EL MUNDO › OPINION

Su legado real es este fenómeno de masas

 Por Washington Uranga

Más allá de la expectativa creada por los periodistas y los medios de comunicación para aportar al “espectáculo mediático” montado en torno a la muerte de Juan Pablo II, el testamento del Papa conocido ayer tiene un claro sentido espiritual que acompaña incluso los estados de ánimo de Karol Wojtyla en diferentes etapas de su vida como líder de la Iglesia Católica, pero no arroja elementos novedosos ni cuestiones que hayan sorprendido a los observadores. En realidad, tal como ya lo han señalado algunos analistas, el verdadero testamento de Juan Pablo II está en los centenares de miles de personas que –seguramente con motivaciones muy distintas– han querido darle su adiós. Y en esto hay que incluir a los que llegaron físicamente a Roma y a los que, a lo largo y a lo ancho del mundo, se conectaron con aquel acontecimiento a través de los medios de comunicación.
No se trata, en este caso, de hacer una valoración sobre el grado de adhesión que esas multitudes tienen respecto de la Iglesia Católica como institución o del catolicismo en particular. Sí de señalar que, en un tiempo donde es evidente la crisis de liderazgo, la figura de Juan Pablo II surge como una referencia para muchos, más allá aún de las fronteras de la Iglesia Católica. ¿Qué es lo que impacta de Juan Pablo II, incluso a jóvenes que seguramente discrepan con muchas de sus enseñanzas y las de su Iglesia? El obispo brasileño Demetrio Valentini lo resumió de esta manera: “el testimonio de una entrega total, generosa, convencida, exhaustiva”. Para este obispo “ésta es la herencia más importante que deja (Juan Pablo II) para la posteridad”. Y agrega que “nadie recordará las palabras de su última audiencia, pero sí se quedará con el testimonio personal de su entrega. Pueden ser relativizados los millares de discursos que él pronunció. Pero quedará el esfuerzo que hizo para dirigirse a todos”.
Esto es lo que quienes lo conocieron de manera cercana valoran en Karol Wojtyla: la entrega total a todo lo que hacía. Seguramente eso es lo que lo llevó a continuar hasta sus últimas consecuencias y a pesar de sus precarias condiciones de salud, con el gobierno de la Iglesia Católica. No hay en esto, entonces, una valoración sobre las posiciones doctrinales, ideológicas, teológicas y las enseñanzas de Juan Pablo II. De ello se harán cargo los responsables de analizar la historia del mundo y de la Iglesia. Pero en este momento particular de la historia donde todos los compromisos parecen lábiles y superficiales, una personalidad como la de Juan Pablo II necesariamente impacta hasta el punto de producir fenómenos de masas como el que estamos observando ahora, pero que no es más que la repetición de los acontecimientos multitudinarios que lo acompañaron en cada uno de sus viajes. Karol Wojtyla fue un hombre comprometido con las causas que defendió, con sus convicciones. A todo eso “le puso el cuerpo”. Incluso, en varios casos, corriendo riesgo para su vida. Ese compromiso y esa entrega es seguramente el principal testamento que deja el Papa polaco. Y es también lo que le reconoce la gente, aunque pueda olvidarse, como dice el obispo Valentini, de los millares de discursos que pronunció.

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