De emergentes a insignificantes
Por Julio Nudler
Tan velozmente como cayó en desuso la palabra “emergente”, que dominó el léxico optimista de los años ‘90, convirtiendo en sospechosamente subversivo al término “subdesarrollado”, ahora empieza a propagarse un vocablo desdeñoso, que revela cierto deseo incontenible de desentendimiento y despreocupación por parte de los países centrales. Es el adjetivo “insignificante”. No hace mucho lo utilizó respecto de la Argentina el ex banquero central alemán Hans Tietmeyer.
Esta vez Ken Fisher, un norteamericano que comanda la firma Fisher Investments en Woodside, ha dicho que “Irak es insignificante”, y que, por tanto, una guerra contra ese país mesopotámico no tendría impacto alguno sobre la economía estadounidense. Es, para el caso, lo mismo que el colapso argentino, default incluido: ¿a quién afecta, más allá de unos miles de inversores crédulos?
Fisher sostiene que Irak es demasiado pequeño y pobre como para ofrecer mayor resistencia. Bastan algunos números para comprenderlo: la población iraquí está, en magnitud, entre la de Venezuela y la de Rumania; la economía del país se achicó a razón de 7 por ciento anual a lo largo de la década pasada; su sector petrolero produce menos que el de Gran Bretaña y Noruega; su ejército es similar al que tenía Afganistán antes de los bombardeos estadounidenses; y, en suma, su Producto Bruto es de apenas 19 mil millones de dólares anuales.
Regiones íntegras del orbe, como el mundo árabe, obviamente Africa y en gran medida América latina están desacopladas del crecimiento global y pierden relevancia para el conjunto en términos económicos. Por tanto, la “insignificancia” comienza a rondarlas como un fantasma. El estigma es muy duro de aceptar en países como la Argentina, que se autodefinió como “potencia” en los ‘70 y como “primer mundo” en los ‘90. Pero ahora, en una versión menos voluntarista de la realidad, se juntaría con Irak en el pequeño grupo de países errabundos que han dejado impagas sus facturas con el Banco Mundial.