Lunes, 16 de noviembre de 2009 | Hoy
EL PAíS › EL GOBIERNO PORTEñO GASTó MEDIO MILLóN DE PESOS EN UNA PLAZOLETA MINúSCULA
Por la obra de la placita de Las Madres, un mínimo triángulo en Constitución que separa el tránsito de la avenida Garay y Filiberto, se pagaron 532.800 pesos. Tachos de 300 dólares, arbolitos faraónicos y el cemento peinado al doble de lo que costaron otras obras.
Por Sergio Kiernan
Una poco conocida subsecretaría del gobierno porteño tuvo una incursión en la obra pública, algo alejado de su mandato. Y terminó batiendo un verdadero record de gastos y precios excesivos, con tachos de basura de 300 dólares, arbolitos faraónicos y el cemento peinado al doble de lo que pagan los ministerios especializados. Hasta en el raro mundo de la obra oficial, donde todo se paga mucho más que en el privado, los precios de la Subsecretaría de Atención Ciudadana llaman la atención por la desmesura. La titular del área, Gladys Esther González, suele ocuparse de los CGP y de recibir quejas y propuestas de los vecinos. Su debut en el arreglo de veredas fue inesperado y la débil excusa fue tomarse de la Ley de Comunas y del “pedido de un vecino” (ver aparte).
La placita de Las Madres es un mínimo triángulo que separa el tránsito de avenida Garay y la cortada Filiberto, justo en el cruce con Entre Ríos, Constitución arriba. Plazoleta sólo en el nombre, contiene dos árboles, dos faroles, un semáforo y un cantero central, en apenas más de cien metros cuadrados. Un buen día de este verano, antes de las elecciones, apareció sobre el triangulito un cartel que avisaba de las obras de la plazoleta “y entorno” por el fantástico precio de 532.800,50 pesos.
Lo del “entorno” resultó como en el libro de Saint-Exupéry, tan esencial como invisible a los ojos: lo que rodea a la plazuela sigue tan entero o tan rotoso como siempre, y costó varios meses y una carta de la Defensoría del Pueblo enterarse de que se trataba de tres cuadras de la vereda oeste de la avenida Entre Ríos. La primera impresión fue que la plazoleta minúscula había costado cinco mil pesos el metro cuadrado.
El arquitecto especialista en restauración Marcelo Magadán descubrió obra y cartel en una de sus regulares caminatas porteñas. Volvió con cámara y cinta métrica y en julio escribió una columna preguntándose por los costos en el suplemento m2 de este diario. La nota, la denuncia formal de Magadán y otras notas que la siguieron llegaron a la defensora del Pueblo porteño, Alicia Pierini. El defensor adjunto Gerardo Gómez Coronado, que tiene mandato sobre temas urbanos, de patrimonio y de calidad de vida, mandó un pedido de informes al Ejecutivo para que le aclararan por qué se había gastado tanto y qué silbato tocaba una subsecretaría soft haciendo obras con cementos y baldosas.
Gladys Esther González se tomó su tiempo para responder y sólo a mediados de octubre mandó un tomo de más de cien páginas a la Defensoría. La mayoría del papeleo era perfectamente inútil, excepto para desanimar la lectura, porque consistía en fotocopias de los pliegos de condiciones para licitaciones de la Ciudad. Estas decenas de páginas están disponibles a cualquier funcionario porteño y a la Defensoría también, y no tienen ninguna relevancia específica en el tema.
Sólo al final de la colección, a partir del folio 98, comienza a aparecer información. Esa hoja es una copia de la apertura de la licitación, realizada el 7 de enero de este año, en el que se reciben tres propuestas para la obra. Sentra SA pide casi 700.000 pesos, lo mismo que su par Luis Carlos Zonis SA, con lo que resulta que la firma Aventura Emprendimientos SA, que dirige el ingeniero Carlos Américo Reda, triunfó al pedir 532.800,50.
La subsecretaria González y el ingeniero Reda firmaron el contrato de la obra tres meses después, el 8 de abril. Para cuando empezó el frío, los trabajos estaban avanzados.
Los últimos cinco folios del paquete de Gladys Esther González respiran autoconfianza, y tienen un tono casi sobrador. Las páginas numeradas del 100 al 102 son las únicas originales, escritas por la subsecretaria especialmente para contestar a la Defensoría del Pueblo. La autora explica que el presupuesto original de la obra era de casi 600.000 pesos y que Aventura ganó el encargo por pedir 532.800,50 y aceptar un plazo de 90 días para hacerlo. González por fin aclara lo del famoso entorno, y explica que se abarca la plazoleta en sí y las cuadras de Entre Ríos entre Cochabamba y Garay, vereda oeste (la de la izquierda como va el tránsito).
En negrita, la subsecretaria explica que la obra toma entonces 1710,50 metros cuadrados, sin contar el cantero de 40 metros cuadrados ni las cebras a pintar en la calle. Y explica que hasta hubo una yapa, porque se terminaron remodelando 1735,48 metros cuadrados, al mismo precio. Escribiendo como una arquitecta, González enumera los trabajos como “materialización de nuevas veredas”, “plantación de árboles y forestación” –que en el planeta Tierra viene a ser lo mismo– y “disposición de equipamiento urbano”. Algo más concreta, el detalle indica que se demolieron las veredas existentes, se cambiaron los caños pluviales, se hicieron pisos y rampas para discapacitados y se pintaron varias cosas. Es entonces que el informe de la subsecretaria se pone interesante, porque detalla ítem por ítem cuánto costó cada cosa.
