Miércoles, 4 de enero de 2006 | Hoy
Prácticamente no pasa semana sin que se acumulen pruebas de la negligencia y falsificaciones que justificaron la invasión estadounidense de Irak. Y esta semana no ha resultado una excepción.
Por Rupert Cornwell *
La administración Bush enfrentó ayer nuevos cargos acerca de su manejo de la inteligencia previa a la guerra, a través de un nuevo libro que dice que la CIA ignoró una gran cantidad de evidencia recogida por científicos de armas iraquíes, meses antes de la invasión de 2003, que decía que Saddam Hussein había abandonado hace mucho sus programas sobre armas de destrucción masiva. Según el libro Estado de Guerra: La Historia Secreta de la CIA y la Administración Bush (State of War: The Secret History of the CIA and the Bush Administration), Sawsan AlHaddad, hermana de un científico nuclear iraquí, fue una de los 30 iraquíes asentados en el extranjero que acordó volver a contactar parientes que supuestamente trabajaban en el desarrollo de armas. Cada uno de ellos informó que los programas no existían.
“¿De dónde sacaron estas preguntas, no saben que no hay programa nuclear?”, le dijo su hermano. El programa nuclear estaba muerto desde 1991. “No tenemos suficientes repuestos para nuestras fuerzas armadas convencionales, no podemos siquiera derribar un avión, no nos queda nada”, informó que le dijo. Un mes más tarde fue emitida la estimación de la ahora desprestigiada inteligencia nacional sobre las supuestas armas de destrucción masiva, afirmando que “Irak está reconstituyendo su programa nuclear”. El libro, escrito por el periodista del New York Times James Risen, retrata una CIA debilitada y propensa a desaciertos. Su capítulo más impactante, sin embargo, concierne a la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y el descubrimiento acerca de la vigilancia electrónica sin orden judicial que la NSA ha llevado a cabo por tres años contra ciudadanos estadounidenses. El Times no dio a conocer la noticia por un año, hasta que la publicó el mes pasado. Un furioso presidente George W. Bush ordenó una investigación sobre la filtración de la información, que ha generado una intensa controversia en el Congreso.
El libro hace un recuento de cómo Bush hijo “furiosamente colgó el teléfono” luego de que el ex presidente George H. W. Bush se quejó de que aquel estaba permitiendo que el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, “y un cuadro de ideólogos neoconservadores” ejercieran una influencia excesiva sobre la política exterior.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Virginia Scardamaglia.
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