Jueves, 16 de enero de 2014 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Washington Uranga
Motivo de festejo para algunos, de indignación para otros, sorpresa para la mayoría, lo cierto es que la designación del argentino Jorge Mario Bergoglio como papa de la Iglesia Católica, el pasado 13 de marzo, terminó por convertirse en un acontecimiento no sólo religioso sino político de primer nivel. Sobre todo cuando, con el correr de los meses, el ahora papa Francisco se instaló como una referencia de autoridad más allá de las creencias religiosas. La revista Time lo declaró persona del año “por haber trasladado el pontificado del palacio a las calles, por comprometer a la mayor religión del mundo a enfrentar sus necesidades más profundas y equilibrar el juicio con la misericordia”. Ahora Jorge Bergoglio cambió la agenda de la Iglesia Católica y la manera de concebir el papado. Su estilo, que contrasta con el de sus antecesores, despierta entusiasmo y también resistencias. En la Argentina hay quienes todavía se siguen haciendo preguntas sobre este papa Francisco en relación con el cardenal Bergoglio que habitó entre nosotros.
El brasileño Leonardo Boff, ex sacerdote católico y uno de los principales referentes de la Teología de la Liberación latinoamericana, se entusiasma con el Papa y sostiene que sus “formulaciones (...) recuerdan el magisterio de los obispos latinoamericanos en Medellín (1968), Puebla (1979) y Aparecida (2005) así como el pensamiento común de la Teología de la Liberación. Esta tiene como eje central la opción por los pobres, contra su pobreza y en favor de la vida y de la justicia social” (31.12.2013, http://leonardoboff.wordpress.com/2013/12/31/el-papa-francisco-y-la-economia-politica-de-la-exclusion/).
El lenguaje sencillo y directo, dicen sus seguidores, es una de las armas más contundentes usadas por el Papa argentino, que se aparta del lenguaje complejo utilizado habitualmente por el Episcopado católico. En ese sentido, Boff sostiene que “su discurso es directo, explícito, sin metáforas encubridoras como suele ser el discurso oficial y equilibrista del Vaticano, que pone el acento más en la seguridad y en la equidistancia que en la verdad y en la claridad de la propia posición”.
¿En qué cambió el adusto y hasta por momentos triste Bergoglio que también usaba un lenguaje poco menos que indescifrable para transformarse en este Francisco directo y alegre? Un primer elemento que habría que tener en cuenta es lo dicho por el propio Papa en relación con la “alegría” que le produce ejercer el papado. Aun para los que estamos lejos, se lo nota a gusto en la función y también en el papel de “romper” los moldes, acabar con las formalidades e impulsar un cambio en el rol de la Iglesia Católica de cara a la sociedad que, entiende el propio Bergoglio, comienza por generar modificaciones en la propia vida eclesiástica católica. Ese parece ser el lugar que eligió pero también el que los distintos cardenales de todo el mundo, tomando conciencia de la crisis de la institución, fueron marcando a través de las 161 intervenciones que realizaron en el cónclave previo a la elección que se celebró entre el 4 y el 11 de marzo del año anterior. Francisco también ejecuta un mandato.
Más allá de la mudanza en el lenguaje y en la estrategia de comunicación, ¿cuáles fueron los principales pasos dados hasta el momento por Francisco?
Sin la pretensión de agotar los temas se pueden señalar algunos que alcanzan relevancia.
En lo interno comenzó a implementar un modo “sinodal”, podría decirse más asambleario, de conducción de la Iglesia, que se inauguró el mismo día que salió al balcón de la plaza San Pedro en su primera aparición como papa. Allí se autodefinió como “obispo de Roma”. En la jerga eclesiástica esto equivale a decir “primero entre iguales”, pero igual al resto de los obispos. Luego vino la elección de la comisión internacional de cardenales que preside el hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga para que lo asesore. Y siguió la consulta lanzada para la preparación del sínodo sobre la familia (un encuentro internacional de obispos) que se celebrará en Roma este año. También los pedidos a los obispos para no sólo atiendan a los pobres sino que ellos mismos sean austeros y la actitud de firme condena a los pedófilos, seguida de instrucciones para reparar los daños causados. A ello deben agregarse las medidas adoptadas para el saneamiento de las finanzas vaticanas y la regularización del Instituto para las Obras de la Religión (IOR), el banco vaticano.
Hace pocos días se anunció la creación de nuevos cardenales, entre ellos el arzobispo de Buenos Aires, Mario Polti. A los elegidos les advirtió que no se trata ni de un honor ni de un ascenso, sino de un servicio. Pero además la designación privilegió a obispos que provienen de distintos lugares del mundo, dejando de lado el eurocentrismo predominante por años.
Los más optimistas aseguran que el papel de Bergoglio bien podría compararse con el jugado por Juan XXIII (1958-1963) y Pablo VI (1963-1978) y que no sería extraño que se estén estableciendo las bases para un concilio, una gran asamblea de los obispos de todo el mundo, para discutir todos los temas sin agenda previa. Los escépticos insisten en señalar que, por lo menos hasta el momento, solo hay cambios de maquillaje. Los más conservadores, entre los que se cuentan los seguidores del ultraconservador Marcel Lefevbre, no se ahorran calificativos para condenar a Francisco.
De cara a la sociedad, el Papa ha manifestado su rechazo a una “iglesia autorreferencial”. Prefiere, ha dicho, una iglesia que corra riesgos, que se equivoque, pero que esté abierta, en diálogo y al servicio de la sociedad. Y ha insistido en la necesidad de la “opción por los pobres”, la versión latinoamericana de la lectura del Evangelio. El mismo, además de su conocida austeridad personal, hace gestos para remarcar esa opción. Fue a Lampedusa a encontrarse con los inmigrantes ilegales y en su visita a Brasil privilegió a los pobres y a las expresiones de religiosidad popular. “La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no sólo geográficas, sino también las periferias existenciales”, dijo. A los obispos les pide que construyan una “iglesia pobre y para los pobres”.
En cuanto a la doctrina, Bergoglio no se ha movido un centímetro de las cuestiones fundamentales y básicas. Como ejemplo basta corroborar su prédica en favor de la familia tradicional, en contra del aborto y su oposición al sacerdocio femenino, entre otros temas. Cambió sí su “actitud pastoral”. Dialoga con todos, aceptando la diferencia, atendiendo a otros puntos de vista. Dentro y fuera de la Iglesia. Pero no resigna sus posiciones.
Y habla con la sociedad y está dispuesto a intervenir en cuestiones de política internacional en las que pueda tener posibilidades de influir, como ha sido el caso de Siria. En esta materia está convencido no sólo de su papel y el de la Iglesia Católica, sino de la importancia de las grandes religiones y de la incidencia que las mismas pueden y deben tener en el escenario mundial. Francisco embarcó a la diplomacia vaticana en una gran estrategia para la acción conjunta de las religiones tradicionales en favor de la paz y la justicia en el mundo.
Son algunos de los pasos dados por este papa argentino que en menos de un año de gestión sorprende (¿desconcierta?) y al mismo tiempo abre expectativas en el mundo y en la Argentina.
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