Miércoles, 12 de mayo de 2010 | Hoy
EL MUNDO › CóMO NEGOCIó CAMERON EL ACUERDO CON LOS LIBERALES
En secreto, los conservadores esperaban marchar hacia el poder con una fuerte mayoría en la Cámara de los Comunes. Clegg se enteró el viernes a la noche de que Brown ya había aceptado lo inevitable e iba a renunciar.
Por Andy McSmith *
David Cameron tenía una pequeña lista. Una importante lista. Los nombres de todos los hombres y mujeres que había seleccionado para tener una función en la administración que esperaba formar el viernes pasado a la mañana, después de que se supieran los resultados de la elección. Los conservadores estaban tan seguros de que estaban en el umbral que a las 19 del jueves, tres horas antes que se cerraran las mesas de elección, uno de los asistentes de Cameron, Jeremy Heywood, el secretario permanente en Downing Street, estuvo cinco minutos leyéndole la lista. También dio a conocer algunos funcionarios civiles que se pensaba que estaban tan quemados por su asociación con el laborismo que Cameron quería que se fueran.
Naturalmente, no había liberal demócratas en la lista que recibió el asombrado Heywood, porque, en secreto, los conservadores esperaban marchar hacia el poder con una fuerte mayoría en la Casa de los Comunes. Los conservadores tuvieron su primer sacudón casi inmediatamente después de que terminara la votación, a las 22, cuanto una encuesta a boca de urna predijo que ganarían 307 bancas, por lo menos 15 menos de lo necesario para lograr la mayoría. La encuesta también predijo que los liberal demócratas perderían más bancas y terminarían con sólo 59.
Consciente de que la encuesta iba a salir en las primeras ediciones de los diarios del día siguiente, los asesores de imagen conservadores emitieron una serie de mensajes advirtiendo que era sospechosa. Una persona que les creyó fue el bloguero conservador Iain Dale, que rápidamente blogueó que “correría desnudo por Whitehall” si los liberal demócratas realmente lograban sólo 59 bancas. Esa fue la primera promesa que se rompió en la nueva era.
Solo cuando llegaron los resultados de lo que debían ser bancas seguras es que los conservadores se dieron cuenta de que estaban por sufrir una cruel desilusión. El viernes a la mañana quedó en claro por primera vez desde febrero de 1974 que una elección general había producido un Parlamento sin mayoría absoluta, con los liberal demócratas manteniendo el equilibrio.
Deprimidos por los resultados, los espíritus de los conservadores se alzaron rápidamente el viernes a la mañana, cuando Nick Clegg llegó a los cuarteles de los liberal demócratas en Westminster y dio un discurso improvisado en la calle, en el que implicaba que estaba listo para comenzar una tratativa que haría que David Cameron entrara a 10 Downing Street. Sus palabras inspiraron una ronda de aplausos en los cuarteles conservadores y desparramaron tristeza en los cuarteles de los laboristas. Ahí los activistas se habían despertado contentos con la noticia de que los resultados no eran tan malos como temían; habían dejado a los liberal demócratas a un tercer puesto y habían impedido que los conservadores entraran en funciones inmediatamente. Algunos ministros y consejeros experimentaron un ápice de esperanza de que finalmente pudieran quedarse con sus puestos en el gobierno. No entendían por qué Clegg parecía estar tirando por la borda una oportunidad para mantener fuera a los conservadores.
Pero Gordon Brown no estaba consternado. Había regresado a Downing Street del electorado de Kirkcaldy y Cowdenbeath de sorprendente buen humor, posiblemente aliviado de que la campaña se hubiera terminado. A las 7 de la mañana, reunió a tres ministros del gabinete –Peter Mandelson, Andrew Adonis y Douglas Alexander– para planear cómo permanecer en funciones. Lord Mandelson y Harriet Harman fueron a las radios a recordar al país que Brown todavía era primer ministro y tenía el derecho constitucional de tratar de juntar una administración.
Sus comentarios provocaron cierta furia en algunos reductos del Partido Conservador. Pero como señaló el ex secretario del Gabinete, Andrew Turnbull, Brown estaba haciendo lo que la constitución le requería al quedarse quieto hasta que se hubiera formado un nuevo gobierno. Más tarde el viernes, Brown supo que Cameron planeaba hacer una declaración a las 14.30 el viernes, y decidió hacerlo él primero. A las 13.45 salió a la puerta de Downing Street para hacer una declaración pública a los liberal demócratas. Ofreció “una reforma política de largo alcance” y un referéndum sobre la reforma electoral. Fue una apuesta inteligente que mantuvo a los laboristas en el juego mientras se arrastraban las negociaciones y sumaba a la presión sobre Cameron, pues los miembros de su partido probablemente se levantaran en una revuelta si no se aseguraba las llaves a Downing Street. Cameron hizo su primera apuesta 40 minutos después de Brown, haciendo lo que él dijo era “una oferta grande, abierta” a los liberal demócratas, incluyendo un “comité de todos los partidos de investigación sobre reforma electoral”.
Ninguno de los ofrecimientos era un factor decisivo, pero era claro que los liberal demócratas iban a tener que negociar seriamente en paralelo. Según lo que las fuentes liberales dijeron más tarde, Clegg se enteró el viernes a la noche de que Brown ya había aceptado lo inevitable e iba a renunciar como líder laborista.
Mientras la conversaciones informales se llevaron a cabo frenéticamente durante el fin de semana, las oficiales comenzaron el lunes por la mañana, y continuaron al otro día, cuando quedó en claro que el Partido Laborista estaba condenado.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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