EL MUNDO • SUBNOTA › TRES ESPECIALISTAS ANALIZAN LAS CONSECUENCIAS DEL REGRESO DE LA DERECHA AL PODER
Son pocos los que creen que “la tercera será la vencida”. El empresario y sus aliados ya gobernaron dos veces Italia y terminaron perdiendo el poder en medio del escándalo. En su regreso confluyen tanto el crecimiento de los temas de la derecha como el fracaso de la coalición de centroizquierda.
Por Franco Castiglioni *
El voto fue un giro político, económico y cultural a la derecha. En primer lugar, político: Berlusconi y sus aliados obtuvieron una mayoría absoluta en las cámaras. Dentro de la coalición de la derecha, conformada por el Pueblo de la Libertad –unión entre Forza Italia y Alianza Nacional– junto con la Liga Norte, esta última es la que más creció y coloca una hipoteca muy fuerte sobre el futuro programa del gobierno. La composición de la derecha impone una agenda neoliberal: menos impuestos, menos bienestar social. La posición de la Liga Norte siempre fue contraria al Estado Benefactor y el elemento racista tiene mucho que ver: argumenta que el sur es pobre porque quiere serlo, “no trabaja” y el centro –sobre todo Roma, la capital– “es una enorme burocracia que se lleva la carga fiscal que paga el norte”.
Es un giro cultural en la dimensión entre Estado e Iglesia. En estos años se fue afianzando la relación con el Vaticano, que se vio en el bloqueo al reconocimiento del casamiento entre homosexuales; en el freno a las investigaciones sobre embriones y en el cuestionamiento a la legalidad del aborto (una ley que lleva 30 años). Este voto da más fusión, tiende a legitimar las posiciones más cercanas a la iglesia, que ponen en discusión avances en los derechos civiles en la sociedad. Coincide con las continuas intervenciones de la iglesia dentro de la política italiana.
En lo económico, el giro es hacia más neoliberalismo. El voto le da mayor legitimidad a la opción neoliberal, reducir impuestos, reducir el gasto público. Sin embargo, los problemas siguen estando y se han agravado en estos años. Por un lado, Italia se mantiene en crecimiento cero, es uno de los países europeos con más bajos salarios, ha ido en aumento la disparidad entre la clase medio-alta y la medio-baja. Son bajos los salarios de la industria y las jubilaciones. Se redujo la capacidad de consumo, se perdió competitividad –los últimos años fue un país que menos invirtió en tecnologías y producciones competitivas–.
¿Por qué la derecha pudo imponerse? Porque el centroizquierda no logró una respuesta reformista que pudiera entusiasmar a los ciudadanos con criterios progresistas como la redistribución del ingreso y crecimiento económico. No entusiasmó con estos dos elementos a los jóvenes, que tienen el mayor índice de desempleo. La derecha encontró un camino muy fértil para volver a vender la idea de liberalizar la economía, que derivará en un derrame hacia los sectores populares. Berlusconi no lo había logrado antes, pero al no haber resultados del centroizquierda, pudo encontrar en la sociedad por lo menos una delegación para hacer.
Hay un tema que distingue a la derecha italiana: su líder concentra el poder económico y político. Hubo leyes hechas ad hominem, pensadas sólo para él. Ese elemento es un problema. Berlusconi entró en la política porque tenía una serie de problemas económicos con sus empresas y causas judiciales abiertas y a la vez mostró extraordinaria capacidad de sobrevivir frente a los intentos –tibios– del centroizquierda por lograr una legislación que divida el poder político del económico.
* Director académico del Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN)
Por Gabriel Puricelli *
Gracias a la actual ley electoral, Silvio Berlusconi generó las condiciones de inestabilidad política que lo devolvieron al poder lo más rápido posible. Y en eso se ha probado exitoso tras la victoria en los comicios de ayer de su partido, el recién nacido Pueblo de la Libertad. Primero, el líder conservador logró impedir gobernar al centroizquierda y después consiguió derrotarlo en las urnas. Sin embargo, con la mayoría que obtuvo Berlusconi es muy dependiente en el Senado de la xenófoba Liga del Norte de Umberto Bossi. Sin ellos no tiene mayoría. Justamente, ese partido fue el que lo hizo caer en su primer gobierno, el que lo complicó en su segundo mandato, y por culpa del cual el último gobierno de Berlusconi se mantuvo aislado de la Unión Europea. Por su parte, Walter Veltroni, el líder del Partido Democrático (PD), intentó llevar a cabo una tarea titánica que se terminó revelando imposible: reordenar el sistema político italiano en una lógica bipolar y ganar las elecciones. No logró ninguna de las dos, aunque estuvo más cerca de lo que todo el mundo esperaba al principio de la campaña. La diferencia entre el polo que apoya a Berlusconi y los dos partidos que respaldan a Veltroni es menos de la mitad de lo que indicaban las encuestas al momento de la caída del ex premier Romano Prodi.
