EL MUNDO
Francia decidió que el problema no era de clase, sino de raza
Cuando los coches ardían se hablaba púdicamente de una crisis social en los suburbios. Pero ahora hasta en el Congreso se dice que el problema son los árabes. Y los negros, por supuesto.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Ya es conocida la fobia que se apoderó de los electores franceses cuando hubo que aprobar o rechazar por referéndum el Tratado Constitucional europeo: en aquellos meses, la gente le tenía miedo a una invasión de plomeros polacos. Lo único que quedó invadido fueron las urnas con los votos del no que sepultaron parte de la construcción europea. Aquel temor era inocente si se lo compara con las frases que se escuchan por estos días. Después de la violencia que incendió los suburbios de Francia durante dos semanas, el tema de los extranjeros se ha convertido en el primer problema de Francia. Intelectuales, periodistas, hombres políticos y hasta cómicos de la televisión rivalizan en imaginación. Los insultos contra los extranjeros ni siquiera son velados y han atravesado esta semana el sacrosanto recinto del emblema de la República, la Asamblea Nacional. La cuestión del “otro” y de la raza invadió una sociedad que, hasta ahora, había conservado la sabiduría de no dejar entrar esa forma de menosprecio más allá de algunos sectores ideológicos bien conocidos. La ley, las ambiciones políticas, la sinrazón, el antisemitismo y el odio se han combinado para poner a los extranjeros en un lugar poco confortable. En vez de social, la crisis fue derivando hacia el abismo de las consideraciones raciales.
Las contribuciones fueron numerosas y a menudo payasescas, comenzando por los aportes de esa ya caduca figura que es el “intelectual francés”. Hélène Carrère d’Encausse, historiadora de prestigio y secretaria perpetua de la Academia Francesa, tuvo la gran inspiración de explicar así la ola de violencia que azotó los suburbios: “Esa gente viene directamente de los pueblitos africanos. Pero la ciudad de París y las otras ciudades de Europa no son pueblitos africanos. Por ejemplo, todo el mundo se asombra por qué los niños africanos están en la calle y no en la escuela. ¿Por qué los padres no puede comprar un departamento? Es claro, porque muchos de esos africanos son polígamos. En un mismo departamento hay cuatro o cinco mujeres y 25 chicos”. Días después, la relación entre poligamia y crisis obtuvo el sello oficial. En una entrevista al diario Financial Times, el ministro delegado de Trabajo, Gerard Larcher, dijo que la poligamia era “una de las causas de la violencia”.
Se puede ir más bajo en cuestiones raciales. El filósofo Alain Finkelkraut se destapó con otra explicación: “En Francia se quiere reducir la revuelta a su nivel social, se quiere ver en ella la revuelta de los jóvenes de los suburbios contra su situación, la discriminación que sufren y contra el desempleo. El problema radica en que la mayoría de esos jóvenes son negros o árabes y se identifican con el Islam. En consecuencia, es obvio que se trata de una revuelta de carácter étnico religioso”. Finkelkraut mencionó también que Europa “se burla” de Francia porque los jugadores de la selección francesa de fútbol son negros. Caben también en este retrato de una sociedad en crisis las escandalosas intervenciones antisemitas del cómico francocamerunés Dieudoné. Resumen de una de las más conocidas: “Aliento a los jóvenes de los suburbios que nos están mirando (en la televisión) para decirles: conviértanse como yo, traten de recuperarse. Unanse al eje del bien, al eje norteamericano sionista”. Existen otras como “los judíos son una secta, una estafa”.
Y todavía hay más, más triste, más racista. No más tarde que el miércoles pasado, en el curso de un acalorado debate en la Asamblea Nacional sobre las nuevas medidas contra la inmigración clandestina aprobadas por el gobierno. El diputado conservador François Grosdidier dijo que “en mi comuna, en un casamiento de entrecasa, la Municipalidad resuena con los you-you”. El diputado hablaba del peculiar sonido gutural de las mujeres árabes para expresar alegría.
De inmediato, la Asamblea se animó de insultos y gritos. Los socialistas y los comunistas gritaban “fascista, racista”, mientras que un diputado socialista levantaba en alto una hoja en blanco en la que había dibujado una cruz gamada.
Durante los disturbios suburbanos, Jean-Marie Le Pen, líder de la extrema derecha, había afirmado que Francia estaba “atacada por hordas extranjeras”. Pero eso resulta fino al lado de las barbaridades que se escuchan hoy. Hay una evidente tensión racial y lo que algunos analistas llaman “la guerra de las memorias”. Un episodio alucinante ilustra esa guerra. El martes pasado, los diputados de la mayoría rechazaron en la Asamblea una propuesta socialista que apuntaba a enmendar un párrafo de una ley de principios de año en el cual se estipulaba que los libros escolares destacaran los aspectos positivos de la colonización francesa. La enmienda no pasó y los libros escolares llevarán esa mención. Pascal Blanchard, autor del libro La fractura colonial, observa que “Francia vive hoy el contragolpe de 40 años de silencio. Y en vez de salir normalmente, todo está chocando en el mismo momento”. Esa es precisamente la impresión dominante: que varios elementos convergen simultáneamente para crear un desorden lleno de excesos y desprecio y en cuya corriente se insertan las ambiciones políticas.
La popularidad del ministro de Interior, Nicolas Sarkozy, es proporcional a la dureza de sus declaraciones sobre los extranjeros y a las medidas que toma. Esta semana, Francia aprobó un duro paquetes de medidas tanto contra la inmigración legal como la ilegal. Esta es, según Sarkozy, un factor de “desestabilización” de la sociedad. Al presentar el plan, el titular de la cartera afirmó que la “inmigración clandestina prepara a una sociedad desgarrada, fracturada, ghetoisada. También contribuye a producir odio y violencia. Las violencias urbanas que conocimos son una triste ilustración”. La frase se apoya en el vacío. Según una fuente del entorno del primer ministro Dominique De Villepin citada por el diario Liberation, “entre las personas interpeladas 7,5 por ciento eran extranjeros, y entre ellos una ínfima parte estaban en situación irregular”.
La nueva ley hará pasar de dos a cuatro años el plazo de residencia para que un extranjero tenga derecho a traer a su familia. Otra modificación concierne al período de vida común para que un extranjero casado con un francés pueda obtener la nacionalidad, que pasa de dos a cuatro años. En lo que atañe a los estudiantes, el primer ministro anticipó que “elegirán los mejores”. Muchas de las medidas propuestas tornan obligatoria una revisión del Código Civil francés, al tiempo que trastornan la tradición republicana de Francia. La inmigración clandestina es un hecho que todos los gobiernos combaten. El problema central de Francia es que esta lucha se mezcla con el entretejido político y una confusión derivada de los disturbios de los meses de octubre y noviembre. Combinados con las ambiciones políticas y los desvelos de una sociedad que le tiene miedo hasta a su propia sombra y no reconoce como franceses a quienes nacieron aquí pero tienen otro color de piel, estos ingredientes esbozan un horizonte agresivo y de una intolerancia cínica.
El episodio en la Asamblea protagonizado por el diputado que se burló de los “you-you” que escuchaba durante los casamientos en su municipio muestra que cierta forma de racismo se ha instalado en el corazón político de la democracia.