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¿Y ésta es la “soberanía” entregada a los iraquíes?

Robert Fisk *

En sus últimas horas como virrey estadounidense en Bagdad, Paul Bremer decidió endurecer algunas de las leyes que la autoridad de la ocupación había instaurado en Irak. Su proyecto de ley prohibía a los conductores iraquíes conducir con una sola mano en el volante. Otro documento anunciaba solemnemente que, en adelante, sería un crimen que los iraquíes toquen sus bocinas excepto por una emergencia. Ese mismo día, tres soldados norteamericanos fueron despedazados por una bomba caminera en el norte de Bagdad, uno solo de los más de 60 atentados contra fuerzas norteamericanas durante el fin de semana. Y mientras tanto, Bremer estaba preocupado por el comportamiento de los conductores iraquíes.
No es simplemente que la vieja “Autoridad Provisional de la Coalición” (APC) –ahora transformada como por arte de magia en la embajada estadounidense de 3000 empleados– estaba por fuera de la realidad. Ni siquiera estaba en este planeta. El último momento estelar de Bremer fue cuando dejó Bagdad en un avión militar norteamericano y dos mercenarios pagados por Estados Unidos apuntaban de forma amenazante a los equipos de camarógrafos mientras caminaban hacia atrás, protegiéndolo hasta que la puerta del avión se cerró. Y Bremer, recuerden, fue designado para la tarea porque era un experto antiterrorista. La mayoría de los norteamericanos de la APC que han dejado Bagdad están haciendo lo que siempre sospechamos que harían, cuando terminaran de intentar poner la marca ideológica norteamericana sobre la “nueva” Irak: han viajado a Washington para trabajar en la campaña de Bush. Pero aquellos que han quedado atrás en la “zona internacional” –aquellos que debemos simular que ya no son una autoridad de ocupación– no esconden su desesperación. “La ideología no está más. Las ambiciones no están más. Ya no nos quedan objetivos”, uno de ellos dijo la semana pasada. “Estamos viviendo el día a día. Lo único que intentamos hacer ahora, nuestro único objetivo, es tratar de mantener las cosas calmas hasta enero de 2005 (cuando supuestamente, se celebren las primeras elecciones iraquíes). Ese es nuestro único objetivo: pasar las elecciones y después rajarnos lo más rápido posible.” La producción de Saddam Hussein en una “Corte” de Bagdad la semana pasada –estaba en lo que solía ser uno de sus palacios– fue, por lo tanto, la última carta de los ocupantes. Después de esto, no va a haber más “buenas noticias” en Irak, ya no va a haber más artificios, ni más trucos, ni más capturas para seducirnos antes de las elecciones de noviembre en Estados Unidos. Sin embargo, aún el melodrama de la Corte fue sintomático del poco poder que Occidente está preparado para ceder a una Irak a la cual les estaba entregando “soberanía plena” como anunciaron falsamente la semana pasada.
Los norteamericanos todavía tienen a Saddam bajo su custodia –en Qatar, no en Irak– y los norteamericanos manejaron la Corte ante la cual compareció Saddam. Los soldados norteamericanos sin sus uniformes eran los “civiles” en la Corte. Funcionarios norteamericanos censuraron los videos de la audiencia, mintieron sobre los deseos del juez de grabar el audio del juicio y marcaron los videos como “autorizados por el Ejército norteamericano”; tres oficiales norteamericanos después confiscaron todos los videos originales del juicio. “La última vez que me ocurrió algo así –dijo uno de los periodistas después– fue cuando el gobierno iraquí me sacó mis videos en Basora durante la guerra del Golfo en 1991.” Pero no es solamente el bruto manejo del comienzo del juicio teatral a Saddam –donde no tenía abogados defensores, por supuesto–. Si es que alguna vez le dan un juicio justo en el futuro, el “enmudecimiento” de los videos la semana pasada sentará un precedente importante. Ahora puede ser “silenciado” otra vez si, por ejemplo, se desvía del guión y comienza a contarle a la Corte sobre su cercana asociación con Estados Unidos, en vez de sus contactos inexistentes con Al-Qaida.
