SOCIEDAD › EL SISTEMA DE ATENCION INFANTIL DE LOS DESOCUPADOS DEL MARIA ELENA
Cuerpo a cuerpo, contra el hambre
Es más que simple: atención básica, pesar y medir chicos, lograr detección temprana.
Hay 100 voluntarias del barrio en un asentamiento con alta desnutrición.
Por Laura Vales
Todos los jueves Elena Barrera (48 años, una hija, dos nietas) recorre con otras desocupadas de su asentamiento las casas de una manzana repartiendo invitaciones. Entregan un texto corto, fácil: nada más que un papel donde se lee “vecino, si tiene chicos tráigalos a pesar y medir”, junto con una indicación de hora y lugar. Cuando llega el sábado, Elena se para en la puerta del centro de salud y sigue desde allí los resultados de su recorrida: con más o con menos éxito según la semana, una fila de padres llega para subir a sus hijos a una balanza mientras el equipo de agentes de salud anota en una ficha los datos del peso, altura y edad. Con ese método sencillo, absolutamente rutinario, los desocupados del barrio María Elena, en La Matanza, están impulsando la pelea cuerpo a cuerpo contra los efectos del hambre en los chicos. Así detectaron que la desnutrición que acaba de matar a cinco nenes en Tucumán avanza impiadosa sobre el propio barrio, donde el porcentaje de nenes desnutridos y en riesgo trepó desde diciembre al 40 por ciento.
Cada vez que aparece un chico con bajo peso, Elena lo anota en un listado especial. El listado viene creciendo a un promedio de tres nuevos nombres por día. El equipo de salud de la salita decidió por esto que había que dar una respuesta no sólo rápida sino completa: rastrillar el barrio a fondo, pero también preparar una vianda diaria para los desnutridos y seguir de cerca la recuperación de cada chico.
Los tres pasos de ese proceso terminaron involucrando no sólo a las agentes de salud (en el asentamiento hay más de un centenar, todas ellas vecinas) con los médicos y las enfermeras, sino también a estudiantes universitarios que hacen sus pasantías, a asociaciones de profesionales de la salud, a los piqueteros de la Corriente Clasista y Combativa y a la Junta Vecinal del María Elena. La historia, de alguna manera, es la contracara de las muertes de Tucumán, y muestra las estrategias que se están desarrollando entre los más pobres del conurbano ante el abismo que abrió la crisis.
20 años
Sería engañoso omitir un dato previo. Nadie en La Matanza se atrevería a decir que el María Elena, asentamiento de 57 manzanas y 12 mil habitantes, es un barrio como cualquier otro del conurbano. El asentamiento nació en el ‘83 y su característica distintiva es que desde entonces desarrolló una fuerte experiencia de organización territorial.
En la década del ‘80 los ocupantes que llegaron con prácticas sindicales, sociales o políticas previas fueron armando allí una organización que consiguió tener continuidad en el tiempo. Crearon una junta vecinal que hoy, además de la iglesia, es la única institución en el barrio. La junta renueva sus autoridades cada dos años, con elecciones en las que hay una alta participación y en las que el único requisito para votar es vivir en el asentamiento. Es decir que no se exige ser socio de la organización vecinal ni tener las cuotas al día, como ocurre en otros casos. A través del trabajo conjunto, el barrio consiguió la tenencia de las tierras, diseñó el trazado de las calles pensando en urbanizar la zona sin convertirla en una villa y trató de llevar los servicios básicos. Como parte de la pelea por la tierra, todos los habitantes del María Elena se movilizaron a La Plata, ocuparon las dos cámaras de la Legislatura bonaerense y presionaron por la sanción de la ley de expropiación que les permitió comprar los lotes en cuotas.
