EL MUNDO › LA ECONOMIA MUNDIAL Y LOS ATENTADOS
El surgimiento del riesgo terror
Con un costo de producción de medio millón de dólares, los atentados del 11 de septiembre causaron pérdidas por 40.000 millones a las aseguradoras solamente. Esto da un indicio del nuevo riesgo terror, que explora este informe.
Por Eduardo Febbro
Página/12
en Francia
Desde París
La irrupción de un nuevo tipo de terrorismo “sin fronteras” en el escenario internacional condicionó las estructuras de la economía mundial. Desde los atentados del 11 de setiembre del 2001 y a través de toda la serie de actos terroristas que se produjeron durante 2002 el terrorismo se instaló como un “elemento perturbador” en el seno del paisaje económico internacional. Los operativos perpetrados por la red Al-Qaida en diferentes puntos del planeta llegan a pesar en las decisiones tomadas por los inversionistas, influencian los mercados y incitan a la prudencia a las autoridades económicas.
El precio del terror
Las cifras son más que elocuentes. El costo de un atentado y los estragos que éste provoca resultan dispares. Los analistas de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) señalan que para un costo de “producción” de medio millón de dólares, el atentado del World Trade Center ocasionó el “gasto” compensatorio más espectacular que las compañías de seguros hayan conocido: los atentados movilizaron 40.000 millones de dólares y esa cifra no toma en cuenta lo que se gastó en medidas de seguridad. Un estudio de la OCDE revela que los actos terroristas del 11 de septiembre “afectaron los intercambios económicos, no sólo en Estados Unidos sino en el mundo entero”. Más aún, el texto de la OCDE resalta un dato central cuyas consecuencias se irán descubriendo en los próximos años: “Los atentados no provocaron únicamente pérdidas humanas y materiales, también revelaron la vulnerabilidad de la economía de mercado ante las amenazas hostiles”.
La conciencia de esa “vulnerabilidad” es precisamente la que acarrea costos adicionales: proteger el sistema implica que se comprometan grandes sumas de dinero. En este contexto, los analistas económicos de la OCDE admiten que “el costo macroeconómico será enorme y constante”. Los economistas más lúcidos destacan que no es la seguridad lo que debe replantearse sino la estructura completa del mundo financiero. Los países occidentales ofrecen un blanco privilegiado para los ataques terroristas. Las riquezas humanas, económicas y tecnológicas están concentradas en puntos gigantescos del planeta que resultan prácticamente imposible de proteger por completo. En cuanto a los sistemas a través de los cuales se realizan los intercambios internacionales, trátese de redes informáticas, de transporte marítimo, aéreo o terrestre, su vulnerabilidad es juzgada “crítica” por los especialistas. Un dato permite comprender hasta qué punto la seguridad infló los presupuestos nacionales. En Estados Unidos, el presupuesto de la policía y el Ejército se incrementó en un 12 por ciento mientras que en Francia la cifra subió en un 7 por ciento. El replanteo de la seguridad alcanzó sectores como los depósitos de agua potable, 4.000 de los cuales fueron pura y simplemente militarizados en todo el territorio francés. El costo de esta militarización corre a cargo del presupuesto de las regiones. Otro ejemplo es el amplio programa de protección y renovación de los stocks de antibióticos y vacunas de todo tipo con vistas a atenuar los estragos de un atentado con armas químicas u biológicas. Francia realizó en los últimos meses una serie de ejercicios destinados a probar la reacción de los ciudadanos ante un ataque químico. Según adelantó un experto bajo el más estricto anonimato, “esos ejercicios demostraron que la respuesta que somos capaces de dar está muy por debajo de la amenaza”. Cada programa elaborado para enfrentar un ataque nuclear,químico o biológico acarrea inversiones tanto más fabulosas cuanto que conciernen a poblaciones civiles muy numerosas.
El consumidor paga
Sin reticencia alguna, los actores económicos aceptan reconocer hoy que, sea como fuere, es el consumidor quien pagará la cuenta final de la seguridad. El atentado perpetrado en Bali (190 muertos, más de 300 heridos) tocó otro de los “nervios” de la economía mundial. La región, el Sudeste Asiático, es todo un símbolo en materia de apertura económica y de mundialización. La mayoría de los países del Sudeste Asiático obtiene más del 50 por ciento de su Producto Bruto Interno (PBI) gracias a las exportaciones. Según Pascal Blanqué, del Crédit Agricole francés, el atentado de Bali “más que una sacudón económico es un golpe simbólico que viene a probar una vez más la fragilidad geoestratégica de la economía mundial. No hay dudas de que estamos viviendo en una economía peligrosa”. Cuando Blanqué habla de “un golpe simbólico” ello no quiere decir que las consecuencias sean puramente simbólicas. Su impacto es real. “El atentado en Bali “es un grano de arena en el mecanismo de la economía y de la fluidez de los intercambios de bienes, de servicios y personas a través del mundo”, afirman los economistas de la OCDE.
