EL MUNDO › OPINION

Tantos muertos para tan poco

 Por Robert Fisk *

A esto se ha llegado. Todos esos muertos, todas esas fotografías de niños asesinados –más de 1400 cadáveres (no estamos incluyendo los 230 y tantos de los combatientes de Hezbolá y los soldados israelíes que murieron)– serán recordados con la posible renuncia de un premier israelí, quien sabía y a quien poco le importaba la guerra. Sí, Hezbolá provocó la locura del verano pasado al capturar a dos soldados israelíes en la frontera libanesa-israelí, pero la respuesta de Israel, tan desproporcionada en relación con el pecado, produjo otra debacle para el ejército israelí, y para su primer ministro Ehud Olmert.

Mirando en retrospectiva esta guerra aterradora e inútil, con sus grotescas ambiciones de “destruir” la milicia Hezbolá apoyada por los iraníes –un conflicto que, por supuesto, George Bush inmediatamente consideró parte de su guerra contra Irán– es increíble que Olmert no se haya dado cuenta a los pocos días de que sus exigencias grandiosas se irían a pique. Insistiendo en que los dos soldados israelíes capturados debían ser liberados y que el gobierno libanés, sin poder militar, debería ser considerado responsable por su captura, nunca iba a producir resultados políticos o militares favorables para Israel. Hay que añadir que el pedido de Livni de que renuncie su primer ministro no se convalida con su apoyo a esta guerra absurda.

Una lectura detenida del informe del juez Eliahou Winograd en el verano de la guerra –a la que Olmert mismo le dio sólo el título “la segunda guerra del Líbano” un mes después de que sucediera– muestra claramente que era el ejército israelí el que dirigía la campaña militar, estratégica y política. Una y otra vez en el informe de Winograd se deja en claro que tanto Olmert como su ministro de Defensa fracasaron en oponerse “de manera competente” (en la devastadora frase de la comisión) a los planes del ejército israelí.

Día tras día, durante 34 días después del 12 de julio, la Fuerza Aérea israelí destruyó sistemáticamente la importante infraestructura del Líbano, declarando repetidamente que estaba tratando de evitar bajas civiles, mientras la prensa del mundo miraba cómo sus aviones hacían estallar en pedazos a hombres, mujeres y niños en el Líbano. Los israelíes, también, fueron salvajemente muertos en esta guerra por los misiles de Hezbolá aportados por los iraníes. Pero esto sólo probó que el ejército israelí, legendariamente famoso, en la realidad no podía proteger a su propio pueblo. Los líderes de Hezbolá informaron a sus bases que si podían resistir los ataques aéreos podrían vencer a las fuerzas terrestres israelíes cuando invadieran. Y las vencieron. En las últimas 24 horas de la guerra, 30 soldados israelíes murieron a manos de los combatientes de Hezbolá y su ofensiva terrestre, tan fuertemente anunciada por Olmert, llegó a su fin. Durante el conflicto, un misil disparado por Hezbolá casi hunde a una corbeta israelí –se incendió durante 24 horas y fue remolcada a Haifa antes de que se hundiera– y atacó el secreto centro de control de tráfico aéreo más importante de Israel en Miron. Los soldados capturados en la frontera nunca fueron devueltos y Hezbolá, lejos de haber sido destruido, permanece tan poderoso como siempre. Sayed Hassan Nasrallá, el líder de Hezbolá, se vanagloria ahora de que tiene más misiles que antes de la guerra y desde entonces se ha vuelto en contra del gobierno libanés, asegurando que es una herramienta de Estados Unidos.

De manera que uno de los últimos gabinetes “proestadounidenses” de Washington en Medio Oriente ahora está amenazado por la misma milicia que Olmert aseguraba que podía destruir. Después de 34 días de matanzas, George W. Bush declaró que Israel había ganado la guerra, una señal segura de que Israel había perdido.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

Traducción: Celita Doyhambéhère

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