Pero la ocupación norteamericana continúa de muchas otras formas. Sus 146.000 soldados todavía están muy evidentemente en Irak, custodiando con sus tanques las paredes de la “embajada” norteamericana, sus convoys zumbando –y a veces explotando– en las carreteras afuera de la ciudad. El gobierno “nuevo” y “soberano” no puede ordenarles que se vayan. Los contratos de reconstrucción de las empresas norteamericanas autorizados por Bremer aseguran que las empresas sigan llevándose dinero iraquí, descripto acertadamente por Naomi Klein en The Nation como un “robo multimillonario”. Y Bremer logró instituir un conjunto de leyes que el gobierno “nuevo” y “soberano” no puede cambiar.
Una de las leyes más engañosas fue la reintroducción de la ley de 1984 de Saddam prohibiendo las huelgas. Esta insensatez tuvo por objeto acallar a la llamada Federación de Sindicatos Iraquíes. Sin embargo, los sindicatos están entre los pocos grupos seculares en Irak que se oponen a la ortodoxia religiosa y al fundamentalismo. Un movimiento fuerte de sindicatos podría proveer una base vital de poder político y democrático en el nuevo Irak. Pero no, Bremer prefirió proteger a las grandes empresas.
Y aunque el presidente Bush pueda olvidarlo, el escándalo de Abu Ghraib sigue presente en un país donde la suciedad, la desnudez y la humillación infligidos por los soldados norteamericanos tardará una generación en borrarse de la memoria. Un grupo de izquierda en Bagdad ahora sostiene que varias mujeres, supuestamente violadas por policías iraquíes en la cárcel mientras norteamericanos observaban, han sido asesinadas por sus familias por su “deshonor”.
Grandes partes del país ahora están efectivamente fuera de cualquier control gubernamental, incluyendo el norteamericano. Faluja virtualmente es una república de la gente y la ley del linchamiento ocurre aún en Bagdad. El llamado “Ejército de Mehdi” de Muqtada al-Sadr ejecutó en público a un hombre de 20 años en la villa miseria de Ciudad de Sadr en Bagdad el mes pasado por “colaborar” con los norteamericanos.
Debemos recordar que Iyad Allawi, el nuevo primer ministro, era un hombre de la CIA y de la M16 y un ex baazista. Se jactó ante los periodistas de haber cobrado plata de 14 agencias de inteligencia mientras estuvo en el exilio. Sin embargo, no importa cuan “libre” Allawi piense que Irak esté, no va a darle la espalda a sus protectores estadounidenses –ni a la figura de mirada enojada de John Negroponte–, el nuevo embajador estadounidense de fama hondureña.
Irónicamente, la única esperanza real para el nuevo gobierno sería hacer lo que la mayoría de su gente dice querer: decirles a los norteamericanos que se vayan. Allawi, por su puesto, no lo puede hacer. Su gobierno “soberano” necesita a esas tropas estadounidenses para protegerlos de la gente que no quiere a las tropas estadounidenses en Irak.
De esta manera, estamos encaminados a esas elecciones de enero de 2005, la tapa levantándose peligrosamente de vez en cuando para horrorizarnos con pequeños atisbos del futuro. Muchos iraquíes creen que habrá un nuevo dictador, un “hombre fuerte de mentalidad democrática” para usar la expresión escalofriante del neoconservador norteamericano Daniel Pipes, para darles la seguridad que nosotros no pudimos darles.
Porque después de la elecciones, si es que se celebran, nosotros diremos de manera santurrona que ya no nos pueden culpar por lo que ocurra en Irak. Nosotros liberamos a los iraquíes de Saddam, diremos. Les dimos “democracia” y vean el desastre que hicieron.

* De The Independent de Gran Bretaña, desde Bagdad. Especial para Página/12.
Traducción: Ximena Federman

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