Lunes, 16 de noviembre de 2009 | Hoy
SOCIEDAD › DURANTE 29 AñOS CONVIVIó CON BERGARA LEUMANN, PERO CUANDO MURIó LA PARENTELA LO ECHó A LA CALLE
El viudo de Eduardo Bergara Leumann es un ejemplo de cómo muchos varones y mujeres comparten toda una vida con su pareja, pero después del fallecimiento son víctimas de la desprotección legal y la invisibilización social. Angelone relata su tragedia.
Por Luciana Peker
“Todo lo que tenga que ver para que se iguale al homosexual con un heterosexual y que seamos tratados como seres humanos, con las mismas leyes que todos me parece perfecto. Pero el problema no es sólo la ley de matrimonio sino que las leyes hereditarias son de la época de las carretas y afectan a las parejas homosexuales y también a las concubinas que no están casadas”, cuenta Daniel Angelone.
El es un ejemplo concreto de por qué aunque una travesti sea tapa de revista, un gay pueda presentar a su pareja en televisión, dos chicas besarse en una publicidad o Buenos Aires se declare “gay friendly” para recibir al turismo que deja divisas, en realidad, la falta de normas desprotege a las personas a las que no les cae el arroz de la bendición social.
“Yo estuve 29 años en pareja con Eduardo Bergara Leumann, el creador del primer café concert de Buenos Aires”, cuenta Daniel, con orgullo sobre su pasado, pero con pena sobre su presente porque fue echado de su casa, antes del velorio de la persona con la que vivió casi toda su vida. Ellos vivían en “La Botica del Angel”, que era su hogar y ahora es un museo. Un museo en el que no está registrada su historia, aunque vale la pena desempolvarla del placard de los recuerdos en donde la homosexualidad se guardaba bajo cuatro llaves. “Yo era futbolista de Belgrano de Córdoba. Pero tuve una lesión y vine a estudiar teatro a Buenos Aires. Una vez lo vi a él por televisión en un programa de Bernardo Neustadt y me impactó su personalidad. Casualidad, o no, un día iba al cine solo y me crucé con él en la calle Florida. Nos miramos. Nos gustamos. Hablamos. Y no nos separamos desde ese día hasta que murió”, describe.
Ese día en que se cruzaron en Florida, Daniel tenía 21 años y Eduardo 47. Ahora Daniel tiene 51 años, fue echado de la casa donde vivía, despojado de sus pertenencias y desacreditado de cualquier herencia, como le correspondería a un marido viudo. Eduardo murió un 5 de septiembre, la misma fecha en que nació y que cumplía 76 años, el año pasado. Cuando se conocieron había mucho futuro y la palabra muerte era innombrable. “El era muy reacio y supersticioso con el tema de la muerte. Si pasábamos por una sala de velatorios decía ‘mierda, mirá ese cartel asqueroso’ o cuando llamaban las chicas para venderle parcelas las insultaba de arriba abajo. Era un tema que no se podía hablar con él. Yo respeté siempre su forma de ser y no le pregunté nunca nada”, relata Daniel, que compartió con él la vida cotidiana en el departamento de Eduardo, en Córdoba y Uruguay, y después la casa de Luis Sáenz Peña, entre Venezuela y México. “Yo fui el amor de su vida y él fue el amor de mi vida y vivimos juntos siempre”, remarca y remarca su viudo por honor, pero no por escrito.
“Hace cinco o seis años él tuvo un accidente cerebrovascular. Por su peso, tuve que llamar a los bomberos para internarlo en la Clínica Favaloro y después estuvo un año internado en ALPI y ahí empezó su deterioro físico. Yo le hacía los trámites, las compras, todo y siempre lo cuidé”, remarca. Pero le gusta más acordarse de la época de oro donde la pantalla mostraba a un Bergara Leumann exultante de tango y glamour porteño. “También participé como actor y bailarín de tango de sus programas”, se enorgullece. La salida (no del closet, sino de la pantalla) generó mucho dolor. “Una sola vez tuve una discusión fuerte porque él no estaba trabajando y no entraba dinero. El estaba deprimido porque habían levantado su programa por la serie Martillo Hammer y vivía en la cama. Entonces le dije que vendiera obras de arte o vestidos que tenía entre sus recuerdos y que nos fuéramos de viaje. El no quiso y yo le prometí que iba a hacer un museo con sus cosas para que se pusiera contento”, cuenta.
Pero su amor quedó descolgado el día en que Eduardo no pudo sostenerle más la mano. “No bien él fallece, entre el primo, la prima, el albacea testamentario y un empleado se pusieron de acuerdo y me sacaron afuera de mi propia casa, incluso, antes del velatorio”, subraya. “Eduardo había dejado testamentos donde plasmaba su preocupación por mí. Pero, igualmente, yo quedé totalmente desprotegido después de haber vivido toda una vida con él. Incluso, todas mis pertenencias quedaron adentro, por eso tengo demandas por el daño moral y lucro cesante”, dice y opina: “La ley tiene que tener en cuenta quién fue la persona que lo cuidó y respetó toda la vida. Cuando alguien muere, hereda la esposa, el esposo o los hijos. Yo fui el amor de su vida, tengo 51 años, y me quedé apenas con ese legado, pero en la calle y es completamente una injusticia”.
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