Viernes, 8 de abril de 2005 | Hoy
MARKETING
Empresas de todo tipo parecen haber encontrado el nuevo yeite para crear consumidoras y madres culposas a la vez: apelar a una especie de gestión científica de la infancia que bien podría resumirse como “no cría un genio la que no quiere”. ¿La yapa? Los nuevos mandatos (estimularás a tu descendencia) también juegan con los temores de la clase media.
Por Luciana Peker
La cultura de la crianza infantil –libros para padres, para chicos, para la bañadera, para ver, tocar, ilustrar, pintar, videos para enseñar los colores, las letras, los números, música clásica y de Los Beatles (for babies, of course), clases para enseñar a las madres a jugar con sus bebés– se expande y hace pie en una realidad comprobada: los primeros tres años de vida de un chico son fundamentales. Es cierto. ¿Pero es necesario exagerar al punto de convertirlo en una obligación maternal diaria? Hoy parece que, si un bebé no escucha a Mozart desde la panza, aprende inglés al mismo tiempo que aprende a decir mamá y ve dibujos de Van Gogh en amorosas ilustraciones adaptadas a la primera infancia no va a ser un buen chico y, la madre, por supuesto, no va a ser una madre diplomada. El miedo causa más efectos en una clase media permanentemente aterrada por el fantasma latente de la exclusión.
Si hacen los deberes y sus hijos ven todos los colores, escuchan todos los sonidos y tocan todos los tactos posibles van a descollar o llanamente a ser genios. ¿Exageración? Baby Einstein se llama la colección de libros, videos y CD para los más pequeños –promovida por Walt Disney– que acaba de llegar a la Argentina. La figura de Einstein, que hoy es un sinónimo de inteligencia, es el anzuelo para los padres deseosos de darles a sus hijos lo mejor. (¿Pero eso es lo mejor? Antes se creía que los bebés no sentían ni pensaban nada. ¿No es demasiado pensar en que por estimularlos con espejitos de colores pueden llegar a ser Einstein?) La figura de la madre que invierte en su hijo genio como en un plazo fijo no es una excepción. En marzo, durante el comienzo de clases, la marca Ala lanzó una promoción con un pack de jabón en polvo + una cajita de lápices de colores. “La mamá de Jorge Luis Borges antes fue la mamá de Georgie”, decía la publicidad. El mismo apelativo se usó con Eleonora Cassano y su ficcionada madre, quien la contemplaba mientras la niña bailaba. Y, lo más curioso, fue que también la mamá de Benito Quinquela Martín se mostraba en la tele mirando bucólicamente las pinturas de su hijo. “Antes fue la mamá de Benito”, arremetía el locutor. La traducción de la filosofía Ala es: “Señora, hoy usted tiene en sus manos un chico. Si lo cuida (le lava la ropa, obvio, aunque con eso ya no alcanza) y lo estimula (le compra los lápices de colores y lo deja ser artista), usted puede tener un hijo genio como Jorge Luis Borges, Eleonora Cassano o Benito Quinquela Martín”. (Pero Quinquela no fue pintor precisamente gracias a su estimulante madre, que lo dejó a los 21 días de nacido en la Casa Cuna.)
Karina Felitti, representante del Centro de Estudios de la Mujer, una organización no gubernamental que entrega anualmente el Premio a la Publicidad No Sexista, evalúa: “Aunque han cambiado mucho, las publicidades actuales siguen utilizando el estereotipo de la madre abnegada, aunque con otro formato. Ya no se trata de estar en delantal y ruleros cocinando y fregando el piso, ahora los productos hacen esas tareas por ellas, que están en sus hogares impecablemente vestidas y maquilladas. El tema es que siguen siendo las mujeres las que debendedicarse a suministrar todo lo relacionado con la educación de los hijos. El hombre aparecerá, a lo sumo, invirtiendo en algún banco para asegurar la formación de sus hijos en el futuro, pero no haciendo los deberes con ellos”. La carga de la estimulación –una carga tal vez todavía más invisible que hacer la comida o cambiar pañales– aparece en la agenda de las mujeres como un nuevo deber del que depende el futuro de sus hijos (el deber de compartir el producto adecuado).
En principio, esto tiene como consecuencia a mujeres sobrecargadas de exigencias: cumplir viejos mandatos (estar con sus hijos, cocinarles, atenderlos), nuevos mandatos (trabajar, ser independientes, estar lindas) y además nuevos mandatos maternales (jugar con los hijos, hacer que levanten la cabecita seis veces por día, hacerlos escuchar violines antes de dormirse). ¿Mejores madres o madres robots? ¿Madres inteligentes o madres expendedoras de saberes de otros? ¿Madres dispuestas o madres enloquecidas? ¿Madres con ganas de trasmitir su cultura o madres presionadas a trasmitir la cultura indicada? Otra publicidad actual (pañales Pumpers) muestra a una madre que no sabe si dejar o no que su hijo suba una escalera –se supone porque puede mojarse con pis a causa de la baja absorción de su pañal– y señala (en una parodia de la paranoia de las madres psicoanalizadas) que ese bebé reprimido después podría tener fobia de pasar al frente en la escuela, de estar con una chica o de subirse a un avión. “Tus decisiones son muy importantes”, amenaza Pumpers, agarrando del cuello de la culpa a las ya culposas madres modernas.
Pero, además de la presión sobre las mujeres, también están los efectos colaterales sobre los chicos, de quienes se espera que sean genios en el futuro. La psicóloga infantil Diana Liniado puntualiza: “Hoy en día para aprovechar mejor el tiempo y la facilidad con la que aprenden los niños se procuran juegos didácticos y se piensa en la estimulación temprana antes del nacimiento. Por supuesto que estas exigencias no son ni buenas ni malas en sí, lo que hay que evitar es imponerles intereses producidos por nuestras necesidades o por las necesidades del mercado, pasando por alto sus gustos y sus juegos espontáneos. La lógica del mercado impone, de manera directa o indirecta, los imperativos culturales del siglo XXI: el éxito, la velocidad, la hiperestimulación, lo efímero, lo ‘científicamente comprobado’, la cultura del ‘Niño Rey’... Criar un hijo es hoy una empresa que se gestiona con visión de futuro. Resultados: hay más juguetes que juego, más libros de puericultura que diálogos auténticos, más programas didácticos que enseñanzas”.
“Los productos Baby Einstein revelan a los más pequeños el mundo que los rodea a través de la música, el arte, los idiomas, la ciencia, la poesía y la naturaleza. Toda la línea brinda formas estimulantes y divertidas para que los padres interactúen con sus hijos enriqueciendo sus vidas”, explica el decálogo Baby Einstein para la Mami Einstein perfecta. Diana Liniado cuestiona el corazón del marketing genial: “Si el Baby Einstein se aplica a tantos niños, significa que el programa tiene una difusión –si no masiva– de gran alcance. Por lo tanto se supone que se están gestando varios genios... Qué paradoja: la cualidad que particulariza al genio es ser único en su genialidad. Los adultos que ‘consumen’ el Baby Einstein no se dan cuenta de que, al pretender crear una mente exclusiva, están comprando programas que ‘estandarizan’ la exclusividad”.
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