EL PAíS › LA ESTRATEGIA DE KIRCHNER PARA QUITARLE EL PODER DE FUEGO A DUHALDE
Ignorar, gobernar, limar
Con el Presidente de vuelta en Olivos tras la gira más larga desde que asumió, Página/12 pudo reconstruir cómo se moverá el Gobierno. Duhalde, sin centro. Kirchner, en todos los rincones del Gran Buenos Aires. Los temas: seguridad, inversiones, obras públicas, vivienda. Satisfacción por la segunda ola de limpieza de Arslanian. La muerte de Cisneros, una clave.
Por Martín Granovsky
De regreso de su vuelta al mundo, el presidente Néstor Kirchner actuará como si cumpliera una consigna: “Duhalde no está más en la agenda”. Kirchner caminará él mismo la provincia de Buenos Aires buscando imponer temas propios que surjan de la acción del gobierno nacional, como obras públicas, vivienda y seguridad.
Allegados al Presidente subrayaron que será él mismo y no Cristina Fernández de Kirchner la cabeza del despliegue bonaerense.
“A Cristina hay que cuidarla, y además vamos a trabajar con los temas de Gobierno, por eso es Kirchner directamente el que va a recorrer la provincia”, dijo un funcionario que pidió reserva de su nombre.
En verdad el Presidente ya lo está haciendo. Solo que ahora intensificará las visitas al Gran Buenos Aires y se meterá en cada rincón de la provincia.
El conurbano sigue siendo el corazón del peronismo. El que lo controle políticamente mandará sobre ese corazón ubicado en la zona que puede alterar más que cualquier otra la política argentina, a tal punto que en los últimos 20 años fue la clave de la estabilidad y de la inestabilidad.
La estrategia oficial consistirá en descentrar a Duhalde. Según el Gobierno el ex presidente estuvo buscando una recomposición mediante sus contactos en el Gobierno, pero recién se encontrará con Kir- chner en la próxima cumbre del Mercosur, a mediados de la semana, y es probable que no haya una reunión especial de ambos.
El resultado será transparentar la disputa por la jefatura. Si hoy son dos, Kirchner y Duhalde, el Presidente apunta a un solo liderazgo, el suyo. La teoría es que, en esos casos, el resto del peronismo sigue a un jefe fuerte. El ejemplo sería el de los gobernadores. De los peronistas, viajaron a China junto con Kirchner el bonaerense Felipe Solá, el santafesino Jorge Obeid, el jujeño Eduardo Fellner, el santacruceño Sergio Acevedo, el sanjuanino José Luis Gioja y el cordobés José Manuel de la Sota. De los radicales, Julio Cobos, de Mendoza. Y se sumó José María Díaz Bancalari, un duhaldista que no aborrecerá a su jefe histórico pero que además de presidente del bloque de diputados del PJ es un visitante asiduo de la Casa Rosada y acompaña a Kirchner en todas sus giras, dos gestos de cercanía promovidos por el Presidente que todo funcionario sabe leer.
“Los gobernadores están alineados”, evaluó ayer ante Página/12 un funcionario nacional.
–¿También Solá?
–Solá no tiene aparato propio, y si no juega con Kirchner el aparato del duhaldismo se lo va a comer.
–¿Y Obeid?
–También está alineado. Pero no hay que perder a Hermes Binner.
Durante toda la gira por China Obeid pareció seguir una norma de escuchar mucho y hablar poco. Pero en las charlas con los otros gobernadores dejó claro que seguirá un equilibrio político difícil. Por un lado, se alineará con Kirchner. Por otro, mantendrá una buena relación con Carlos Reutemann, que tejió una red de punteros en la provincia que envidiaría cualquier político veterano. Sumar a Binner es una insistencia de Kirchner, que lo necesita para no presentar un perfil exclusivamente peronista y para capitalizar transversalmente el atractivo en la franja de centroizquierda. En un sentido Solá está más complicado que Obeid. Tiene que convivir en términos institucionales con el peronismo bonaerense, pero esa necesidad se produce justo cuando Kirchner jugará fuerte en la provincia para realinear al justicialismo y restar base propia a los duhaldistas.
El gobierno nacional desea a un Solá también alineado junto a Kirchner con más fuerza que ahora. Pero otra vez aparece una contradicción: Solá no quiere comprar a libro cerrado los realineamientos y redenciones que puede conseguir el Presidente en la provincia usando su poder actual. Buenos Aires encierra, además, una de las llaves de la posibilidad de gobernar la Argentina, que es la reforma policial en marcha a cargo de Carlos Arslanian.
