EL PAíS › ENTREVISTA CON FERNANDO ALBAREDA, CUYO PADRE FUE ASESINADO EN 1979 POR LA POLICíA CORDOBESA

“Ayudó a que mucha gente se salvara”

Mañana comienza en Córdoba el primer juicio a ex miembros del Departamento de Informaciones y el tercero a Luciano Benjamín Menéndez. El hijo de Ricardo Albareda reconstruye la historia de su padre, un policía que militaba en el PRT.

 Por Diego Martínez

Los recuerdos de los ocho años que Fernando Albareda compartió con su padre son “los mejores”. Quienes lo conocieron le hablaron de “su calidad de persona”. Los compañeros de militancia, de “las vidas que salvó” de una muerte segura. Es que Ricardo Fermín Albareda, asesinado en 1979 por miembros del Departamento de Informaciones (D2) de la policía de Córdoba, militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores desde un lugar tan valioso como riesgoso: la propia policía provincial. De allí la saña adicional de los asesinos, que luego de torturarlo lo dejaron morir desangrado mientras comían un asado frente al lago San Roque.

A horas del comienzo del segundo juicio por delitos de lesa humanidad en Córdoba, el primero a ex miembros del D2 y el tercero al ex jefe del Tercer Cuerpo de Ejército, Luciano Benjamín Menéndez, Fernando habla con orgullo de su padre, de sus compañeros de HIJOS que lo ayudaron a reconstruir su historia, de su hijo Nicolás, que lo acompañará a exigir justicia por su abuelo, y Sol, que se niega a aceptar que le impidan ingresar a la sala de audiencias sólo porque tiene ocho años.

–¿Cómo recordás a tu papá?

–Tengo los mejores recuerdos. Todo lo que compartí con mi viejo fueron momentos lindos, desde que nací hasta que desapareció. Recuerdo ir a la cancha, viajar, comer asados con amigos, excursiones de pesca...

–¿Los amigos eran policías?

–Eran más cercanos a la policía. Por el lugar que él ocupaba, en la militancia estaba muy tabicado, como se decía en la época. También tenía tres hermanos con familias numerosas y los fines de semana nos juntábamos a comer asados, que organizaba papá. Esos momentos lindos desaparecieron junto con él.

–¿Qué explicación te dieron cuando desapareció?

–No hubo mucha explicación, había demasiado temor. Quien me instruyó fue mi maestra de tercer grado, la señorita Nico, con quien tengo hasta hoy una relación excepcional. Recuerdo que en un recreo me sentó en el patio, un día de sol, y me explicó que se vivía una situación complicada, que había gente que pensaba distinto y estaba desaparecida, en cárceles. Me daba fuerza. “Tu viejo va a aparecer”, decía, lo tengo grabado. A la distancia entiendo que trataba de tranquilizarme aunque sabía lo que podía pasar. Era un colegio con doble escolaridad y profesores “progres”, el Integral Mixto, por eso los milicos querían cerrarlo. Mi viejo organizó asambleas con padres y docentes, todo a escondidas, pero a fines de ese año, 1979, cerró para siempre.

–¿Qué lograste reconstruir de su militancia?

–Allá por 2001, en el club Talleres, donde trabajo, mientras discutía con el abogado que tramitaba la reparación, un chico me dice “te voy a dar el teléfono de gente que te va a ayudar”. Me contactó con Martín Fresneda y Agustín Di Toffino, de HIJOS. Me citaron, les conté un poco y desde entonces me acompañaron en la reconstrucción de la vida de mi viejo. Fue duro porque, por el lugar que ocupaba en el PRT, no había muchos datos. Hasta que una mujer que había estado exiliada fue al local a ofrecer ayuda, se entrevistó con una compañera y, entre las personas que recordaba, nombró a mi viejo. Esa misma semana la visitamos, hablamos todo un día. Después su tía terminó de cerrarme el círculo sobre la militancia.

–¿Qué te contaron?

