EL PAíS › EL CRUCIAL ROL DE CHICHE DUHALDE EN EL ESQUEMA ELECTORAL
El caballo del comisario
Alfil privilegiado del Presidente, jura hace años que no ve la hora de dejar la política, pero se construyó una base de poder y suma como posible vice de un candidato justicialista.
Por Luis Bruschtein
“¿Duhalde?, ¿qué Duhalde?, ¿el esposo de Chiche?”. Esta frase no se pronunció, o quizás sí, pero perfectamente podría pronunciarse en el futuro, aunque el futuro argentino tiene visibilidad muy corta. Tan corta, que hasta hace pocas semanas atrás nadie se hubiera imaginado que la única candidatura clara que proyectaría el peronismo sería la de Chiche Duhalde a vicepresidenta de varios postulantes a presidente.
Es un dato tan claro como lo puede mostrar la realidad de una clase política en decadencia. Y tan permanente como la vida de una mariposa en una crisis que devora en días liderazgos que en otra situación se hubieran proyectado varios años. Pero lo cierto es que hace pocos días, Hilda González de Duhalde, Chiche, fue terminante al afirmar: “Duhalde –su esposo– tiene que irse”. La primera dama aclaró que tal cosa era necesaria “porque éste es un gobierno débil y se necesita uno fuerte”. Y ahora el duhaldismo asegura que la única manera de que el próximo gobierno sea fuerte, es que lleve a un Duhalde en la fórmula: Chiche.
Resulta un matrimonio que viene con auxilio incluido: Eduardo Duhalde asegura que se quiere ir y ya su esposa se proyecta para reemplazarlo. Las figuras que aparecían encabezando las encuestas a principios de año –con excepción de las realizadas en La Rioja por Ambito Financiero– como Elisa Carrió y Adolfo Rodríguez Saá, no soportaron la exposición permanente o la expectativa inmediatista, sumado a un trasfondo de arraigado escepticismo, y fueron decayendo. Primero encabezó las encuestas Elisa Carrió y luego el puntano, cuyo ascenso parecía indetenible en los mezquinos índices en que se mueven todos los posibles candidatos. Pero Rodríguez Saá llegó a una meseta, metió la pata y también empezó a bajar.
Sin candidatos con posibilidades en las otras fuerzas políticas, el justicialismo se entusiasmó y dio por descontado que el próximo presidente saldría de sus filas, lo cual desató una especie de sube y baja en las encuestas. Primero fue Carlos Reutemann y se desinfló, después Rodríguez Saá y se desinfló, Carlos Menem se desinfló apenas asomó la cabeza y después José Manuel de la Sota y se desinfló. Otros candidatos, como Néstor Kirchner, ascienden lentamente y más atrás vienen José Octavio Bordón y Víctor Mussa. Si hubiera una interna, los resultados no serían tan claros y, sin embargo, muchos de ellos quisieran llevar a Chiche Duhalde en la fórmula.
Se trata de una señora de su casa que, cada vez que le preguntaron, ha expresado que no tiene ambiciones políticas. Y sin embargo, en un país que premia más la ambición que la capacidad, la inteligencia, los antecedentes o un programa, una mujer supuestamente sin ambición aparece situada en el centro mismo del poder, mejor que los políticos más agresivamente ambiciosos. O cambió el país en ese aspecto, o simplemente se trata de una respuesta ambiciosa.
Desde que su esposo llegó por primera vez a la gobernación bonaerense, Chiche insiste en que no ve la hora de regresar a la tranquilidad de su casa en Lomas de Zamora. Y en todos estos años, mientras contaba con resignación las horas que la separaban del retorno a la vida hogareña, construyó un ejército de 25 mil manzaneras y manejó un presupuesto de 200 millones de dólares en la provincia de Buenos Aires. A razón de tres huevos y un litro de leche por semana a cada chico forjó una imagen que la diferenciaba del resto de los demás políticos.
El éxito no fue total ni inmediato, porque perdió las primeras elecciones en las que participó, en 1997, frente a Graciela Fernández Meijide y a la sombra de las manzaneras fueron creciendo las agrupaciones piqueteras, que se distanciaron de la influencia clientelar del justicialismo. Sin embargo, su política asistencial no fue desastrosa como el manejo que hizo el radicalismo con las cajas PAN. Sentó un precedente que le valdría para más adelante. Cuando perdió las elecciones de 2000, su esposo Eduardo aseguró que nunca más aspiraría a la presidencia de la República y orientó sus esfuerzos al control del peronismo y su pelea con Carlos Menem. Pero la crisis de diciembre de 2001 lo llevó al lugar que decía no aspirar. Contraviniendo todas las leyes de la metafísica, en Argentina el poder parece recaer en quien lo rechaza. La historia con las manzaneras convirtió a Chiche Duhalde en una experta en programas sociales y de la eficacia de esos programas dependía ahora que el país no se convirtiera en una gran pira de fuego para el matrimonio Duhalde.
