Viernes, 3 de febrero de 2012 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Carolina Bracco *
La conformación social de lo que suele llamarse los “ultras” en Egipto tiene obviamente características especiales, descriptas maravillosamente por Mohamed Beshir, autor de El libro de los ultras, la única publicación egipcia sobre el tema, reeditada ya tres veces desde noviembre de 2011.
En ese libro, Beshir analiza exhaustivamente la personalidad del ultra, cómo éste se relaciona con el grupo y cuál fue su papel en la revolución que comenzara el 25 de enero de 2011. Siguiendo una línea histórica desde su surgimiento hasta su desarrollo y papel fundamental en los últimos acontecimientos políticos sociales del país, Beshir concluye que los sentimientos de lealtad y nacionalismo, junto con un gran poder organizativo experto en moverse marginalmente (durante la era Mubarak eran fuertemente controlados) hizo de los “ultras” de Al Ahly una fuerza combativa movilizada no por motivos ideológicos sino más bien por haber vivido en lo personal –como prácticamente todo egipcio a esta altura– la pérdida de un familiar o amigo a manos del gobierno militar. El 22 de enero, tres días antes de la primera gran movilización que luego terminaría con el gobierno de Hosni Mubarak y la llegada de los militares al poder, el grupo publicaba un video en YouTube apoyando la realización de dicha manifestación y asegurando a los potenciales concurrentes que ellos estarían en las calles para protegerlos.
Durante los días siguientes, y especialmente lo que se conoce como “la batalla de los camellos” –cuando las fuerzas de seguridad irrumpieron en la plaza Tahrir con facas y machetes montados en caballos y camellos dispuestos a librar una batalla medieval y cargarse a todos los manifestantes– de la que ayer se cumplió un año, fue haciéndose cada vez más evidente que los ultras, junto con los Hermanos Musulmanes, eran de los grupos más organizados.
Unos días antes del trágico partido del miércoles con Al-Masry de Port Said, la hinchada de Al Ahly se despachaba en otro partido con canciones contra el gobierno militar y su cúpula. Esto habría sido la provocación última que el gobierno militar estaba dispuesto a tolerar.
Así, en los hechos del pasado miércoles se evidencia una maniobra, ejecutada por un despliegue de “desprolijidades”, como dejar abierta la puerta entre las tribunas rivales, cerrar la puerta de salida de la tribuna visitante, la inacción de la policía, la tardanza de las ambulancias y un sinfín de etcéteras... Vimos a los jugadores de Al Ahly correr a asistir a los hinchas en medio de un enfrentamiento orquestado, plagado de infiltrados de las fuerzas de seguridad.
Las redes sociales hicieron circular la noticia casi instantáneamente junto con videos en los que se palpita la desesperación de los asistentes. Enseguida un mar de gente se agolpó en la casa de gobierno de la ciudad portuaria responsabilizando a las autoridades, logrando con ello la renuncia del gobernador al día siguiente. En El Cairo, una nueva jornada de protestas culminó con fuerte presencia militar en las calles y la paralización del centro de la ciudad.
Organismos de derechos humanos, junto con las agrupaciones políticas opositoras al gobierno militar –es decir, todas menos los Hermanos Musulmanes, flamantes triunfadores en las elecciones parlamentarias– condenaron el hecho y responsabilizaron a la junta militar.
Mientras tanto, madres, esposas, amigos buscan desesperadamente en la hacinada morgue cairota los cuerpos de alguno de los 71 nuevos mártires de la revolución; hinchas de fútbol, integrantes de “la mitad más uno” egipcia, Al Ahly, el equipo más popular y exitoso del continente. Ayer, tres de sus jugadores, entre ellos la figura más representativa y popular del fútbol egipcio, Muhammad Abo Treka, anunciaron su retiro.
Una nube negra de muerte, indignación y tristeza se apodera otra vez, como casi todos los días desde hace un año, de las calles egipcias. El país norafricano, conocido como Oum al-dunia (la cuna de la vida/del mundo), está teñido de una muerte que se respira en cada esquina, como un grito ahogado que no cesa y que va extinguiendo de a poco ese sueño de libertad.
* Politóloga (UBA), magister y doctoranda en Cultura Arabe (UGR).
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