–Que era una persona muy activa. Abocada primero a su trabajo y en los ratos libres a la militancia, tratando de ayudar a los compañeros, porque el lugar que ocupaba le sirvió para salvar a mucha gente, eso lo rescata todo el mundo. Algunos dicen que mi viejo era un infiltrado, pero nada que ver. Primero tuvo el título de policía y después empezó a estudiar en la Universidad Tecnológica, y es ahí cuando a lo mejor le hizo un clic en la cabeza, tal vez por la efervescencia que había por cambiar el mundo, distribuir la riqueza, garantizar la educación pública...

–¿Qué genera saber que salvó muchas vidas? ¿Alivia el dolor?

–Sirve, sin duda. Hace un tiempo conocí a un ex militante fuerte del ERP, que falleció. “Tu viejo tenía el pasaporte y todo listo para exiliarse, pero por ustedes se quedó en el país”, me dijo. Eso para mí le da un valor agregado a todo lo que me cuentan. Personas que lo conocieron en ámbitos distintos destacan su calidad de persona, pero lo que más orgullo me da es que haya ayudado para que mucha gente salvara su vida. Paradójicamente, él no quiso salvar la suya.

–¿El testimonio sobre su muerte lo conociste ya en HIJOS?

–Sí, con Martín investigamos la causa. La denuncia original la hizo mi abuela Blanca, que estaba en Madres de Plaza de Mayo. La causa se archivó con las leyes de perdón de Alfonsín, tenía más de cuatrocientas denuncias acumuladas. Cuando se empezó a revisar el expediente se encontró el testimonio de un ex integrante del D2 sobre la muerte de mi viejo.

–¿Hablaste alguna vez con un ex miembro del D2?

–No, y no lo haría, porque me he manejado siempre con demasiada tranquilidad, tratando de hacer todo a través de denuncias, como corresponde, y creo que con mis compañeros logramos el objetivo de llevar a estas personas a juicio, ofreciéndoles todas las garantías constitucionales que otorga el Estado de Derecho y que ellos no le brindaron a mi papá. Nosotros no somos secuestradores, no somos torturadores ni asesinos, queremos un país sano y justo para todos.

-¿Esperás algo de los represores que van a ser juzgados?

–(Piensa unos segundos.) Pruebas de lo que pasó la noche del 25 de septiembre de 1979 tenemos de sobra. Lo único que espero es que, por arrepentimiento o lo que sea, tal vez un acto de dignidad, me digan dónde está el cuerpo de mi papá. No puedo decir que con eso sería feliz, pero al menos tendría un poco más de tranquilidad, le podría decir a mi familia y sobre todo a mis hijos dónde está su abuelo.

–¿Qué edad tienen?

–Nicolás tiene 18 años y es del primer matrimonio, que se acabó por cuestiones de la vida, aunque tengo una relación maravillosa con la familia de mi ex mujer. Después me casé con María Paz, tenemos a Sol, que paradójicamente nació un 28 de septiembre como mi viejo, y viene en camino Fermín.

–¿Cómo les hablás a tus hijos de su abuelo?

–Con la verdad, por cruda y cruel que sea. Hay que ir llevándolos de alguna manera para que entiendan lo que pasó. Ahora Nicolás es grande y gracias a que siempre le hablamos con la verdad es muy consciente de lo que pasó. Está educado sin ningún rencor, todo lo contrario, sabe que el único camino es la justicia.

–¿Te va a acompañar al juicio?

–Sí, seguro, el lío lo tengo con Sol. No conoce detalles pero sabe que su abuelo está desaparecido y que lo mataron durante el Proceso. De a poquito le contamos la verdad y entiende todo, por eso se armó un lío bárbaro cuando le dijimos que no podía entrar a la sala porque tiene ocho años.

–¿Cómo imaginás el día después de la sentencia?

–Imagino que voy a poder apoyar la cabeza en la almohada y descansar tranquilo. Desde que estoy en esto, más allá de militar en HIJOS y colaborar para juzgar a la mayor cantidad posible de represores, no duermo bien porque todos los días aparece uno nuevo. Eso va a seguir, porque hay muchas personas que colaboraron y ocupan puestos en la administración,los colegios, las facultades, pero creo que cuando termine el juicio voy a dormir un poco más tranquilo.

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Fernando Albareda en el lugar donde fue secuestrado su papá, asesinado frente al lago San Roque.
Imagen: Gentileza La Voz del Interior
 
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