Tornar más seguros los intercambios mundiales acarrea necesariamente un incremento de los productos y una transformación de las estructuras de control. Los gastos ocasionados por la seguridad son considerados como “improductivos” y tienen, por ende, un impacto real en el crecimiento. Según estimó Uri Dadush, economista en el Banco Mundial y director del departamento de perspectivas económicas, “es obvio que los países pobres serán los más penalizados por la situación. En una situación de estabilidad, es decir sin degradación, el impacto en el crecimiento mundial en el curso de los próximos años podría elevarse a 0,25 puntos del PBI por año”. De hecho, la globalización arrastra a todo el mundo al mismo precipicio y no hay zona del mundo que esté al abrigo de los estragos económicos causados por los atentados. Uri Dadush indica al respecto que, “a corto plazo, en la medida en que el terrorismo afecta la confianza de los inversionistas, todos los países están afectados, tanto más cuanto que están integrados en la economía mundial”. El economista del Banco Mundial da un ejemplo muy claro, el de América latina. Dadush argumenta que “América latina no está directamente tocada por el terrorismo, pero, sin embargo, paga las consecuencias debido a su dependencia frente a los flujos de capitales extranjeros”. En este panorama a media asta, los países musulmanes, que son los grandes productores de petróleo, son los que menos se resienten con la reducción del crecimiento.
El flujo interrumpido
Además de las incertidumbres de la Bolsa y la desconfianza “previsional” de los circuitos financieros, uno de los sectores más alterados por el terrorismo es el de los intercambios de mercaderías, el cual, según se desprende del informe elaborado por los economistas Patrick Lenain, Marcos Bonturi y Vincent Koen, soportarán un costo macroeconómico elevado. Los tres expertos estimaron que “el descenso del costo de los transportes y su creciente fiabilidad jugaron un papel primordial en el crecimiento económico de los últimos años. Gracias a la logística moderna, numerosas empresas pudieron internacionalizar sus cadenas de suministros, reducir sus stocks, trabajar con flujos tendidos y volverse así más productivas”. Sin embargo, el 11 de septiembre puso fin a esa luna de miel y los autores del informe advierten ahora que “el encarecimiento de los transportes y las demoras que van a sufrir podrían tener consecuencias negativas en el crecimiento de los países ricos y pobres”. Las empresas privadas están obligadas a invertir para proteger sus bienes y esa inversión repercute enel precio final de los bienes de consumo. Esa inversión ha sido tomada en cuenta por Patrick Lenain: “Los especialistas estiman que, desde los atentados, el costo total de las medidas de seguridad podría alcanzar entre el 1 y el 3 por ciento del valor de las mercaderías”, sostiene. El terrorismo es, en suma, una variable económica que dispara los precios hacia arriba.
Los tres investigadores calculan que el terrorismo incrementa el funcionamiento de tres pilares de la globalización: “Los seguros, los transportes y la seguridad”. Estos últimos dos sectores cohabitan en una suerte de simbiosis. Seguridad y transportes forman un binomio inseparable. En un documento publicado en agosto de este año, Air France detalló el cómo y el por qué del aumento de las tarifas. Sometida a la reglamentación internacional, Air France indica que “las patrullas permanentes en las pistas, la presencia a bordo de los aviones de agentes de seguridad entrenados para las artes marciales, el refuerzo de las puertas de la cabina de pilotaje”, en definitiva, el conjunto de las medidas de seguridad representa un “incremento anual ligado a los gastos de seguridad que oscila entre 50 y 60 millones de dólares”. A esta cifra se le agrega la correspondiente al seguro que se paga por cada pasajero, evaluado en 1,25 dólar por persona transportada. Entre el 2001 y el 2002 la línea presupuestaria de los seguros pasó de 40 a 85 millones de euros (igual cantidad en dólares, a la paridad actual). Comparadas unas tras otras, las cuentas muestran una inevitable curva ascendente. La edición 2002 del Atlas Económico de la Seguridad revela que la seguridad interior representa en Francia un monto de 11.000 millones de dólares, es decir, un 9 por ciento más que el año pasado. De estos 11.000 millones de dólares, las áreas que sufrieron la inflación más visible fueron las de la “protección de hombre a hombre”, 19,2 por ciento de aumento, la seguridad informática, 16,2 por ciento, los dispositivos que supervisan los accesos, 11,7 por ciento, y el control técnico, 10,8 por ciento. Si bien cada una de estas medidas refuerza el control global, también torna más pesada la fluidez de los intercambios y, por consiguiente, más cara su gestión. Los dispositivos técnicos y humanos de supervisión frenan “el flujo que permitió el desarrollo de la globalización”, admiten los expertos oriundos de varias disciplinas.
