Martes, 24 de abril de 2007 | Hoy
Por Andrew Osborn *
Desde Moscú
El colorido presidente post-soviético de Rusia, Boris Yeltsin, murió ayer de un ataque cardíaco después de una larga historia de problemas cardiovasculares y otros relacionados con el alcoholismo. A las 15.45 hora de Moscú y en la clínica central se apagó oficialmente la vida de un personaje contradictorio y desmesurado, que acabó con el comunismo en la URSS y precipitó la desintegración del último imperio del siglo XX. En el típico estilo del Kremlin, nadie supo que estaba siendo tratado en un hospital hasta que se anunció que había muerto a causa de “una creciente insuficiencia cardiovascular”.
Yeltsin, de 76 años, probablemente sea recordado por el rol crucial que jugó en el desmantelamiento de la Unión Soviética en 1991, un hecho que le abrió el camino a un período anárquico de libertad e incertidumbre. Fue Yeltsin quien se enfrentó al grupo de conjurados próximos a Gorbachov que intentaron un golpe de Estado en agosto de ese año para frenar la desintegración soviética. La imagen de Yeltsin subido a un tanque es tal vez el momento estelar de ese hombre que no temía los riesgos y que en aquel agosto tuvo en sus manos el destino de la URSS. Fue el corpulento y canoso ex ingeniero que firmó el tratado que envió a la URSS a la basura de la historia, marginando brutalmente a su entonces némesis, Mijail Gorbachov, el último presidente la Unión Soviética.
Yeltsin timoneó a Rusia a través de uno de los períodos más turbulentos de su historia, de 1991-99, eligiendo a dedo a Vladimir Putin como su sucesor antes de renunciar sorpresivamente en un discurso televisivo a la nación el último día del siglo XX. Más tarde, aprobó la dolorosa política económica de “terapia de shock” que vio cómo los niveles de vida de los rusos comunes se hundían de la noche a la mañana, instando a que muchos maldijeran al hombre al que antes habían saludado como un héroe.
Controversialmente, también presidió la creación de una nueva clase de empresarios, los oligarcas, a quienes se les permitió comprar las joyas industriales del país por chirolas a cambio de prestarle dinero en efectivo al gobierno. Fue en ese período que crecieron las enormes desigualdades entre un pequeño círculo de rusos que estaban en el momento y lugar apropiado y el resto de la población. Durante años después, los rusos comunes afirmarían que se les había permitido a los oligarcas saquear los recursos naturales del país a expensas suyas. Su legado también estuvo estropeado por su decisión de comenzar en 1994 la primera guerra con Chechenia, un conflicto brutal que le costó la vida a decena de miles de personas.
Los partidarios del Partido Comunista que él proscribió nunca pudieron perdonarle su decisión en 1993 de autorizar un ataque armado contra la Casa Blanca rusa que estaba ocupada por comunistas desafiantes en ese momento. Los no comunistas también creían que él había traicionado el espíritu de la democracia que había corporizado en un momento.
Y, por supuesto, el Zar Boris será recordado siempre por sus payasadas alimentadas por el alcohol, ya sea conduciendo una orquesta del ejército en la dividida Alemania o cayéndose al emerger de su jet presidencial en un aeropuerto irlandés. La batalla por su legado político e histórico comenzó de verdad ayer, cuando sus partidarios aparecieron con brillantes endosos de su tiempo en funciones. “Yeltsin representa toda una época en la historia de este país”, dijo Sergei Stepashin, que fue primer ministro bajo Yeltsin y ahora es presidente de la Cámara de Auditoría del país. “Deberíamos recordar a Boris Yeltsin. Lamentablemente, este país tiene un problema con la memoria histórica. Era una persona ambigua, y, sin embargo, asumió una gran responsabilidad por el destino de Rusia.”
Gorbachov, que culpó abiertamente a Yeltsin por el prematuro y anárquico colapso de la Unión Soviética, emitió una declaración ambigua. Dijo: “Quiero expresar mis más profundas condolencias a la familia del difunto sobre cuyos hombros descansan importantes eventos para el bien del país y errores serios. Un destino trágico”.
El secreto mejor guardado de Rusia son los detalles sobre cómo pudo Yeltsin confiar su sucesión a un funcionario del KGB, después de haber sido tan belicoso contra esta institución cuando aspiraba al poder. Una de las explicaciones son las garantías dadas por Putin de no llevar nunca a los tribunales a Yeltsin o a los miembros de su familia.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère
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