EL MUNDO › BUSH FUE RECIBIDO EN EL CONGRESO POR TORMENTAS DE APLAUSOS

La locomotora imparable del ganador

En un vibrante mensaje que apeló tanto al patriotismo como a su cruzada personal para llevar la libertad y la democracia a todo el mundo, Bush capitalizó sobre su éxito en Irak para virtualmente imponer la casi totalidad de su programa doméstico.

 Por Claudio Uriarte

Con el éxito no se discute. Esta vieja máxima, impregnada de pragmatismo norteamericano, fue el espíritu del mensaje del Estado de la Unión –“confiado y fuerte”– que el presidente George W. Bush pronunció ayer ante las dos cámaras del Congreso, y de las continuas, torrenciales, ovaciones de pie que lo recibieron, como sucesivas oleadas de popularidad.
Viniendo después de su arrasadora reelección el 3 de noviembre, y de su no menos resonante triunfo al lograr que un 60 por ciento de los iraquíes ignorara las amenazas terroristas y fuera a votar, no era para menos. En realidad, el mensaje se pareció a una especie de tren con el que Bush hizo pasar los principales puntos de su agenda doméstica –la privatización parcial del sistema de jubilaciones, la eternización de sus reducciones de impuestos, el nombramiento de jueces conservadores a la Suprema Corte, la entronización de la moral y la religión en la vida diaria de los estadounidenses– motorizado precisamente por esas dos gigantescas locomotoras electorales. Y si las ovaciones de pie daban la medida del apoyo que tendrá, puede decirse que todas esas iniciativas serán aprobadas, y W2 logrará sentar las bases permanentes de un nuevo Estados Unidos conservador. Los aplausos distaron de estar reservados a las mayoritarias bancadas republicanas, salvo en el muy polémico punto de la reforma al sistema jubilatorio –en que incluso se registraron algunos abucheos–. Pero, incluso considerando las diversas ocasiones en que la mayoría de los demócratas permaneció sentada, la sola vista del ex candidato presidencial demócrata John Kerry y de la ex primera dama y actual senadora Hillary Clinton aplaudiendo en pasajes puntuales dio la medida del éxito del jefe de la Casa Blanca.
Bush reservó para el final la artillería pesada de su mensaje: la política exterior. E hizo claro que, cuando hablaba de democratizar Medio Oriente, lo hacía en serio. Anunciando la partida de hoy de la secretaria de Estado Condoleeza Rice a Medio Oriente, el presidente elogió el proceso democrático ocurrido dentro de la Autoridad Palestina como muestra del efecto de la libertad contra modos caducos de pensamiento y modelos de fracaso. Mientras una mujer afgana y otra iraquí flanqueaban a su esposa Laura, habló del ejemplo que las elecciones de ambos países están esparciendo por toda la región. Y no tuvo pelos en la lengua: exhortó a Arabia Saudita a hacer más, y a Egipto a continuar el camino de la paz convirtiéndose en una democracia. Las palabras más duras fueron para Siria, como ocupante del Líbano y ayudante del terrorismo, y para Irán, al que acusó de ser el principal patrocinante mundial del terrorismo. Y le dijo al pueblo iraní: “Si ustedes quieren la libertad, América estará con ustedes”.
Lo que no podía faltar eran los cierres emotivos: cuando Bush aludió a Sofía, la mujer iraquí junto a su esposa, “que pudo votar por primera vez”, la mujer se echó a llorar y el presidente hizo un silencio dramático. Y luego, otro momento de llanto vino cuando habló de Bill Norwood, soldado norteamericano muerto. ¿Actuación? Tal vez, pero de un actor muy convencido de su propio papel.

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George W. Bush, flanqueado por Dick Cheney y Dennis Hastert, líder de la Cámara baja.
 
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