Miércoles, 24 de junio de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Osvaldo Bayer
Hace poco hablábamos en la Universidad de Quilmes sobre las manifestaciones del pueblo en la calle. El arma del pueblo para protestar contra las injusticias de la sociedad. Esas manifestaciones, ese salir a la calle, muestran el coraje de los seres humanos ante las injusticias. Puse como ejemplo la manifestación de mujeres proletarias en aquel Río Gallegos de 1919. Allí, en enero de ese año, los trabajadores habían sido detenidos y encarcelados por exigir mejores condiciones de trabajo. Ante este hecho, sus mujeres salieron en manifestación para pedir la libertad de esos hombres. La forma en que actuó la policía fue increíble. Sólo eran siete mujeres, bien proletarias. Cuando se las conminó a disolverse, una de ellas dijo que no, que iban a ver al juez letrado a reclamar la libertad de sus hombres. Señala el parte policial que las mujeres se desacataron y que una de ellas (Pilar Martínez, española, viuda, de 31 años, cocinera) le pegó (textual) “un puntapié en el testículo izquierdo al sargento Jesús Sánchez, produciéndole una contusión dolorosa que lo dejó inutilizado para el servicio durante dos días”. (¡Qué fanática la gallega, justo se eligió el izquierdo!) La cuestión es que, con esa acusación, la mujer fue a parar a la cárcel. Pero el testigo Amador Víctor González dejó luego un testimonio escrito que trae una versión muy distinta. Dice que esas obreras fueron obligadas a detener su marcha por un pelotón de agentes que las amenazaron apuntándolas con sus carabinas. Las mujeres, a pesar de la amenaza, intentaron seguir su marcha de protesta y entonces “los uniformados hicieron caracolear sus corceles sobre el grupo de las indefensas mujeres. A dos o tres de ellas les cruzaron el rostro a latigazos y otras –una de ellas embarazada– fueron tomadas de los cabellos golpeándolas sin clemencia. Esas mujeres fueron juzgadas luego por agresión a la autoridad y escándalo en la vía pública”.
La historia demostró que todas esas represiones sólo sirven para crear violencia en la sociedad. Sí, la historia les dio la razón a esas mujeres porque finalmente el progreso dio a los trabajadores mucho de eso que pedían. En cambio, de los represores no hay ninguna placa en las comisarías de donde partieron para reprimir. Ni siquiera un monumento al testículo izquierdo del sargento Jesús Sánchez.
La manifestación debe ser un derecho público. Un termómetro para los políticos. Si la gente sale a la calle a protestar es porque algo pasa. Analizar la protesta, sacar conclusiones de ellas, es la misión de todo estadista. Obrar en consecuencia para eliminar eso que puede ser origen de una nueva violencia. En Buenos Aires acaba de ocurrir algo muy triste. En el aniversario de la creación del Estado de Israel se hizo un acto público conjunto del gobierno de la ciudad de Buenos Aires y de la embajada israelí.
A ese acto concurrió una manifestación de protesta con carteles y cánticos de miembros de las organizaciones Teresa Rodríguez y FAR que censuraban la política israelí en Palestina, con la agresión militar última que dejó miles de víctimas. Bien, y aquí vienen las versiones diferentes. Como aquella vez de 1919 en Río Gallegos. La versión policial indica que los manifestantes atacaron con palos y a puñetazos a los presentes en el acto con expresiones racistas contra los judíos. Los manifestantes, en cambio, señalan que cuando estaban gritando sus consignas de críticas a la política de Israel contra Palestina fueron atacados por un núcleo de hombres que hablaban hebreo. Y que inmediatamente después de esa agresión, la policía argentina detuvo a varios integrantes de la manifestación de protesta acusándolos de desorden público y agresión y de discriminación racial contra el pueblo judío.
Una cantidad importante de intelectuales argentinos, encabezados por el Premio Nobel de la Paz Pérez Esquivel, ha repudiado la detención de esos manifestantes señalando que no hay que confundir una manifestación contra la política exterior que lleva a cabo el gobierno israelí con respecto a Palestina con una conducta racista. Además, ratifican el derecho del pueblo a manifestar sus protestas en marchas públicas. Pero el juez Bonadío, interviniente en la causa, ha tomado como cierta la versión policial y del embajador israelí y ha iniciado juicio a doce intervinientes en la manifestación en una causa que puede llevar a la pena de dos a ocho años de prisión a los acusados.
