EL PAíS › HACE 25 AÑOS FUE SECUESTRADA AZUCENA VILLAFLOR
Cuando Harguindeguy mintió
Poco antes de su secuestro, Azucena encaró al ministro del Interior de Videla en la Rosada. Página/12 revela cómo fue esa reunión.
Por Enrique Arrosagaray
Albano Harguindeguy: –Claro que conozco el tema, yo mismo tengo una sobrina que estaba metida en alguno de estos líos y se fue del país, ahora está en México. ¿Saben qué hace ahora, allá? Se dedica a la prostitución. ¡Tontas! Se escaparon de acá para dedicarse a la prostitución.
María del Rosario Cerrutti: –Mire, ministro, (el español Francisco) Franco fue un dictador, asesinó a mucha gente, pero siempre firmó. Ustedes son unos cobardes porque asesinan y no firman nada. ¡Son unos cobardes!
A.H.: –No, señoras, nosotros, ¿qué vamos a asesinar? Somos padres de familia.
M. del R.C.: –Usted nos tiene que dar una respuesta. Nos tiene que decir dónde están nuestros hijos. Vamos a volver siempre a la Plaza hasta que nos respondan.
A.H.: –No, señora. Acá no pueden estar...
M. del R.C.: –Entonces, dénos el Patio de las Palmeras.
A.H.: –No, señora, cómo le voy a dar permiso para...
El diálogo ocurrió en la oficina del entonces ministro del Interior de la dictadura militar, en julio de 1977. El 10 de diciembre de 1977 fue secuestrada Azucena Villaflor, que había llevado la voz cantante en esa reunión. Desde entonces, hace exactamente veinticinco años, está desaparecida.
Este diálogo, reconstruido por María del Rosario de Cerrutti, es apenas una fracción de la entrevista que tuvo un grupo de Madres de Plaza de Mayo con el tenebroso ministro del Interior de Videla, el general Albano Harguindeguy. Junto a María del Rosario estuvieron Ketty de Neuhaus y Azucena Villaflor, dos madres de las legendarias primeras catorce. Es muy difícil pensar hoy en el coraje tremendo de estas tres mujeres para tratar así, en su propio despacho, al mismísimo ministro, en el corazón del ‘77, cuando desde esos mismos despachos, y de otros, se planificaban y se ejecutaban decenas de secuestros y asesinatos diarios.
Esta mujer de tanto coraje que ahora está con Página/12 sigue viviendo en la misma casa que antaño, la misma de la que se llevaron a su hijo Fernando, en Vicente López, el 10 de mayo del ‘76.
“En esta reunión, Azucena encabezaba el grupo y fue la que le planteó a Harguindeguy, sin que le temblara la voz, lo que había que plantearle: los secuestros, las desapariciones, la falta de información”, redondea María del Rosario, reafirmando que ella era algo así como la jefa natural de aquel núcleo inicial de las Madres de Plaza de Mayo.
Hace exactamente veinticinco años –cinco meses después de la reunión citada– secuestraron a Azucena Villaflor en la esquina de su casa: Mitre y Crámer, Avellaneda. La dictadura –a partir de las tareas de inteligencia del oficial de la Marina, Alfredo Astiz– vio que era una mujer clave en ese movimiento y evaluó que había que secuestrarla, ilusionándose con que destruiría toda iniciativa. María del Rosario reconoce que cada día valora más el accionar y la actitud de Azucena.
Cuando María del Rosario volvió de la reunión con el ministro de la dictadura, estaba destruida y lo dejó escrito en unas anotaciones íntimas que volcó en una hoja de cuaderno: “...después de haber estado en su despacho con la última esperanza, todo se ha quebrado, ya no queda aliento para seguir... Misión cumplida, General; tienen Uds. la fuerza, pero queda el tiempo que agota la fuerza. Para quienes sólo han dado hijos a esta tierra, hoy todo está perdido. Pero de estos despojos vendrá la luz” (ver facsímil que ilustra esta nota). María del Rosario dejó así escrito, esa misma tarde, que estaba derrotada, pero se equivocó. Sacó fuerzas de su fortaleza más profunda que ella misma desconocía; su hijo cautivo también, a su manera, le dio fuerzas, y también Azucena. “Azucena era la que tenía las cosas más claras. Si alguna tenía una duda o ponía reparos, ella decía lo suyo con sencillez y claridad, y no tenga dudas de que al final era eso lo que resolvíamos. Siempre tenía la idea más clara y eso nos daba unaenorme confianza en el grupo y en ella. No tenía ni sombra de autoritarismo.”
Algo similar nos contó una vez el prestigiado Emilio Mignone: “...era una mujer que naturalmente encabezaba a las Madres. Su físico, su presencia y su empuje imponían autoridad. Además era, a todas luces, una mujer de pueblo y fue ella, indudablemente, la que supo agrupar a las Madres hacia la Plaza y de ahí a toda la sociedad”.
María del Rosario subraya también el ejemplo de María Ponce y de la paraguaya Esther de Careaga, secuestradas dos días antes. “Fíjese el valor de Esther: logra la reaparición de su hija, se la lleva a Brasil y ella vuelve a la Plaza. Le dijimos que se vaya, que ya había resuelto lo de su hija. ¿Y qué contestó ella? ‘Faltan los otros’.”
El ardor de Azucena por el peronismo, tal como lo recuerda María del Rosario, muchas veces llevó a discusiones, por ejemplo con ella misma, porque aún se reconoce como una ferviente antiperonista. “Pero las dos supimos que esas diferencias podían discutirse, pero nunca separarnos. Nuestro objetivo era superior. E incluso podíamos hacer proyectos juntas porque, por ejemplo, nos habíamos jurado que cuando nuestros hijos estuvieran libres, íbamos a poner un comedor para dar de comer a estudiantes que no tuvieran a dónde ir. ¡Fijate!”
El secuestro y la desaparición de Azucena Villaflor, aquel sábado por la mañana, golpeó en la médula, pero su legado, un cuarto de siglo después, tiene tanto vigor como siempre.