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A confesión de parte...
Por Alberto Ferrari Etcheberry
Cuentan que en Estados Unidos se proclama –por ambos bandos: a favor o en contra– que la invasión a Irak marcaría la primera vez que el país entra en guerra sin responder a una agresión previa. Uno se sorprende: la historia y el presente parecen desmentirlo. Sin embargo, Dana Milbank, corresponsal en la Casa Blanca del Washington Post, así lo escribió el 9 de marzo: “El presidente Bush lanzará la primera guerra sin provocación directa en la historia de la nación”.
Primero, entonces, la historia. Está probado, efectivamente, por John Wayne, Ronald Reagan (primera época) y otros expertos que agresivos mexicanos fueron los culpables de que Texas y California sumaran sus estrellas a la bandera de la Unión. Y ni qué hablar de los españoles que provocaron durante años al yanqui emprendedor al negarse a venderle Cuba. Por su responsabilidad se desató la guerra con Madrid y contra los herederos de Martí, aunque por la bondad del imperio naciente el lagarto verde del mapa caribeño quedó protegido con la Enmienda Platt y Puerto Rico se convirtió en colonia. Vaya que, de paso, quedarse con Filipinas y Hawaii fue necesario porque la defensa del interés nacional iba más allá del patio trasero, esto es, de nosotros. ¿Y Sandino? Seguramente le dijo fuck off al cocinero del cónsul en Managua.
Algo similar debe haber ocurrido en Santo Domingo, así como provocadores fueron los colombianos que tardaron tanto en aceptar un tratado impuesto en su exclusivo beneficio, por lo que fue necesario invadirlos para rechazar semejante provocación y fundar Panamá.
En todos esos casos hubo guerra, y a ellos me limito, silenciando las confesadas intervenciones disfrazadas de golpes militares autóctonos entre las cuales Chile y Pinochet son ejemplo y símbolo. Reconozco: más que guerras, para el Pentágono fueron guerritas o negocios de la CIA, aunque Galtieri fue saludado como general majestuoso por sus pares. Y guerritas también fueron las de Grenada y Panamá a cargo de Bush padre. Resultaron poco más que operaciones policiales o, mejor dicho, delictivas, las que comandaban los actuales halcones de Bush hijo John Negroponte y Elliot Abrams con el coronel Oliver North en Centroamérica. Eran días en que la dignidad y la defensa del propio interés nacional aún existían en estas tierras y habían creado a Contadora y su Grupo de Apoyo. Luego Carlos Menem y Guido Di Tella, con sus ridículos intelectuales de cabecera, o de billetera, idearon la estrategia de crecer a través de sonreírle al grandote de la vereda.
La provocación japonesa de Pearl Harbor no fue en Los Angeles sino en una minúscula isla volcánica del Pacífico. Su conquista debe haber sido la respuesta a una rebelión de las ostras que le dieron nombre. Debe reconocerse, eso sí, que la anexión de Hawaii provocó críticas hasta del conquistador de Texas, el héroe del presidente Bush, claro que porque significaba ir más allá de Monroe y del patio trasero, esto es, nosotros. Pero la provocación de los vietnamitas nadie la puede negar: tienen los ojos rasgados y los Estados Unidos entraron en Vietnam tan inocentemente como lo narró (¡en 1955!) un subversivo como Graham Greene en The Quiet American. Si se permite el chivo, puede usted comprobarlo en estos días viendo a Michael Caine en El americano. Y para no entrar en polémicas eruditas silenciemos los motivos del ingreso norteamericano en la primera Guerra Mundial.
Conclusión: la “historia de la nación”, en contraste con la opinión de Dana Milbank, muestra precisamente lo contrario. Que los Estados Unidos han intervenido en asuntos de otros países, en guerritas y en guerras sin necesidad de la más mínima provocación directa. Y agreguemos: generalmente por interés, presión o en beneficio de los concretos intereses de concretos hombres de intereses.
Y ahora, el presente. Uno ya no entiende nada. El 11 de septiembre fue una “provocación directa”. Y además: ¿no es que el ataque a Irak es larespuesta al 11 de septiembre? Este discurso de la réplica, aunque de sinceridad tan escasa como la evidencia, es congruente y debe admitirse. ¿Cómo, entonces, sin “provocación directa”, Bush reconoce que invadirá Irak”? ¿Acto fallido, don Sigmund?
Así parece. Un símbolo norteamericano similar a CNN y a Mac Donald’s, la revista Time, trae una página, divertida e ilustrativa, que reúne una selección de humor gráfico aparecido en la semana anterior en distintos diarios o revistas de los Estados Unidos. Tres meses antes del 11 de septiembre aparecieron dos muy interesantes.
En el primer dibujo se ve a Bush y a su vice Richard Cheney. Detrás, el Congreso. “¡Magnífica política energética bipartidaria la que has logrado, Dick!”, dice Bush. Prendidos como anuncios sobre el Capitolio están las ocho o diez logos que simbolizan “la política bipartidaria”: Exxon, Esso, Enron, Amoco, etcétera. Cheney y los Bush son hombres del petróleo.
En el otro dibujo, Bush, Cheney, Donald Rumsfeld y Colin Powell están tomando té de modo muy “polite”, muy cortés, con Kim Jong Il, presidente de Corea del Norte, en su despacho. Bush, sonriendo amistosamente, le dice: “Necesitamos un enemigo, ¿no podría usted ayudarnos?”. Cheney y los Bush son hombres de la industria militar.
Osama resolvió el problema del enemigo y así abrió el camino externo para la política energética bipartidaria y el keynesianismo militar a lo Reagan para cerrar las heridas de la burbuja financiera que explotó. ¿Quién dice que los norteamericanos son ciegos o ingenuos?
Dana Milbank tiene razón. No será la primera ni la vigésima, pero en esta guerra no hay provocación directa sino la búsqueda consciente y deliberada de un modo de subsistencia.