Quien recorra las obras de la subsecretaria y luego lea su informe se sorprenderá al ver que se encargó la colocación de tierra negra y la plantación de arbustos y árboles. Y que se pagaron 16.960 pesos por el encargo. La sorpresa viene porque en el pequeño cantero de la plazoleta pueden verse los dos añosos árboles de siempre y la única novedad son 36 pequeños plantines y un arbusto al que uno francamente le desearía una mejor vida. A lo largo de las tres cuadras de Entre Ríos se pueden contar exactamente once arbolitos jovencísimos, abarcables entre el índice y el pulgar, cada uno en su pozo reglamentario –setenta por setenta– y con su palito de guía.
En total, 48 vegetales, a un precio de 353,33 pesos cada uno. Pero cualquier jardinero sabe que un arbolito cuesta bastante más que un plantín, sobre todo cuando se trata de una de esas modestas ornamentales tipo “lazo de amor”. Suponiendo conservadoramente que un árbol cuesta el doble que estos plantines, se concluye que “forestar” las veredas pasó de 500 pesos por arbolito.
La inflación municipal continúa con los famosos “equipamientos urbanos” que compró Gladys Esther González. La subsecretaria se cuida mucho de ser precisa en este asunto, pero una simple recorrida permite hacer las cuentas. Las tres cuadras del lado oeste de Entre Ríos siguen exhibiendo los diez tachos de basura plásticos de siempre, ya muy baqueteados y en un par de casos pintados encima para emprolijarlos.
Al equipamiento existente, que parecería más que suficiente porque implica un tacho en cada esquina y otro a mitad de cuadra, Gladys Esther le agregó otros diez tachos de basura metálicos, del modelo nuevo con dos patas metálicas atornilladas al piso. Con veinte tachos de basura, más postes y árboles, estas tres cuadras tienen un aspecto algo barroco, pero la funcionaria agregó en las puertas de la escuela Pellegrini, en el 1300, dos “bicicleteros” para los chicos. Los bicicleteros consisten en siete fuertes caños cada uno, que forman un arco oblongo y se atornillan al piso.
O sea que en total, entre tachos y caños, se instalaron 24 piezas metálicas y un farol de alumbrado en la plazoleta, a un precio de 27.400 pesos. Esto es, cada pieza costó nada menos que 1096 pesos. Y no están hechas de metales raros y su diseño es meramente funcional, sin ornamentos, complicaciones o rarezas.
El entusiasmo de Gladys Esther González con su defensa tiene un claro pico en la “conclusión” de su carta a la Defensoría. Allí, hace las cuentas y dice que la plaza tiene “120 metros cuadrados aproximadamente” y los restantes 1590 metros “corresponden a tres cuadras de veredas de Entre Ríos”. Con lo que la plazoleta “representa el 7,54 por ciento de la superficie total de la obra”.
Despierta la curiosidad esta suma de metros que realiza la la funcionaria. Sucede que la primera manzana de la obra, la del colegio, tiene un ancho variable por la inserción del palacio, cuya fachada entra y sale dejando a veces 4,40 metros y a veces seis, sin contar los cordones, que no se tocaron. Si esa cuadra se promedia, generosamente, a cinco metros de ancho, tenemos 500 metros cuadrados. La cuadra del depósito de aguas, la del 1400, es parejita en sus 3,50 metros y algo más corta que la de la escuela, con lo que su vereda llega a los 350 metros cuadrados redondeando a favor de la subsecretaria. El final, la cuadra del 1500 resulta aún más pequeña porque tiene 3,25 de ancho y menos de ochenta metros de largo, ya que Filiberto y la misma plazoleta la reducen. Promediando nuevamente a favor de la funcionaria, se habla de 260 metros cuadrados.
Con lo que se tiene una primera suma de 1110 metros cuadrados, más la plazoleta, y no 1590 más la plazoleta, como afirma Gladys Esther. Siendo nuevamente favorables al cálculo oficial y teniendo en cuenta que las veredas nuevas doblan un poquito sobre las calles laterales, más los faldones de las ochavas, se puede afirmar que se reconstruyeron 1200 metros cuadrados más la plaza.
Con lo que el costo de la obra es de 403,63 pesos por metro cuadrado y no de 307 como afirma la subsecretaria.
En cuestiones de presupuestos públicos es esencial comparar naranjas con naranjas y no peras con melones, ya que hay factores distorsivos muy importantes. Por ejemplo, la azarosa manera con que el Estado paga a sus proveedores ocasionales, siempre tarde y a veces muy, muy tarde. Estos sobreprecios hacen que ningún ente público logre que esta obra se haga a los 47 pesos por metro cuadrado que el arquitecto Magadán presupuestaría para un cliente particular. Con lo que la obra de Gladys Esther debe ser comparada con la que hacen sus colegas.
Por ejemplo, con la de la Plaza Libertad, una manzana entera de cierta complejidad que fue reconstruida y reequipada de punta a punta recientemente. El cartel indicaba que el presupuesto total fue de un millón y medio de pesos y una manzana porteña equivale casi exactamente a una hectárea, 10.000 metros cuadrados. Con lo que el promedio da 150 pesos por metro de trabajo. Y esta Plaza no es un cantero de pastito sino la “tapa” de un estacionamiento subterráneo, con lo que entrarle con maquinarias no es tan fácil, por no hablar de sus desniveles que culminan en un espacio hundido con un monumento.
Según su propio cálculo, Gladys Esther González, subsecretaria dependiente directamente de la Jefatura de Gabinete del Gobierno porteño, se gastó el doble que sus colegas del Ministerio de Ambiente y Espacio Público. Metro en mano, el sobreprecio pasa del 260 por ciento de lo que gasta el propio gobierno. Naranjas con naranjas.
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