Miércoles, 29 de abril de 2015 | Hoy
EL MUNDO › TESTIMONIOS DE POBLADORES DE BALTIMORE, UNA URBE EN SHOCK
Hubo gente que rezó para que no se repitieran los hechos de violencia, otros que se avergonzaron por los actos de vandalismo. Y también aquellos que sintieron compasión y reconocieron el impacto de la situación.
Por David Usborne *
Desde Baltimore
Frente a una línea de la policía y la Guardia Nacional con equipo antimotines, multitudes de jóvenes de Baltimore estaban una vez más en la esquina de las avenidas Pennsylvania y North West frente a una farmacia CVS destrozada por el fuego. Pero no eran rocas lo que mayoría tenía en sus manos: eran escobas y palas.
Desde la década del ’60 no se habían visto en Baltimore disturbios de tal magnitud. Ayer era una metrópolis en estado de shock. Un deseo se había apoderado de algunos para recoger los escombros del caos de la noche anterior, y es que los demás no crean que “esto es lo que realmente somos”. Mientras un helicóptero de la policía daba vueltas en círculos, una multitud se congregó espontáneamente cerca de la farmacia. Ellos rezaron y cantaron “Amazing Grace”. Luego barrieron.
Con cientos de policías y guardias adicionales en el lugar, había esperanzas de que la violencia del lunes no se repetiría. Pero la situación en la ciudad es volátil. La gente oró pidiendo calma, pero sabía que un incidente –un disparo al azar o el comienzo de una riña– podría hacerla estallar de nuevo.
Los funcionarios contaban también con el toque de queda que la alcaldesa Stephanie Rawlings-Blake ordenó para mantener controlada la ciudad. Y se habían tomado tantas pastillas de la farmacia saqueada el lunes que era muy posible que los alboroteadores regresaran. Frascos de pastillas vacías cubrían el suelo de Best Care Pharmacy un poco más abajo de la avenida Pennsylvania. Los estantes para reponer las recetas estaban totalmente vacíos.
Su dueño, José Adeola, de 42 años, quedó solo para lidiar con el desastre. Dijo cómo, impotente, vio cómo unas 400 personas irrumpieron en el lugar el lunes por la tarde, tomaron las drogas y arrancaron el cajero automático de su fachada. “Incluso los adultos se estaban aprovechando. Llegaron en buenos autos y también entraron.” Se llevaron también las computadoras con las historias clínicas de los pacientes. Adeola estaba angustiado. “Nunca creí que esto podría ocurrir en nuestra comunidad.”
Renee Duvall, de 29 años, que estaba luchando para llegar a clase con los micros cancelados, estaba furiosa. Sus palabras, algunas gráficas, se repetían espontáneamente ayer en pequeñas grupos de gente que se habían reunido afuera digiriendo lo que había pasado. “No tiene sentido. No lo tiene. Creo que es repugnante lo que hicieron. Nos hacen parecer animales y no somos animales. Las tiendas no tenían nada que ver. ¿Cómo se permitió que sucediera? No estoy seguro de quién es la culpa. Sólo quiero que dejen toda esta mierda.”
Pero no todo el mundo carece de compasión por los que cometieron los disturbios, aunque muy pocos los justifican abiertamente. “Su carrera política terminó”, dijo Terrence Smith, de 44 años, refiriéndose a la alcaldesa, frente a una tienda de telefonía celular destrozada, con las alarmas sonando, los vidrios rotos y los nuevos smartphones robados. El también expresó su disgusto por todo el daño causado, pero advirtió que los manifestantes tenían verdaderas razones. “Tengo mucha simpatía por ellos porque no tienen salida a su frustración y enojo.”
Yahya Ansarullah, de 47 años, estaba furioso porque la alcaldesa había llamado “matones” a los manifestantes. “¿Cómo es que ellos son matones porque destrozan algunas cosas y la policía no es matón cuando asesina a alguien?” El, que vio todo por televisión, dijo que “los hechos tendrían un gran impacto. Ahora todos saben lo que pasa en Baltimore. Hasta el presidente lo sabe”.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère
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