Jueves, 4 de julio de 2013 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Robert Fisk *
El ejército está a cargo. Llámelo un golpe si le gusta. Pero el ejército egipcio –o el infame Consejo Supremo de las fuerzas armadas, como debemos llamarlo nuevamente– está ahora gobernando Egipto. Con amenazas al comienzo, luego con tropas en las calles de El Cairo. Caminos bloqueados. Alambre de púas. Tropas alrededor de la estación de radio. Mohamed Mursi todavía presidente lo habrá llamado un “golpe” y reclamado la vieja superioridad moral (legitimidad. democracia, etc.), pero antes de que viéramos a los soldados en la ciudad, les estaba rogando a los generales para que “volvieran a las barracas”.
Ridículo: los generales no tenían que dejar sus barracas para instalar el miedo a Dios (metafórico o real) en su administración colapsante. Mursi habló de derramamiento de sangre. También lo hizo el ejército. Esto era algo deprimente. Era miserable que la gente libre aplaudiera una intervención militar, aunque los opositores de Mursi afirmarían que sus libertades habían sido traicionadas. Pero alientan a los soldados para que tomen el lugar de los políticos. Ambos lados pueden agitar la bandera egipcia, que es roja, blanca y negra. El color del caqui no es un sustituto.
Tampoco desaparecerá la Hermandad Musulmana, sea el que fuere el destino de Mursi. Risiblemente puede haber estado en el poder, lamentables fueron sus discursos, pero el mejor partido político organizado en Egipto sabe cómo sobrevivir en la adversidad. La Hermandad es la más malinterpretada, o quizá la más deliberadamente malinterpretada institución en la historia moderna egipcia. Lejos de ser un partido islamista, sus raíces siempre fueron de derecha más que religiosas y bajo Hassan al Banna estaba dispuesto a tolerar al rey Faruk y sus señores feudales egipcios siembre que vivieran detrás de su fachada islámica.
Aun cuando la revolución de 2011 estaba en la cima y millones de manifestantes anti Mubarak hubieran entrado a la plaza Tahrir, la Hermandad estaba ocupada tratando de negociar con Mubarak, con la esperanza de encontrar migajas en la mesa para ellos mismos. El liderazgo de la Hermandad nunca estuvo al lado del pueblo durante el levantamiento de Egipto. Este rol lo cumplía la base secular más fuerte de Egipto, el movimiento sindical, especialmente los trabajadores de algodón de Mahalla, al norte de El Cairo.
Inclusive la guerra de Nasser con la Hermandad fue menos sobre religión que sobre seguridad; el liderazgo del original Movimiento de Oficiales Libres encontró que el Hermandad era el único partido capaz de infiltrarse en el ejército, una lección que los generales egipcios de hoy se han tomado a pecho. Si la Hermandad Musulmana es nuevamente prohibida, como lo fue bajo Nasser y bajo Sadat y bajo Mubarak. no perderá su apoyo dentro de las fuerzas armadas. Sadat fue asesinado por un islamista que no pertenecía a la Hermandad, llamado Khaled el Islambouki, pero también era un teniente en el ejército egipcio.
Sayyed Qutub, el líder de los Hermanos Musulmanes, atacó a Nasser por liderar a su gente hacia la pre islámica edad de la ignorancia (‘jahiliya), pero el partido estaba más ejercitado por la creciente relación de Egipto con la atea Unión Soviética. Qutub fue colgado. Pero aun perseguido, prohibido oficialmente, el partido aprendió –como todas las organizaciones clandestinas con una ideología– cómo organizarse políticamente, socialmente y también militarmente.
El ejército, como dicen, pertenece al pueblo. Mohamed el Baradei, el ex inspector nuclear de la ONU y laureado Nobel y ahora líder de la oposición, me dijo durante el levantamiento de 2011 que “en última instancia el ejército egipcio estará con el pueblo. Al final del día, después de que todos se quiten el uniforme, forman parte del pueblo, con algunos problemas, la misma represión, la misma incapacidad de tener una vida decente. De manera que no creo que vayan a dispararle a su pueblo”.
Pero eso era entonces y esto es ahora. Mursi puede haber adoptado la seudoparafernalia de un dictador –por cierto, habló como Mubarak el martes, inclusive profirió amenazas contra la prensa–, pero fue elegido legalmente, como nos decía todo el tiempo, y la legitimidad es lo que le gusta al ejército afirmar que está defendiendo. En 2011, el “pueblo” estaba contra Mubarak. Ahora el “pueblo” está unos contra otros. ¿Puede el ejército egipcio, los héroes del cruce del Canal de Suez en 1973, pararse entre los dos, cuando ellos mismos se han convertido –enfrentémoslo– en “el pueblo” en ambos lados?
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12. Traducción: Celita Doyhambéhère.
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