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El hombre de aluminio
Por Claudio Uriarte
En realidad, la arrasadora victoria en la guerra de Afganistán fue el producto de la acción de un solo hombre: Donald Rumsfeld, secretario de Defensa norteamericano. El crédito de que hoy goza Bush, con tasas que rozan el 90 por ciento de aprobación popular, sólo se compara con el del jefe del Pentágono, que ya supera el 80 por ciento. El resto de la colección de funcionarios de política exterior de la administración anduvo a los tumbos y a ciegas en todo momento, y esto es todo lo que puede decirse de la milagrosa transfiguración de que disfruta por ahora uno de los gobiernos -tomados en conjunto- más claramente incompetentes de la historia moderna de Estados Unidos.
A Bush la suerte se le quebró primero a mediados de 2001, cuando la defección del republicano moderado Jim Jeffords lo privó de la frágil mayoría de que disfrutaba en el Senado. No obstante, y para entonces, el presidente ya había logrado hacer aprobar su máxima barrabasada: una multibillonaria y regresiva reducción de impuestos que liquidó como por arte de magia los superávit de los años de Bill Clinton, sin perceptible efecto correctivo en una recesión cada vez más apremiante. Adicionalmente, Bush ya ha anunciado que se propone aumentar los gastos militares, con lo cual el horizonte del déficit creciente se vuelve una certeza. Al mismo tiempo, el panorama en que esto ocurre es sombrío: Japón permanece en recesión, Europa está entrando en ella y en América Latina está empezando un tembladeral de magnitud sólo comparable al océano de plácida ignorancia en que la administración flota respecto al tema.
Dentro del surtido reparto de actores del gobierno, quizá ninguno resulte más llamativo que el secretario del Tesoro Paul O’ Neill, una especie de “americano impasible” que repite la misma letanía económica liberal para cualquier problema económico internacional que confronte, desde Japón hasta la Argentina. En efecto, después de rechazar el “proteccionismo” y las “soluciones fáciles” para Argentina no se privó de hacerlo esta semana en Japón, al hablar públicamente contra una posible devaluación competitiva del yen. “Históricamente, está probado que el proteccionismo no funciona”, predicó desde su púlpito en Tokio. Siendo el ex titular de Alcoa, el monopolio del aluminio en Estados Unidos, algo más debería saber sobre proteccionismo, aunque más no sea por experiencia personal. En lo que cabe a la historia, es probable que el hombre de aluminio ya tenga su lugar asegurado, cuando empiece a debatirse quiénes perdieron América Latina.