Jueves, 16 de enero de 2014 | Hoy
Por Atilio A. Boron
Dos poetas, dos posturas diametralmente opuestas: Gelman fue un poeta exquisito a la vez que un notable y comprometido estudioso de la realidad contemporánea. El más grande de la Argentina y uno de los mayores de la literatura hispanoamericana. Pero a lo anterior añadió una virtud que no tuvo Octavio Paz, el otro de los grandes poetas de nuestra lengua: el mexicano cambió de bando y en lo más fragoroso del combate desertó y saltó al otro lado de la barricada. Gelman, en cambio, fiel a sus principios, siempre estuvo donde tenía que estar. Paz, que había sido un ardiente revolucionario en su juventud, terminó sus años convertido en un repugnante apologista del imperialismo y del neoliberalismo. Con el derrumbe de la Unión Soviética, Paz dio rienda suelta a un visceral anticomunismo y su figura sirvió como polo de aglutinación a cuanto reaccionario anduviera suelto por el mundo. Con el generoso (y caudaloso) apoyo del gobierno de Salinas de Gortari y la Casa Blanca organizó un gran evento dizque académico en México –¡transmitido en simultáneo por Televisa y la cadena Cablevisión de Estados Unidos!– para celebrar la buena nueva y, de paso, promover la organización internacional de los intelectuales de todo el mundo para colaborar en la innoble tarea de crear el nuevo sentido común que requería un neoliberalismo que se abría paso a fuerza de ajustes, corrupción y represión. En los antípodas de esta decadente trayectoria se yergue la figura de Gelman, que permaneció firme en su puesto mientras arreciaba el tsunami neoliberal. Contrariamente a lo ocurrido con Paz, las zozobras de la época jamás lo llevaron a exaltar lo que había repudiado a lo largo de toda su vida. Por eso fue un enemigo implacable del imperialismo, mientras Paz se convertía en su bien recompensado publicista. A la exquisitez de su poesía Gelman añadió una coherencia ejemplar que se manifestaba, semanalmente, en la solidez de sus artículos periodísticos publicados en Página/12, donde exponía con minuciosidad los crímenes, las maquinaciones y los mecanismos económicos, políticos y culturales de la dominación imperialista. Sus notas fueron a lo largo de muchos años una fuente obligada de consulta para quienes querían combatir de verdad –no con gestos y palabras vacías– al monstruo que pone en cuestión la sobrevivencia de la humanidad. Por eso podemos decir que ha partido uno de los “imprescindibles”, como decía Brecht. Extrañaremos sus incisivas columnas semanales, pero aun así la obra de Gelman seguirá siendo fuente de inspiración para todos los que creen que debemos, y podemos, construir un mundo mejor. Sembró palabras e ideas que ya están germinando con fuerza en los corazones de millones de militantes antiimperialistas de nuestra América.
* Director del PLED, Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.
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