EL MUNDO › OPINION
El Eje del Mal contraataca
Por Claudio Uriarte
Fue cómico, a su manera: mientras Estados Unidos redoblaba en el último trimestre del año sus tambores de guerra contra Irak –uno de los tres países del llamado “Eje del Mal”–, por desarrollar armas de destrucción masiva (químicas, bacteriológicas y quizá nucleares), Corea del Norte e Irán, los otros dos villanos, admitían y hasta propagandizaban la reactivación –el primero– y la construcción –el otro– de reactores nucleares de presunta utilización civil, pero que pueden ser reconvertidos fácilmente a las necesidades de la industria militar. EE.UU. quedó fuera de escuadra, contradiciendo su propia retórica. Era claramente una violación a la lógica proclamar que se estaba preparando una guerra para extirpar arsenales que Irak niega tener y que la ONU no ha logrado demostrar mientras se decía que no se iba a ir a la guerra por un programa nuclear agresivo que Corea del Norte proclama estar reactivando. Para atenuar la contradicción, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld advirtió esta semana a Corea del Norte que EE.UU. se encuentra en condiciones de ganar dos guerras simultáneamente en dos frentes separados, pero no se han visto aprestos militares norteamericanos en la península coreana ni en la Zona Desmilitarizada que separa a las dos Coreas, y en cuanto al Irán de los ayatolas –sin duda el Estado más pública y militantemente abocado a la propagación del terrorismo de los tres–, la cosa no pasó de tibias reconvenciones inútiles a Rusia, que está construyendo el reactor iraní y anunció que seguirá haciéndolo, ya que necesita el dinero.
El dinero es también un hilo conductor en la crisis coreana. Desde principios de los ‘90, el reclusivo régimen dinástico de Kim-Il-sung –”el General Inmortal”– y, a su muerte, de su hijo, Kim-Jong-il –”el Querido Líder”– ha estado desarrollando un chantaje de alto riesgo dirigido a sus principales enemigos regionales –Corea del Sur y Japón– y a su principal enemigo internacional –EE.UU.–. En 1993, los militares coreanos testearon con éxito el misil Nodong de mediano alcance y desarrollaron el Taepodong de largo alcance, capaces de alcanzar a Corea del Sur y Japón y Alaska, respectivamente. Antes del fin de la Guerra Fría, la Unión Soviética era un activo promotor de los programas armamentistas de Pyongyang, en lo que fue sucedida luego por China y Pakistán, otros dos aliados con intereses complementarios y los mismos enemigos de Corea del Norte en Asia. En 1994, después de una crisis que pareció llevar el Nordeste Asiático al borde de una conflagración, la aparición en escena de Jimmy Carter permitió un acuerdo por el cual Corea del Norte congeló sus programas nucleares –que decía necesitar por razones energéticas para una población siempre al borde de la hambruna– a cambio de la construcción de dos reactores nucleares de agua liviana y del suministro gratuito de 3,3 millones de petróleo por año, todo cortesía de EE.UU., Corea del Sur y Japón. El chantajista había logrado su objetivo.
Pero este año, ese orden se rompió. En septiembre, mientras EE.UU. recordaba los atentados del año pasado, funcionarios norcoreanos le admitieron plácidamente que habían reactivado una planta de enriquecimiento de uranio, una de las vías para construir bombas nucleares. Y en diciembre, los hechos se precipitaron: Corea del Norte, en violación del acuerdo de 1994, trasladó barras de combustible nuclear usado a su reactor de Yongbyon para poder extraer plutonio, y expulsó a los dos inspectores presentes de la Asociación Internacional de Energía Atómica. Pyongyang adujo nuevamente necesidades energéticas, y retrasos en la construcción de los reactores de agua liviana. Es obvio que el “Querido Líder” quiere mejorar el arreglo que hizo en 1994.
La brillantez de la maniobra es clara: arrinconar a EE.UU. y sus aliados norasiáticos en las redes de sus contradicciones, internas así como externas. Recientemente, por ejemplo, se desarrolló en el golfo de Adén una farsa naval a varias bandas en que buques de la Armada española, porindicación de EE.UU., detuvieron a un barco sin bandera que trasladaba misiles norcoreanos a Yemen, uno de los “Estados sin ley” más profundamente imbricados en la trama de Osama bin Laden. Pero el Departamento de Estado, ansioso de conservar la imagen de una amplia coalición antiterrorista que no existe, aceptó la increíble explicación yemenita de que necesitaban los misiles para “fines defensivos” y permitió que llegaran a puerto, mientras el Pentágono pedía disculpas a España. Ahora Pyongyang busca explotar las contradicciones externas, entre un Japón y una Corea del Sur de tendencias apaciguadoras y un EE.UU. donde, al menos retóricamente, la imagen de “línea dura” sigue rindiendo excelentes dividendos políticos.