Con estos resultados, el sistema está un poco más polarizado y un poco menos fragmentado, pero la suma de las dos principales fuerzas apenas alcanza un 70 por ciento de los votos, por lo que la realidad política sigue siendo fragmentada. La inestabilidad ha sido el modo existencial de la política italiana desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, con la excepción del último gobierno de Berlusconi que, pese a las recurrentes crisis que atravesó, duró cinco años. Italia es uno de los países que más primeros ministros tuvieron. La anomalía italiana consiste en que la inestabilidad política ha sido acompañada desde 1945 hasta los años ’90 por un importante desarrollo económico. El estancamiento recién comenzó hace unos diez años, por eso la crisis política no es un reflejo mecánico del actual parate económico. Esa inestabilidad es la que proveyó el incentivo para que los partidos chicos ingresaran al Parlamento. Pero ahora es la primera vez que el juego de alianzas impide el ingreso de esos grupos, lo que implica un golpe brutal para la izquierda Arcoris, de la que Veltroni decidió separarse para estas elecciones. Así, ese sector se quedó afuera porque Veltroni tuvo éxito en que su partido funcionara como una aspiradora de los votos de la izquierda. En realidad, el líder de centroizquierda fue en alianza con Fernando Dipietro, del grupo Italia de los Valores, pero en la opinión pública se instaló como un partido único, generando un efecto polarizante. En tanto, el centroderecha de la Unión Demócrata Cristiana y de Centro (UDC) tuvo un resultado que le permitió pensar en su primera aventura sin Berlusconi. Por eso, en el mediano plazo puede reemplazar al aliado del nuevo premier, la Liga del Norte, o en un futuro ser parte de una coalición de centroizquierda.
En cuanto al nuevo gobierno de Berlusconi, es poco probable que sea diferente a los que ya lideró. La última vez, el empresario político les prestó tanta atención a los intereses económicos especiales que se olvidó de la economía general. Así favoreció la concentración económica y apostó al populismo impositivo, que lejos estuvo de apuntar a la equidad social.
* Coordinador del Programa de Política Internacional del Laboratorio de Políticas Públicas.
Por Andrés Ortega *
La cuestión que causa cierto desasosiego e incredulidad fuera de Italia y a casi una mitad de los italianos (una sociedad políticamente dividida, como casi todas) es la de que cómo es siquiera posible que Silvio Berlusconi haya vuelto a convertirse por tercera vez en presidente del gobierno, volviendo a unir en su persona la característica de ser el hombre más rico y el políticamente más poderoso. El encarna la corrupción personificada en el corazón del Estado, la influencia directa del dinero y de los medios de comunicación en la política. Esa es la base de su populismo, ante el que se plantean no sólo objeciones políticas sino morales, e incluso estéticas, pues este personaje es muy vulgar.
Italia puso su sistema político patas arriba con la campaña de Manos Limpias de jueces y fiscales que acabó con el dominio de la Democracia Cristiana. El desencanallamiento de la política italiana que buscaba esa operación se ha reproducido, y el mayor beneficiario ha sido Sua Emitenza, que ha subvertido la Justicia para protegerse de los cargos de corrupción. Gracias a los cambios de leyes que impulsó, llegó a estas elecciones libre de preocupaciones de condenas y cárceles. Y, a sus 71 años, puede aspirar a situarse como referente moral en la presidencia de la república, empujando a Napolitano a dimitir para tomar acto de lo que llama “la nueva fase política italiana”.
Los italianos tienen ese arte de no tomarse en serio ni la política ni a sus políticos. La mejor explicación que he escuchado, de boca de un amigo romano, es que la última vez que los italianos se tomaron realmente en serio a un dirigente político fue con Benito Mussolini, y el tiro les salió por la culata. Este descreimiento es el que hace posible que pueda ganar un personaje como Berlusconi.
Pero podrían haberse parado a pensar qué ha hecho por Italia, y la verdad es que bien poco. Ha hecho más por él y por la defensa de sus intereses, mezclando los suyos privados y públicos. Pero, claro, él mismo lo explica: “Si yo, velando por los intereses de todos, también cuido los míos, entonces no se puede hablar de conflicto de intereses”.
El mismo hace una apelación constante a la ilegalidad. Para Berlusconi, que promete reducciones fiscales, si el Estado te pide demasiado es legítimo evadir los impuestos. Lo dijo una vez, recuerda otro amigo italiano, cuando era primer ministro, nada menos que en la ceremonia de graduación de los Finanzieri, la policía fiscal. Y lo ha repetido en la campaña. Otra vez afirmó que “hay leyes que los italianos no perciben como tales”. Ahora bien, añade el amigo, no son sólo los italianos ricos, sino también los menos ricos, los que violan las normas para evadir impuestos, subsidios a los que no se tiene derecho, a construir contra las normas municipales, a cobrar en negro por actividades no declaradas, o a tener una ilegal como asistenta. Esto no es propio únicamente de Italia.
La diferencia es que Berlusconi les dice descaradamente a los italianos que no se preocupen, que no les va a pasar nada. Los confirma en su descreimiento del Estado. Y si Italia anda bloqueada, él no la va a desbloquear. No es un reformista.
La izquierda tiene también una parte de la responsabilidad de que Berlusconi vuelva al mando político. Pues aunque el gobierno de Prodi cayó por Mastella, un democristiano, de picador actuó la izquierda radical. En cuanto a Walter Veltroni y su Partido Demócrata (PD), representa algo nuevo y el empuje de una nueva generación (la siguiente a la del propio dirigente). Pero su política se ha vuelto tan moderada, tan realista, que frustra muchas de las ilusiones que había despertado. El PD no quiere que se le recuerde su pasado comunista y hasta tiene miedo de aparecer como socialdemócrata.
Por si no bastara, recuerda el citado amigo, está la cuestión religiosa, sumamente artificial en un país donde son cada vez menos los que siguen los preceptos de la Iglesia Católica a los que, sin embargo, los cuatro líderes de los partidos de derecha rinden homenaje diario, aunque todos tienen algo en común: Berlusconi, Casini, Fini y Bossi son todos divorciados y vueltos a casar. Forman parte de los llamados atei devoti (ateos devotos), no cristianos sino cristianistas, en el sentido de que están convencidos de que para oponerse a lo que ven como el monstruo islámico hay que seguir fielmente el diktat del Papa alemán, con quien mantienen una alianza nefasta.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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