La pregunta es: ¿el tembladeral que se produce ya en el duhaldismo perjudica o mejora la chance de éxito de la reforma más audaz en 20 años de democracia?
Primera respuesta posible: perjudica, porque agrega ruido político al ruido infernal de la inseguridad y las conexiones entre la política territorial, el delito y las mafias metidas en la Bonaerense.
Segunda respuesta a mano: beneficia, porque no permite que las redes ilegales tengan un sistema previsible de protección política.
Es probable que la realidad, más allá de los estereotipos, esté más cerca de la segunda variante que de la primera. Pero, ¿afectará las lealtades personales? Ayer Arslanian habló en público llamando a la concordia entre Kirchner y Duhalde, sus dos garantes políticos tras la designación producida por Solá como ministro de Seguridad. Sin embargo, fue Kirchner el que terminó convenciendo a Arslanian de que asumiera y, que se sepa, el ex presidente de la Cámara Federal en el juicio a las juntas nunca reconoció dentro del peronismo jefes territoriales sino nacionales.
Kirchner, por otra parte, está muy satisfecho con la marcha de la política de seguridad en la provincia. Uno de los elementos que él, y en paralelo Solá, apreciaron cuando aún estaban en China fue que la segunda reforma de la cúpula policial transcurrió sin terremotos.
En cambio los miembros de la comitiva que conversaron con el Presidente sobre el asesinato del dirigente social de la Boca Martín Cisneros le escucharon muchas veces la misma frase:
–Estoy profundamente apenado. Era un cuadro que trabajaba por la gente, un gran tipo.
Nadie de los que habló sobre el asesinato con el Presidente sacó la conclusión de que Kirchner se encuentra a sí mismo culpable por esa muerte. Sí percibieron en él la duda tremenda de si el asesinato de Cisneros no habría sido evitable. Es un dato fuerte para un dirigente que no siente nostalgia política por los años ’70 pero está personalmente muy marcado por las muertes cercanas. La de Cisneros es una de ellas, y nada menos que con Kirchner en la Presidencia.
Se trata de un hecho con valor a dos puntas. En una, refuerza la idea oficial de reducir el margen de acción directa del movimiento piquetero y convertir esa energía en trabajo barrial, social o productivo. En otra punta, subraya la disposición presidencial por ejercer un control cada vez mayor sobre las fuerzas de seguridad federales.
La seguridad será un punto permanente en la agenda pública del Presidente. Pero los temas de gobierno y de recorrida bonaerense estarán marcados por un perfil productivo.
Lanzará un plan de obras públicas.
Anunciará un plan de viviendas que terminará de definirse en dos semanas más.
Concretará una búsqueda más agresiva de mercados, al estilo del viaje a China, luego del cual el Presidente intentará comprometer a cada gobernador en el seguimiento de negocios a una escala provincial, que resulta más manejable para escapar del gigantismo chino.
Con la ley de responsabilidad fiscal, apurará el fin de la renegociación de la deuda, un frente donde los funcionarios más allegados a Kirchner ven fricciones pero nada que imposibilite un acuerdo con los bonistas.
No descuidará la preservación de un alto nivel de reservas para contar con mayor margen de maniobra en la discusión con el Fondo y los bonistas.
Terminará de renegociar los contratos de servicios públicos.
De paso, al menos en los papeles esta agenda debería entusiasmar al ministro Roberto Lavagna, que como es notorio no repitió durante la girasu frase sobre las fallas de la Justicia argentina en la cuestión piquetera.
“Cuando yo decía que querían inviabilizar mi gobierno algunos se reían”, dijo uno de sus allegados que comentó Kirchner una de las últimas tardes de la gira, cuando esperaba en Tahití que el Tango-01 con un tanque menos pudiera terminar la vuelta al mundo. Es que el Presidente quiere correr a Duhalde del centro de la escena pública pero, argumentan en su círculo más íntimo, no ignora la existencia de viejas lealtades. Llegaron a sospechar que esas lealtades hasta influyeron sobre el subsecretario para Asuntos Interamericanos de los Estados Unidos Roger Noriega y obtuvieron de él una preocupación que en Washington no se consigue: interesarse por la salud política de Eduardo Duhalde.