EL MUNDO › CRISTINA FERNáNDEZ, SATISFECHA CON EL ROL QUE JUGó ANTE LA OEA

El gesto de respaldo se cerró en El Salvador

 Por Daniel Miguez

Eran las dos y media de la madrugada de ayer y la presidenta Cristina Fernández atravesaba el pasillo del Tango 01 con un –poco glamoroso pero muy efectivo– sandwich de milanesa después de un largo ayuno en otro día vertiginoso y de pura tensión, que se alargaba porque el avión presidencial no podía despegar del aeropuerto de San Salvador para volver a Buenos Aires, en medio de truenos, relámpagos y una lluvia torrencial bien caribeña. Poco antes, la Presidenta había recibido junto al secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, y los presidentes Rafael Correa (Ecuador), Fernando Lugo (Paraguay) y Mauricio Funes (El Salvador) al derrocado mandatario de Honduras, Manuel Zelaya, tras el frustrado intento de regresar a su país, mientras se desataba una violenta represión contra los manifestantes que habían ido a recibirlo.

Todos ellos, junto con el presidente de la Asamblea General de la ONU, el ex canciller nicaragüense Miguel D’Escoto (que compartió el viaje con Zelaya), dieron una conferencia de prensa ante más de cien periodistas en los pasillos del free shop del aeropuerto de San Salvador, cerrando así el gesto político de total respaldo al presidente depuesto, pero por encima de esto, a la vigencia del orden democrático en el continente, como todos remarcaron.

En una charla informal con los periodistas dentro del avión mientras esperaba que amaine la tormenta, a la Presidenta se la vio satisfecha. Es que si bien no había podido cumplir el formal pero prácticamente imposible objetivo de regresar con Zelaya a Honduras para que retome el mando, tuvo un importante rol en destrabar una situación que había agotado horas de discusión a lo largo de un día y medio en Washington. El problema que se planteó fue cómo dar un paso más en apoyo a Zelaya, más allá de la ya trabajosa decisión unánime de suspender a Honduras como miembro de la OEA, el segundo caso en la historia después de la misma medida tomada contra Cuba en 1962.

Es que había dos posturas iniciales. Una, defendida con más fuerza por Venezuela y Nicaragua, sostenía que Insulza, como máxima autoridad de la OEA, viaje con Zelaya a Honduras, algo que el propio secretario general había desaconsejado en su informe, en el que, además, hasta indirectamente había sugerido la inconveniencia de que el propio presidente derrocado intente el retorno para evitar hechos de violencia graves. Frente a esto, varios países, desde el más influyente, Estados Unidos, pasando por Canadá y casi todos los centroamericanos, decían que era suficiente la suspensión y continuar con gestiones diplomáticas para intentar el regreso de Zelaya.

Ante la falta de consenso evidente, Cristina propuso una salida intermedia: que mientras Zelaya intentaba su retorno a Honduras acompañado por D’Escoto, Insulza, acompañado por ella, Correa y Lugo, fueran al limítrofe El Salvador, para esperar allí a Zelaya si fracasaba en su objetivo, como era previsible, con lo cual se alcanzaba un más alto nivel de involucramiento de la OEA. La moción fue aceptada por Insulza y así Zelaya tuvo a su regreso a El Salvador un espacio con fuerte presencia internacional (OEA, ONU y tres presidentes) para exhibir que le habían negado el ingreso a su país y denunciar la represión a sus partidarios, con dos muertos y diez heridos de bala.

Fue un notable adelanto, habida cuenta de lo costoso que fue consensuar el documento de suspensión de Honduras, en el que cada palabra llevaba a largas discusiones. Uno de los negociadores le contó a Página/12 que sólo la palabra “cooperación” demandó cuatro horas de discusión. El proyecto original decía en su punto 4: “Exhortar a los Estados miembros y a las organizaciones internacionales a que suspendan todo tipo de cooperación con la República de Honduras”. Pero se fue ablandando tanto que quedó así: “Encomendar a los Estados miembros y a las organizaciones internacionales que revisen sus relaciones con la República de Honduras”.

La Presidenta vivió el desenlace con mucha tensión mirando por televisión en un salón del aeropuerto de San Salvador la represión en Honduras. Luego, desde Nicaragua, donde el avión bajó a cargar combustible, la llamó Zelaya para contarle detalles y decirle que “ahorita” viajaba para El Salvador. Pero el “ahorita” implicó más de dos horas, ya que en el aeropuerto de Managua lo fue a recibir el presidente Daniel Ortega.

Esos detalles incluyeron el peligroso sobrevuelo por Tegucigalpa a alta altura y seguido por dos cazas de la aeronáutica nicaragüense y una aproximación casi en picada sobre el aeropuerto para que la gente viera claramente al avión y la intención de Zelaya de intentar retornar a su país.

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La presidenta Fernández regresó a Buenos Aires desde San Salvador.
Imagen: Télam
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