posición turca, los electores de las clases medias de Anatolia que votaron por el partido de Erdogan tienen tantas ganas de entrar en Europa que empujan a los islamistas turcos a echar agua al vino para acercarse a las normas europeas, si se me permite expresarlo así. En definitiva, me parece claro que Europa tiene un poder de atracción; ambiguo, desde luego, y que puede volverse en contra, como hemos visto con los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid.
(1) Fitna. Guerra en el corazón del Islam. Editorial Paidós, 2004.
(2) La jihad. Expansión y declive del islamismo. Ediciones Península, 2001.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.