Esto es muy doloroso. Es crear violencia en la sociedad. Para mayor mal, el embajador israelí, doctor Gazit, ha felicitado públicamente al juez Bonadío por su resolución. Para colmo la policía allanó un lugar de reunión de la organización Teresa Rodríguez y señala que encontró bombas molotov y algunas armas de fuego. Esto fue rechazado por esa organización diciendo que en el lugar allanado funcionan un comedor comunitario y una cooperativa textil. Señala que la policía permaneció allí desde las 20 hasta las 5 de la mañana y que destruyó la vivienda de los que duermen en ese lugar.
Luego la policía levantó un acta que dice que encontraron bombas molotov y armas en un baño. Pero allí entraron solos y sin testigos. Además, cuentan que la policía se llevó las cámaras fotográficas, una fotocopiadora y varias computadoras destinadas a la juventud del barrio (al parecer sólo les restaba levantar un acta sobre el testículo izquierdo del sargento Lagos). Aparte, el juez Bonadío ordenó la prisión de nueve de los doce acusados, los que fueron llevados a la cárcel de máxima seguridad de Marcos Paz, a la cárcel de mujeres de Ezeiza y a la de menores también de Ezeiza.
A uno, como argentino y ciudadano del mundo, le da pena todo esto, mucha pena. Creo que todos los ciudadanos tienen derecho a criticar o no a la política de Israel con respecto a Palestina, más después de los últimos bombardeos y del muro que se ha levantado entre los dos pueblos. Sin por eso ser culpables de cometer racismo. Este hecho nos da también pena por Israel y por la Argentina. Creemos que el pueblo judío, con la sabiduría ganada en las persecuciones que ha sufrido a lo largo de su historia, buscaría otros caminos antes que la violencia. La historia nos ha demostrado que sólo se adelanta con la paz. Veamos esos dos pueblos: Francia y Alemania, con tres guerras continuas: 1870, 1914 y 1939, con la muerte de millones de sus hijos y la destrucción de sus ciudades. Y ahora: hace ya 64 años que viven en paz y hasta han eliminado fronteras y llevado a cabo mercados comunes, sin jamás durante esos años de paz haberse producido un incidente fronterizo. Y en la Argentina, que luego de la experiencia de las dictaduras militares metamos presos a jóvenes que salieron a gritar su opinión acerca de un problema que nos interesa a todos: la paz definitiva en el Cercano Oriente, es muy penoso. Además, saber escuchar los testimonios de los presentes en ese acto y no dejarse llevar sólo por la versión policial, ya que los acusados señalan que cuando ellos comenzaron a gritar sus pensamientos fueron agredidos por un grupo especializado israelí, ante la falta total de acción de la policía. Que en esa agresión se arrojó al suelo a manifestantes pateándoles las costillas, como en el caso de Leonardo Del Grosso, que fue brutalmente pateado y más, como las fotos que se mostraron luego, como si los que estaban en el suelo fueran miembros de la delegación israelí, cuando en realidad eran miembros de los grupos que protestaban. Ellos lo pueden demostrar identificando a los fotografiados.
Creemos que aquí debe ser el propio embajador israelí quien tome a su cargo llevar la paz en este hecho, que de seguir así creará más violencia. Debe ser él quien retire la denuncia y sostenga que fue un confuso episodio que debe superarse solo con el gran gesto de la no violencia y la búsqueda del método democrático del debate público y no el de las mutuas agresiones. Por ejemplo: realizar seminarios con representantes palestinos, israelíes y de los diversos grupos argentinos interesados acerca de cómo buscar un acuerdo de solución para el Cercano Oriente. Y luego llegar a un documento para enviar a Israel, a Palestina y a todos los países árabes. Aunque se consiga muy poco, por lo menos se demuestra buena voluntad, y esto puede ser una senda definitiva para la paz de los pueblos.
Parece utópico, pero es lo único posible. Grandes pensadores de origen judío como Noam Chomsky y León Rozitchner han criticado la actual política exterior de Israel. La luchadora de siempre Laura Ginzberg, miembro de la Agrupación por el Esclarecimiento de la Masacre Impune de la AMIA, ha escrito hace poco: “Los ojos de la humanidad miran y acompañan a las víctimas masacradas en Gaza y repudian las políticas terroristas del Estado de Israel en esa región”.
Así demuestran ellos que tienen coraje civil, como el joven intelectual Néstor Kohan, parte de cuya familia fue torturada y masacrada por los genocidas nazis, señala en un valiente artículo en el que les pide a los gobernantes israelíes: “¡Basta ya! ¡No lo hagan en nuestro nombre! No usen la memoria de nuestros abuelos y bisabuelos, torturados perseguidos y masacrados por el nazismo para fines mezquinos, egoístas e indefendibles”.
Hay dolor en estas palabras. Lo comprendemos. La culpa de todo esto no la tiene el grupito de argentinos que fue a gritar su verdad y ahora sufre una cárcel absurda. Luchemos por su libertad.
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