En sus textos internos, las compañías de seguro han reemplazado el término de “riesgo mayor” por el de “megarriesgo”. En el informe realizado por Patrick Lenain, Marcos Venturi y Vincent Koen sobre las consecuencias económicas del terrorismo los autores retratan un mundo siniestro: “Una bomba sucia lanzada sobre la ciudad de Nueva York podría tornar inhabitable una parte importante de la zona geográfica. El potencial de producción de los Estados Unidos podría reducirse en un 3 por ciento. (...). Wall Street quedaría cerrada y el reinicio de las cotizaciones dependería del resguardo de los datos (...). La confianza por parte de los consumidores y de los agentes económicos en las capacidades del gobierno para proteger el país estaría gravemente comprometida”. El terrorismo no sólo obligó a los militares a replantearse la vigencia de los sistemas de defensa en función de su eficacia para proteger a las poblaciones civiles. También transformó la esencia de las relaciones económicas y de los intercambios internacionales. Pierre Tabatoni adelanta que los debates actuales están dominados por la idea de “incluir la seguridad dentro del desarrollo sostenible”.
El peso del terror
Nada ilustra mejor la dificultad de pensar un mundo sin fronteras como el que había antes del 11 de septiembre como los debates que se dieron en el curso de la última cumbre de la APEC, el Foro de Cooperación Económica de los países de la región de Asia y Pacífico celebrado a finales deoctubre en la ciudad mexicana de Los Cabos, en baja California. La APEC ejerce un peso considerable en la economía mundial. Es, de hecho, el primer grupo regional del mundo. Sus 21 miembros representan el 40 por ciento de la población mundial y el 57 del Producto Bruto mundial. Estados Unidos, Japón, China, Rusia, Indonesia, Filipinas, México, Chile y Canadá integran, entre otros, este selecto núcleo creado exclusivamente para abrir fronteras. Pero, como decía a Página/12 el presidente del Consejo Patronal Canadiense, Tomás de Aquino, “es muy difícil hacer negocios cuando Estados Unidos está en guerra”. Los 400 jefes de empresas pertenecientes a las principales compañías del mundo pidieron simultáneamente “seguridad integral” frente al terrorismo y economías que no funcionen sobre la “base del miedo”. El mexicano Julio Millán, empresario y anfitrión del Consejo Consultor Empresarial de la APEC (CCE) reconoció que “el miedo paraliza las economías del mundo. Las medidas de seguridad deben mejorar, pero no ser un obstáculo”.
La declaración final de la cumbre de la APEC contiene un párrafo consagrado al terrorismo, pero su brevedad no refleja el lugar que el tema de los atentados ocupó en las reuniones. Por primera vez desde hace muchas décadas, un elemento “reactualizado” como el de los actos terroristas vino a descomponer el engranaje del flujo de intercambios y la prosperidad al punto tal que los líderes de la APEC fijaron como prioridad el aplastamiento del terrorismo como condición para garantizar el éxito del comercio. Sin embargo, en esta visión idílica de un mundo más seguro, la presidenta de Filipinas, Gloria Marapagal Arroyo, advirtió: “Si descuidamos el imperativo económico en este momento, cuando estamos tan preocupados por el terrorismo, estaríamos alimentando el terrorismo, estimulando el hambre, las enfermedades y la ignorancia”.
Osama bin Laden rediseñó la imagen del mundo y de las relaciones internacionales. A su manera, el millonario saudita tornó reales las pesadillas amplificadas por el cine norteamericano. La tendencia de la seguridad que ocupa el horizonte llevó a la primera ministra neocelandesa Helen Clark a señalar: “No podemos construir un mundo seguro alrededor de pequeñas islas de prosperidad”.
Ahora, la división mundial no parece establecerse únicamente entre el Norte y el Sur, entre ricos y pobres. Tal vez, el porvenir nos reserve la imagen de países ricos, cercados por tantas medidas de seguridad que los tornarán inaccesibles, planetas solitarios en un universo que habrá perdido el mágico don de la diversidad humana.