La organización en el María Elena es una herramienta tan valorada que los propios vecinos cuentan que en épocas duras se organizaron para robar cables con los que completar el tendido eléctrico para llevar luz a las casas levantadas en el medio del descampado. Y agregan que en el ‘89, cuando con la hiperinflación faltó para comer, “robaron organizadamente”camiones de comida, “pero de ninguna manera salimos a saquear”, puntualizó uno de ellos a este diario, con la intención de remarcar diferencias sentidas como parte de la identidad del lugar. En los ‘90, con la desocupación, el asentamiento se convirtió en el núcleo de los desocupados de la Corriente Clasista y Combativa. Ahí viven los principales dirigentes piqueteros de ese sector, como Juan Carlos Alderete, y buena parte del barrio participa en los cortes de ruta y los planes de lucha de La Matanza.
La sala de salud del María Elena fue construida por la junta vecinal como parte de ese largo proceso. En ella trabaja un equipo de médicos con sueldos pagos por la municipalidad, cuyos nombramientos se consiguieron con movilizaciones. Prácticamente desde su inicio, en el año ‘90, la salita empezó a formar agentes de salud. El único requisito para hacer el curso anual es ser mayor de 13 años. Ya egresaron 300 personas, un centenar de las cuales siguió trabajando activamente en cuestiones de salud.
3 nuevos casos por día
El centro de salud empezó a cocinar hace siete meses. “No porque en la zona no existan comedores”, explica el médico Néstor Oliveri, responsable de la sala e impulsor del trabajo en el barrio desde hace 15 años. “En la esquina hay uno, en la escuela (distante cuatro cuadras) tenemos otro y en la iglesia de acá al lado también, pero no alcanza. La tarea que hacemos acá, por otra parte, incluye un seguimiento puntual de los chicos con bajo peso, lo que significa que se cocina para ellos y que si un día los padres no van a buscar la comida, las agentes de salud se ocupan de dar una vuelta por la casa y saber qué ocurrió. Junto con la ración de comida, entregamos leche fortificada con hierro.”
–¿Qué niveles de desnutrición infantil están teniendo?
–Detectamos un pico en diciembre, cuando encontramos un 22 por ciento de desnutrición pura, y otro 15 por ciento de niños que estaban en el límite, al borde de estar desnutridos. Son porcentajes reales: nosotros censamos a dos mil chicos de entre 0 y 6 años y a 1500 de entre 6 y 12. Casi el 40 por ciento mostraba problemas de nutrición. En abril, como la situación incluso se deterioró, decidimos hacer la comida y los seguimientos.
Los insumos para las viandas se completan con distintos aportes: se hacen pedidos a los comerciantes, otra parte la ponen los desocupados de la CCC, hay envíos de la Asociación de Profesionales del Hospital Posadas y el Ministerio de Salud se ocupa de mandarles leche. “Hay vecinos que se ocupan de buscar verduras en el Mercado Central y otros que hacen rifas para comprar carne”, apunta Elena Barrera.
Hacia adentro trabajo se distribuye por áreas, al frente de cada cual nombran un responsable. El equipo de salud abarca a médicos, enfermeras, agentes, psicólogos y estudiantes universitarios que hacen sus pasantías. En ese conjunto hay una alta proporción de desocupados y una fuerte participación en el movimiento piquetero. “Como método de trabajo vamos fijándonos objetivos por cada área —sostiene el médico—. Cada dos meses nos juntamos todos, hacemos un balance de lo realizado y corregimos el rumbo si es necesario.”
El equipo de salud fue definiendo con los años una línea de trabajo. Una de sus particularidades es que ante situaciones de violencia emergentes de la situación social, tratan de encontrar salidas que mantengan lejos a la policía e instituciones de la salud que consideran represivas.
Dos años atrás, en el María Elena hubo una mala racha de episodios de violencia juvenil. Se había formado una bandita de chicos con adicciones que cobraban peaje a los viejos y molestaba a todo el que se les cruzara. Ante esta situación, el barrio propuso armar un grupo para adolescentesadictos. Hicieron un acuerdo: la organización de desocupados les conseguiría un plan de empleo a cambio de que ellos hicieran la rehabilitación. La estrategia les dio buenos resultados.
En lo que hace a los efectos del hambre, la sala guarda los registros de una experiencia similar del ‘96, cuando ante otro pico de desnutrición (del 22 por ciento) consiguieron bajar el índice casi a la mitad, hasta reducirla al 14 (ver aparte).