EL MUNDO • SUBNOTA › OPINIóN
› Por José Natanson
La arrolladora victoria de Silvio Berlusconi en las elecciones italianas no debe ser vista como un episodio aislado, sino como parte de una tendencia más amplia que incluye los triunfos de Angela Merkel en Alemania y de Nicolas Sarkozy en Francia. Salvo Gran Bretaña, que permanece bajo control laborista, hoy las grandes potencias europeas tienen gobiernos de derecha o centroderecha. Y esto incluso ocurre en cuatro de los cinco países escandinavos, considerados desde siempre como el último refugio de la socialdemocracia.
Esto implica, en primer lugar y por si a alguien le quedaba alguna duda, el final definitivo de la Tercera Vía. Nacida como un intento de adaptación de las viejas fuerzas de izquierda a las nuevas exigencias de la globalización, la Tercera Vía exploró astutamente un nuevo equilibrio Estado-mercado bajo el liderazgo de Tony Blair y Gerhard Schröder, e incluso se hablaba de una prolongación atlántica en la figura de Bill Clinton.
Según Ernst Hillebrand, uno de los intelectuales alemanes que más se ha dedicado a estudiar el tema, su fracaso se explica por muchos motivos, desde la imposibilidad de cumplir las promesas de generar una revolución educativa que actúe como nuevo igualador social (el de-sempleo juvenil en la Unión Europea hoy ronda el 18 por ciento) hasta la renuencia a enfrentar nuevos problemas como la inmigración. Además, claro, de un alejamiento de la tradicional base social de la izquierda europea, la clase trabajadora, debido a las dificultades para avanzar en una redistribución progresiva del ingreso, como demuestra el hecho de que la cuota salarial –es decir, el porcentaje del producto total de una economía que corresponde a sueldos y salarios– haya decrecido en los últimos 25 años del 72,1 a 68,4 por ciento.
Pero el triunfo de Berlusconi también revela que la derecha que hoy gobierna o es segunda fuerza en buena parte de Europa está lejos de ser homogénea. Va desde el exitoso centrismo con solidaridad social de Merkel al divismo ultrapragmático de Sarkozy, cuya ideología cambia según de donde sople el viento, hasta el conservadurismo filo integrista del PP español y, ahora, al renovado empresarialismo sin escrúpulos de Il Cavaliere. Dicen los analistas italianos que el regreso del magnate es resultado más de los errores de sus rivales que de sus propios méritos y que el clima de escepticismo y desilusión que campea por allí lo explica en parte. Puede ser cierto, pero también es verdad que llega montado a una ola que lo excede.
Las comparaciones siempre son interesantes. Mientras cada vez más países de Europa se inclinan a la derecha, América latina gira casi ordenadamente hacia la izquierda. En todo caso, lo central es cómo hará la derecha europea para enfrentar los desafíos que la nueva izquierda no pudo resolver. Uno de ellos, nada menor, es la ratificación parlamentaria del Tratado de Lisboa. Como se sabe, el Tratado Constitucional Europeo fue descartado tras la derrota que sufrió en los plebiscitos en Francia y Holanda, y ahora se busca un marco institucional de bajo perfil que sea aprobado solo por los parlamentos nacionales, sin pasar por el riesgoso trámite del referendo. Como señala sagazmente el sociólogo francés Hervé Do Alto, los políticos e intelectuales europeos que se espantan por el populismo latinoamericano deberían reconocer que los caudillos demagogos que pululan por aquí al menos están dispuestos a someter a la voluntad popular sus proyectos de cambio constitucional.
En cualquier caso, un desafío más para la nueva derecha multicolor que se extiende por Europa.
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