SOCIEDAD

Las mil y una de la noche en la zona más movida de Mar del Plata

La zona de las discos marplatenses es un laberinto de cuerpos bailando al son de los sueños. Alem y Constitución en los últimos años se transformaron en sitios obligados para todos, incluso para el Burrito Ortega.

 Por Carlos Rodríguez

En la ciudad balnearia por excelencia, las noches se viven a pleno, a pesar de las medidas de seguridad que proliferaron a partir del efecto Cromañón (ver aparte). De miércoles a sábados, como es habitual desde hace siete temporadas, los pubs de la calle Alem se atosigan de jóvenes desde la medianoche hasta las 6 de la mañana, cuando se baja el telón en la mayoría de los comercios. Esto, previa expulsión “revólver en mano” de los clientes del estribo, que suelen ser “decenas y decenas de chicos y chicas que se quedan pidiendo ‘una (birra) más y no jodemos más’, como en los recitales”, describe Martín, uno de los mozos de Barmon, el más concurrido junto con Mr. James. Sus dueños le niegan el ingreso a la prensa por miedo a que se trate de una nota sobre “lo que pasó en Once”, reconoce un miembro de la seguridad. La otra pata del goce nocturno está asentada en la mítica avenida Constitución, donde este año la rompe “un boliche a todo culo”, grafica un taxista, que de tan lujoso tiene nombre de virrey: Sobremonte. Es un ámbito heterogéneo donde conviven tres discos, restaurantes mexicanos y hasta un espacio dedicado “a la revolución del romanticismo” que se llama Che. Una propuesta posmoderna que se sube –uno más y van– a la leyenda de Ernesto “Che” Guevara.
En Alem, que a ninguna hora del día es peatonal, la calzada y las veredas de unas seis cuadras se llenan de un público juvenil, de 18 a 25 años en su gran mayoría, que sale de cacería nocturna, a pie o en autos lujosos o berretas, a la búsqueda de emociones fuertes. Las más de las veces, las festicholas no van mucho más allá de una amable borrachera. Miguel Angel Pérez, periodista recién recibido, se ofrece a escribir el recuadro de la nota y presenta a los amigos que lo acompañan en una movida mesa de Barmon: “Hernán López Delgado, Cucurucho Denegri, el Gordo Arizmendi, Nico” y siguen las firmas, entre ellas las de varias jóvenes y bellas que simulan ruborizarse. Todos son de Villa Devoto, “del lado de afuera de la cárcel, por ahora”, relativiza Pérez, presentador oficial.
El flamante periodista y su troupe despilfarran “todas las noches” en Barmon, a pura cerveza y fernet “con Pepsi Cola”, informa uno de los chicos que atiende las mesas. “Nos tratan bien”, dice Pérez, que luego aclara: “¡Y cómo no nos van a atender bien si dejamos cien pesos por noche!”, demostrando que aspira a ser un periodista cuestionador. En el pub hay dos pistas para bailar, un patio al aire libre y cuatro barras llenas de pibes y no tanto, empinando el codo. El recorrido interno es un laberinto donde todos se pierden sin queja. De tan lleno, moverse en el interior del boliche es tan difícil como hacerlo en el 60 que va al Tigre, cualquier día laborable a las seis y media de la tarde.
Claro que en el bondi no es fácil encontrar tantas chicas dispuestas al diálogo y a posar para los fotógrafos. Amalia, Silvina y Guillermina, todas residentes en Mar del Plata luego de vivir su infancia en Buenos Aires, se esfuerzan, sin ninguna necesidad, por salir hermosas. “¿Ustedes piensan que ésta puede ser la noche del Príncipe Azul?”, susurra Silvina con cara de Heidi malévola, como negando la caducidad de ciertas tradiciones. En la calle, las correntinas Paula y Carla acarician los oídos con saludos en guaraní recitados desde un automóvil con los cerrojos puestos, por las dudas. Pablo, encargado del pub, recuerda que esta zona es popular desde hace veinte años, pero “el boom comenzó hace siete y se mantiene todas las noches, de miércoles a sábados, y en menor medida los domingos”. En medio del ruido, gambeteando como en sus tiempos de River y la Selección, el Burrito Ortega disfruta de una noche libre.
En Sobremonte, sobre la avenida Constitución, la noche tiene tantas variantes como adoquines el patio de las palmeras al que se llega no bien se sortean los 22 pesos de la entrada. En una de las pistas principales, la música electrónica invita a saltar siguiéndoles el ritmo a dos chicas en bikini que se deshidratan como porristas de un sauna. A metros del ruido ensordecedor, sentada al lado de una palmera, una morocha deslumbrante trata de convencer vía celular al novio celoso que se quedó allá lejos, en Buenos Aires: “¡Estás loco, que disco ni disco, estoy en el departamento con las chicas, escuchando la radio!”, miente convencida. Luego corta la comunicación y se muestra culposa por unos diez segundos. Finalmente sonríe y comenta al que quiera oírla: “¡Andá a saber de dónde me estará llamando él!”, mientras sigue los dictados del DJ.
En Sobremonte funciona también un restaurante-cantina donde se sirve comida mexicana y que pasada la medianoche se convierte en “salsoteca”; un living room con relax bar, mesas de pool y ciber café; el Divino Club, restaurant Bistró, donde se sirve comida mediterránea y se admite hasta 150 comensales. El complejo es una ciudad al compás del verano, donde los sueños, sueños son.

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En Sobremonte, la euforia musical mezclada con la edad hace del lugar puro frenesí.
 
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