EL MUNDO

Gritos y susurros después de un humo que dejó a todos sin aliento

“Ya no volveremos a ver las multitudes en la Plaza San Pedro por un largo tiempo, este Papa no movilizará a la gente joven.” Esta era una de las opiniones que circulaban ayer en una Roma tan dividida como desconcertada por el nuevo Papa.

Por O. G.
Desde Ciudad del Vaticano

“No será Ratzinger –murmuraban durante las últimas horas del lunes los periodistas acreditados en el Vaticano–; es demasiado extremista, conservador.” “Lo que dijo en la misa pro eligiendo Papa es todo un programa político”, afirmaban los medios italianos. “Dejó ver sus cartas demasiado pronto. Al cónclave quien entra Papa sale cardenal”, recordaban otros.
La jugada, el miércoles pasado por la noche, cuando había comenzado a sonar fuerte su nombre como candidato, había sido demasiado obvia. El sábado, día de su cumpleaños, Ratzinger respondía a los cardenales que lo iban a saludar: “Recen porque no me vengan hechos encargos que no puedo soportar”. Un modo sutil, según muchos vaticanistas, de decir: “Voten por mí”. Iglesia Católica al viejo estilo.
En cambio, sucedió. Lo eligieron. Ducha fría para muchos periodistas presentes en la plaza durante la tarde de ayer. El pronóstico tan temido se había cumplido. “¿Por qué?”, se preguntaban, todavía asombrados. El hombre que se opuso al matrimonio de los curas, el que se manifestó a favor de negarles la comunión a los políticos que aprueban leyes favorables al aborto, el que desechó con desdén la posibilidad de que las mujeres sean elegidas sacerdotes, el que se pronunció contra la degeneración de la homosexualidad. ¿Cuál es el mensaje? ¿Qué giro imprevisible ha decidido dar la Iglesia? ¿Quién ganó con su elección? A esta última pregunta es más fácil encontrar una respuesta: pesó el lobby del Opus Dei, la diplomacia de los neoconservadores de la Casa Blanca, movimientos católicos emergentes y potentes como Comunión y Liberación, en primer plano durante estos días de incesantes cabildeos vaticanos. Fue siempre obvio que eran ellos los que más pujaban por su candidatura. Los que sirvieron en bandeja a la prensa su nombre. Quizá, quién sabe, los que distribuyeron envenenados dossiers contra sus presuntos adversarios.
Hace apenas unos meses, Ratzinger se pronunció contra el ingreso de Turquía en la Unión Europea, sacando a la luz argumentos medievales contra el peligro musulmán. Cuando se abrió el cónclave, despotricó contra “la dictadura del relativismo”, condenando “el libertinaje”, una palabra tan antigua que muchos no recuerdan cuándo fue que la escucharon por última vez.
Hace apenas una semana preocupó con su mensaje catastrofista a más de un cardenal moderado. “Cuánta inmundicia hay en la Iglesia –afirmó en el transcurso de una de las innumerables misas que pronunciaron los cardenales más conocidos durante estos días en Roma–. A veces me parece una barca que está por hundirse.” ¿Qué hará ahora Ratzinger con esa “inmundicia” que ha denunciado?, se preguntan dos horas después de su elección en más de un programa televisivo italiano.
“Ratzinger está espantando votos así”, afirmaba un reconocido vaticanista italiano en la edición matutina de La Repubblica de ayer. No fue así. No hubo dentro de la Capilla Sixtina, como es evidente, un bloque “progresista”, representante de las corrientes más modernas de la Iglesia, capaz de construir una alternativa a su candidatura. Ni siquiera lograron reunir el sólido 33 por ciento que se necesitaba para impedir su elección u obligarlo a ir a un ballottage después de al menos 30 votaciones. Bastaron cuatro para elegirlo. Un día de cónclave, todo un record.
El cardenal alemán, como él lo había pedido hace unos días, fue elegido con extrema rapidez. “Nada de votaciones largas –se comentaba que había afirmado cuando su nombre comenzó a sonar como candidato–; o me votan en las primeras rondas o eligen a otro.” Es expeditivo, Ratzinger. Ya lo demostró cuando mandó a callar a los cardenales que estaban comunicándose demasiado con la prensa, mediante un comunicado seco y autoritario.También en esa ocasión algún analista desprevenido pensó que su exceso le quitaría votos. No fue así.
Unos días antes del inicio del cónclave, se hablaba de un Papa de transición. Un cardenal con la edad suficiente para no reinar demasiado tiempo. Josef Ratzinger acaba de cumplir 78 años, carga con el peso de cuatro by-pass, es una clara muestra de “continuismo” con respecto a Wojtyla sólo por el hecho de haber sido su mano derecha a lo largo de todo el papado. Pero no es de transición. Difícilmente lo sea.
Y no todo es “continuismo” en Ratzinger. La sola elección del nombre lo dice todo. Benedicto XVI. El último Papa que decidió llamarse Benedicto gobernó la Iglesia desde el 3 de septiembre de 1914 hasta el 22 de enero de 1922. El Papa de la Primera Guerra Mundial (aunque la condenó). Ojalá que no sea otro mal presagio, en medio del rumor de guerra “entre religiones” que tanto ama la administración Bush.
Con su nombramiento, la Iglesia corre el riesgo de perder las multitudes que supo ganar con Juan Pablo II, no sólo por sus posiciones extremas más acordes con el siglo XIX que con el XXI que recién comienza, sino también por su falta de carisma, su frialdad, su “aristocracia”, como bien hizo notar durante la noche Bruno Vespa, el periodista más católico de la televisión berlusconiana. “Esta es la inesperada herencia de Wojtyla –comenta un colega mientras se apresta a dejar el Vaticano luego de más de dos extenuantes semanas de trabajo–, lástima que no lo hayamos comprendido antes.”
Quién sabe cuánto tiempo necesitará la Iglesia para elegir un Juan XXIV, un Pablo VII o un Juan Pablo III, se preguntan algunos colegas con preocupación. Cuando se apagan los últimos debates televisivos de la noche romana, una mujer de la calle pronostica, con italiana sabiduría: “Ya no volveremos a ver las multitudes en la Plaza San Pedro por un largo tiempo, este Papa no movilizará a la gente joven”. Con mucho menos optimismo un desprevenido peatón abre el paraguas cubriendo su cabeza de las oscuras nubes romanas. “Espero que se modere. Que su elección no sea una señal de guerra. Lo que menos hace falta en estos momentos es que la Iglesia Católica desenfunde la espada”. Amén.

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Vista general de la Plaza San Pedro mientras el cardenal Ratzinger sale a saludar a los fieles.
 
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