Era cuestión de vida o muerte que los programas llegaran a la gente, y si funcionaban, quien estuviera a su cargo conseguiría un rédito político que le daría una amplia ventaja sobre los demás. Tendría la llave para salvar al Gobierno, pero al mismo tiempo se convertiría en una futura amenaza. No podía ser un técnico desconocido, ni siquiera un aliado, tenía que ser una esposa. En la práctica justicialista inaugurada por Perón, con un método de conducción pragmático que provocaba recelos y desataba ambiciones y competencias a su alrededor, la propia esposa se convertía en la única confiable por delegación de su propio poder. Siguiendo esa línea, Duhalde fue convocada al gabinete por Duhalde y la fórmula Duhalde-Duhalde comenzó a gobernar Argentina.
Pero Chiche, que no tiene ambiciones, fue la única en elegir el cargo. Delegó el Ministerio de Acción Social en su amiga Nélida “Chichi” Doga y ella asumió como presidenta del Consejo de Coordinación de Políticas Sociales, una especie de superministerio. De los 200 millones que manejaba en la provincia de Buenos Aires, pasó a los dos mil millones para el Plan de Jefas y Jefes de Hogar Desocupados. No es una ministra más, de hecho es la esposa del Presidente, se sienta a su lado en las reuniones de gabinete y Duhalde le consulta todas sus decisiones.
Chiche se preparó para ese lugar, aunque por sus declaraciones pareciera que todo le cayó del cielo. Tanto es así que se preocupó de su imagen física de la misma manera que hacen los políticos que sí tienen ambición de poder, y se efectuó un lifting que le ablandó los rasgos y le sacó el gesto duro de la cara. Con rictus o sin rictus, Chiche tiene fama de dura en la ejecución y de implacable con sus enemigos.
Su entorno de confianza son Chichi Doga y Chichita, su secretaria personal, y pese a que conoce a todos los caudillos bonaerenses que trajinan en el complicado entramado sobre el que se asienta la férrea conducción de Duhalde en la provincia de Buenos Aires, trata de mantenerse equidistante de punteros e intendentes. Conoció los mecanismos ese poder mientras fue creciendo y consolidándose, pero ese es territorio exclusivo de su esposo.
Nadie podrá decir que Duhalde no es astuto en la estrategia política y es difícil discernir si el crecimiento de su esposa Chiche en ese esquema no fue también obra suya. Lo cierto es que en el plano económico, su primera apuesta con los ministros Jorge Remes Lenicov e Ignacio de Mendiguren naufragó peligrosamente, mellando en poco tiempo su imagen pública. El fenómeno fue que mientras la imagen negativa del gobierno y su presidente aumentaba en forma considerable, al mismo tiempo crecía la imagen positiva de la esposa.
Aun así Duhalde mantiene su cuota de poder dentro del Partido Justicialista y lo demostró en dos congresos donde logró unificar a los distintos caudillos para detener la ofensiva menemista. Su principal problema desde la Presidencia es lograr una transmisión de mando que responda a sus expectativas. Apoyó abiertamente la postulación del santafesino Carlos Reutemann, inclusive Chiche expresó que se trataba del mejor candidato. Reutemann es bien visto por el sector financiero y el capital más concentrado de la industria que le asignan las cualidades de un neoliberal más prolijo que el menemismo puro.
La renuncia de Reutemann dejó huérfano de candidato al duhaldismo, que alentó entonces al cordobés José Manuel de la Sota, otro gobernador que se había alineado con el neoliberalismo oficial durante el menemismo. Pero De la Sota no pudo levantar en las encuestas. Adolfo Rodríguez Saá, otro ex gobernador que tampoco fue opositor al menemismo, es visto con desconfianza por casi todos y una alianza con él sería la última, aunque no desechable, opción. Néstor Kirchner, el único candidato dentro del justicialismo que fue opositor durante el menemismo, no alcanza a los primeros puestos de las encuestas y, aunque está dispuesto a hacer alianzas, no quiere mezclar esa imagen de peronista diferente.
Pero de todos ellos, Chiche es la que tiene mayor imagen positiva, con cierta incersión en los sectores populares bonaerenses que desvelan a todos los candidatos. En el duhaldismo se entusiasman incluso con una candidatura presidencial para el 2003 si se diera el escenario más favorable. Por ahora se limitan a sondear la posibilidad de que integre la fórmula justicialista con mayores posibilidades. Afirman que en una interna con Menem, ella sería la carta de triunfo. De la Sota dio a entender que la compañía de Chiche lo haría feliz, Reutemann aseguró que sería la mejor candidata a vicepresidenta y en el entorno de Kirchner, aunque se deshicieron en elogios con la señora, prefirieron no hacerse cargo del apellido. Como otras veces en la historia, la esposa del Presidente se ha convertido en la dama del ajedrez justicialista.