Sábado, 9 de junio de 2007 | Hoy
EL MUNDO › OTRA DERROTA DE BUSH EN EL CONGRESO DE EE.UU.
Por Antonio Caño *
desde Washington
El Senado de Estados Unidos cerró ayer la puerta a un ambicioso proyecto de reforma de la ley de inmigración, apoyado por los líderes demócratas y por el presidente George Bush, con lo que no sólo deja en evidencia la debilidad del liderazgo político actualmente en este país, sino también la enorme división que el problema de la inmigración genera en esta sociedad. La nueva ley queda, por ahora, estancada. Tal vez, hasta que se renueve la Legislatura.
Una mayoría de republicanos que considera que este proyecto era una amnistía encubierta para los 12 millones de inmigrantes que habían entrado ilegalmente en este país, apoyados por una minoría de demócratas que creen que la ley crearía una clase proletarizada que abarataría el mercado de mano de obra, impusieron finalmente su criterio en el Senado.
La votación –un intrincado procedimiento en el que se decidía poner fin al obstruccionismo de algunos legisladores– se quedó a 15 votos de distancia de los 60 que hubieran sido necesarios para sacar la ley adelante. Siete republicanos votaron a favor y 38 en contra; 37 demócratas dijeron sí y once dijeron que no. De todos los que hablaron para justificar este fracaso y abrir esperanzas de que la situación pueda cambiar en el futuro, nadie se expresó con más contundencia que el senador de Florida Mel Martínez: “El Senado de Estados Unidos, a pesar de su larga trayectoria, hoy le ha fallado de forma bipartidista al pueblo norteamericano; así de sencillo y de claro”.
El proyecto de ley había llegado al Congreso rodeado de los mejores augurios. Impulsado por un presidente que buscaba el mayor, quizás único, éxito de su segundo mandato, negociado con los líderes demócratas del Senado y apoyado por famosos senadores de ambos partidos, como Ted Kennedy, John McCain o Trent Lott.
Era, digamos, el escenario perfecto para una propuesta legislativa. Pero nada de eso sirvió. La fuerza conservadora dentro del Partido Republicano no tuvo escrúpulos en abandonar a su propio presidente para rechazar una propuesta que no cuenta con el apoyo de la base republicana.
Desde que el proyecto fue presentado al Congreso, no ha pasado un día sin que los comentaristas radiofónicos conservadores y los políticos del ala ultra del Partido Republicano no alertaran en términos apocalípticos sobre los males que la reforma migratoria traería sobre el país: el perdón a los delincuentes, la desaparición del inglés, la destrucción de la cultura norteamericana y cosas por el estilo.
“Los demócratas lo han hecho mal, pero los republicanos lo hemos hecho peor”, se quejaba ayer uno de los más veteranos senadores republicanos, Arlan Specter. John McCain, otro de los derrotados en el Senado, encuentra aquí un obstáculo más para su campaña presidencial.
Pero el principal derrotado es, por supuesto, George Bush, que se había comprometido a sacar esta ley adelante en su reciente viaje a México –origen de la mayoría de los inmigrantes ilegales– y que ha hecho profusamente campaña en su favor. “Esta era ley de Bush. ¿Dónde están los votos que el presidente tenía que tener?”, se preguntaba el líder demócrata en el Senado, Harry Reid. Ahora la reforma irá a parar al congelador.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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