EL MUNDO › OPINION

El dilema del próximo

Por Claudio Uriarte

Visto retrospectivamente, el reinado de Juan Pablo II puede parecer una mezcla incómoda de la teología del siglo XIII con la tecnología mediática del siglo XXI y justificar el comentario crítico de una observadora estadounidense de asuntos vaticanos, que afirmó que “de haber podido suprimir el Renacimiento y la Ilustración, Karol Wojtyla lo habría hecho”. Pero esto es como las cosas se ven desde 2005, no desde 1978, el año en que Wojtyla asumió un pontificado que llevaría al derrumbe del comunismo, el sistema que entonces gobernaba la mitad del mundo. Esa paradoja, la de un papa que se inicia como revolucionario (dicha sea esta palabra sin connotación de valor) y termina como reaccionario, es la que nutre los interrogantes sobre la relación entre el Vaticano que viene y el mundo de hoy. Es una relación entre una institución congelada en el tiempo, un capitalismo profano fuertemente corrosivo de las creencias que aquél defiende y el ascenso de religiones competitivas, que en algunos casos llegan al fundamentalismo y al postulado teórico de “choque de civilizaciones”.
Pero no se trata de la única paradoja. Bajo George W. Bush, la democracia capitalista de libre mercado parece haber iniciado una marcha expansiva (e invasiva) que resulta curiosamente contradictoria con la ferviente profesión de fe religiosa de su impulsor. En efecto, la libertad consumista puede ser tan disolvente del fundamentalismo islámico como de la adherencia estricta a los postulados de la fe protestante. Y si la encíclica crítica Centessimus Annus de Karol Wojtyla en 1991 puede considerarse la respuesta del catolicismo a La ética protestante y el espíritu del capitalismo de Max Weber, hay que reconocer tanto que se trata de una respuesta desfalleciente como que lo que el estratega Edward Luttwak llamó “turbocapitalismo” termina por atacar bastiones irreductibles de la fe cristiana como la oposición al aborto, a las drogas y a la libertad e intercambiabilidad sexual (porque todo en él se vuelve una mercancía, moralmente neutro por naturaleza). En este terreno, el de la posibilidad de confrontar desde la mística un mundo de anonimato, ajenidad y pérdida de identidad espiritual, la altamente institucionalizada Iglesia Católica de Juan Pablo II perdió claramente posiciones frente a las nuevas religiones carismáticas o incluso el islamismo. De eso se trata el dilema que la elección del próximo Colegio de Cardenales no podrá ni empezar a resolver.

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