EL MUNDO › LA NOSTALGIA POR LOS FRANCOS QUE YA NO ESTAN

La noche de los billetes fríos

Por Eduardo Febbro
Desde París
Página/12
en Francia
“Como le diría... Me siento un poco rara. Es como si estuviera en mi propio país pagando con una moneda extranjera”, dijo la señora en cuanto el cajero automático del Boulevard Saint Germain le entregó los primeros billetes en euros. Dos pequeños papeles de 20 euros cada uno de un azul lavado que la señora palpó con profunda nostalgia. Luego de observarlos un rato, la señora pronunció la sentencia: “A partir de hoy somos los huérfanos del franco francés”. La llegada de la moneda única europea suscitó en los 12 países de la zona euro un entusiasmo mezclado con un auténtico lamento colectivo. Los 304 millones de europeos que desde el 31 de diciembre a la medianoche dijeron adiós a sus respectivas monedas nacionales vivieron en una misma noche dos sentimientos contradictorios: decirles adiós a las divisas históricas y recibir una nueva. “Es como si enterráramos a un ser querido y fuésemos a abrir la puerta para recibir a un nuevo amigo”, decía un señor que acababa de pagar su primera baguette (el pan francés) con un puñado de euros.
Ayer, a pesar del intenso frío y la niebla, 20 minutos después de medianoche las calles de París estaban abarrotadas de gente haciendo colas en los cajeros automáticos para retirar los primeros euros. Mucha gente tomó conciencia del cambio fundamental que se producía y el primero de enero a la mañana salió a buscar en los pocos negocios abiertos algunos billetes en francos franceses para “hacer un álbum de recuerdos con nuestra moneda nacional”, según decía una jubilada que había pasado parte del día buscando los billetes de 50 francos franceses. Hay que reconocer que ese billete específico es una auténtica obra de arte al lado de los pálidos billetes en euros. El de 50 francos franceses tiene en un lado un retrato de Antoine de Saint Exupéry y del otro, la reproducción del personaje de su obra universalmente conocida: El Principito.
Hombres políticos y personalidades de todo tipo protagonizaron una visible carrera para aparecer ante las cámaras haciendo operaciones en euros. A algunos le salió caro mientras otros pasaron un mal rato. El primer ministro francés, Lionel Jospin, se gastó 150 euros (170 dólares) comprando flores para su mujer, su cuñada y algunos presentes para el intendente del distrito 18 de París. La presidente del Parlamento europeo, Nicole Fontaine, tuvo menos suerte. La señora movilizó cuanto camarógrafo encontró por el camino para que la vean retirar los primeros euros de un cajero automático pero tuvo el viento a contramano y cuando puso la tarjeta el cajero respondió con un mensaje diciendo “Fuera de servicio”. Para colmo de males, cuando los periodistas la preguntaron cuánto eran 800 euros, la presidente del Parlamento no supo qué responder.
Quienes mejor aceptan el cambio son los chicos que tienen entre 14 y 18 años. Para los demás, el euro es una cosa un poco rara que hay que aceptar pero que lleva una marca impersonal. En términos de creación gráfica, la nueva moneda europea no resiste la comparación con los billetes nacionales. En Francia por ejemplo, los billetes representando a pensadores como Pascal, escritores como Víctor Hugo o pintores como Delacroix superan en mucho a sus equivalentes en euros. El de 20 es tan pequeño y abstracto que parece el billete de un juego con sus arcadas barrocas y su color de camisa deslavada.
Sophie, una estudiante de 27 años en ciencias políticas, decía a Página/12 que “con el euro entramos en una nueva fase. Estamos abandonando nuestra cultura y nuestra identidad nacional para ingresar en ciclo distinto. El euro es la entrada en la globalización. Creo que por primera vez en la historia existe una moneda recién creada para materializar esaglobalización”. A pesar de que la sociedad se volcó masivamente a la obligada búsqueda de euros, la sensación de la nostalgia fue una misma mirada colectiva. “Un mundo entero y su historia se nos van de las manos y de los bolsillos a cambio de otro cuyo significado aún no conocemos”, decía algo espantada una turista italiana. El suspiro es más que justificado debido a la extensa coexistencia entre los ciudadanos y sus monedas y al papel que esta jugó en los destinos nacionales. Si en Francia el franco apareció en 1360, en Alemania el marcó surgió luego de las guerras mundiales y simbolizó a la vez la paz, la prosperidad, la potencia y reunificación de las dos Alemanias. En Italia, el sentimiento es tal que los italianos están colocarán su moneda entre los símbolos de la unión nacional haciendo un monumento en memoria de la lira esculpido con el bronce de las monedas de 200 liras.
Seis mil millones de billetes y 37 mil millones de monedas empezaron a circular en 12 de los 15 países de la Unión Europea a partir del 1º de enero de 2002, lo que representa un total de 144 mil millones de euros. El cambio monetario más gigantesco de la historia se realizó sin mayores incidentes. En Francia, al final de la tarde, la utilización de los cajeros automáticos registró un volumen de transacciones cuatro veces superior a lo normal y el Banco Central Europeo confirmó que el operativo no había dado lugar a mayores sobresaltos. Estos habrá que buscarlos más bien en el corazón de los ciudadanos y no en las cifras. A las cuatro y media de la madrugada, en el bar Le Select de París, dos parejas jugaban a “cara y seca” con un puñado de monedas. Cuando el mozo trajo la enésima cerveza les preguntó “¿son euros?”. “No”, dijo uno de los hombres, “son francos, como nuestro destino, que es nacional”.

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