Viernes, 26 de enero de 2007 | Hoy
Crece el enfrentamiento sectario ante la pasividad del ejército, la debilidad del gobierno y los dólares inútiles de Occidente.
Por Robert Fisk *
Desde París
Si sólo el dinero pudiera comprar la paz... ¿O se suponía que los 7600 millones de dólares entregados al primer ministro del Líbano en París ayer iban a ayudarlo a derrotar a Hezbolá, el enemigo de Estados Unidos, en las calles cada vez más salvajes de Beirut? Porque aun mientras el presidente Jacques Chirac de Francia estaba recibiendo el aplauso por conducir la conferencia sobre la deuda del Líbano –Estados Unidos comprometió 770 millones de dólares–, las tropas libanesas luchaban por controlar el peor combate sectario hasta ahora en la capital libanesa. Por lo menos tres estudiantes, incluyendo un partidario del gobierno musulmán sunnita, murieron, aparentemente por disparos.
En un momento, ayer, miles de militantes de Hezbolá y de musulmanes Amal chiítas fueron llevados en camiones de los suburbios del sur al campus de la Universidad Arabe Libanesa en Tarek el Jdeideh, donde los estudiantes –los sunnitas apoyando al gobierno, los chiítas con Hezbolá– estaban luchando en los anfiteatros y en las aulas. Muchos sunnitas locales tenían miedo de que los chiítas los sacaran de sus hogares y las tropas libanesas tuvieron que evacuar a los estudiantes sunnitas en camiones del ejército.
Tanto del liderazgo de Hezbolá como del de Saad Hariri, cuyo futuro partido está en el gobierno electo de Siniora, surgieron pedidos de que se pusiera fin a la lucha –de más está decir que se culpaban entre sí– en la que hubo 3 muertos y 152 heridos. Durante varias horas, el ejército libanés –una vez más– no pudo restablecer el orden, y se vio reducido a lanzar disparos al aire en un vano intento por separar a la multitud. Muchos de los donantes de París deben haberse preguntado cómo el Líbano, que tiene una aplastante deuda –por cierto asombrosa– de 41 mil millones de dólares, planeaba gastar su dinero cuando el país se está cayendo a pedazos.
Los sauditas prometieron entregar más de mil millones de dólares –un reino musulmán sunnita tratando de apoyar a un gobierno conducido por sunnitas en Beirut al que han renunciado los chiítas– por gratitud a Estados Unidos. Ni Washington ni sus amigos en Medio Oriente quieren otra catástrofe –la caída de una administración apoyada por Estados Unidos en Beirut– para añadir al baño de sangre en Irak y la creciente anarquía de Afganistán. Pero, peor todavía, el presidente Bush no quiere que sus enemigos iraníes y sirios ganen la batalla de Líbano a través de Hezbolá.
El Banco Mundial y el Fondo Monetario Arabe reunieron 2250 millones de dólares para el gobierno de Siniora –el primer ministro es un economista educado en Estados Unidos–, pero debe saber lo rápido que está decayendo la seguridad de su país. En un momento pareció improbable que fuera a París para escuchar las expresiones públicas de alegría de Chirac. Ahora es casi imposible recordar que el propósito original de la conferencia de París era reunir dinero para restaurar la infraestructura del Líbano que los propios aliados de Estados Unidos, los israelíes, habían destruido después que Hezbolá capturara a dos soldados de ese país el pasado 12 de julio.
En Beirut resulta claro que los comandantes del ejército simplemente no pueden pedirles a sus soldados que les disparen a sus compatriotas cuando los ven usando armas. “Estamos aquí para proteger a todo nuestro pueblo, a toda la gente del Líbano”, dijo un joven oficial esta semana mientras miraba los disturbios entre sunnitas y chiítas en Beirut. El problema real, por supuesto, es que el ejército libanés proviene en su mayor parte de los chiítas, y en el momento en que a las tropas se les ordene atacar a gente de su propia secta –aunque muchos en la muchedumbre ahora usan capuchas y llevan cachiporras de madera–, la unidad del ejército no puede ser garantizada. Pero ayer parecía que los días, cuando las tropas del Líbano no hacen más que disparar al aire, pueden estar llegando a su fin.
Que los Grandes y los Buenos se hayan reunido en París para ayudar a “salvar” al Líbano –un país que tiene menos de 4 millones de habitantes– demuestra lo desesperada que es la situación en Beirut ahora. Las apuestas son altas para un mundo occidental que ve el “extremismo” detrás de cualquier amenaza dentro de los países de Medio Oriente. En un mundo árabe habituado a las conspiraciones, hay muchos que creen que Occidente siempre tuvo la intención de dividir sus tierras.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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