EL PAíS › OPINION

Se va armando el fixture

El oficialismo: de “madura el KO” al centro del ring. Ricardo Alfonsín, las razones de una victoria. Cobos, otro traspié en un mal año. La convocatoria del ganador a sus aliados, una lectura posible. El peronismo federal, un pacto no escrito ni certero. Política y economía en el centro del mundo: gobiernos que ajustan y trastabillan. Minga de Moncloas.

 Por Mario Wainfeld

A dos años del voto “no negativo”, a casi uno de las elecciones parlamentarias de medio término y a más tres meses de la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso (tres derrotas impactantes y secuenciales), el oficialismo está muy lejos de la condición de noqueado. Así se lo imaginó (y se lo diagnosticó) una y otra vez, en forma acumulativa. Se especuló con la pérdida de iniciativa, con la diáspora de partidarios y dirigentes, con la ferocidad del peronismo cuando “huele sangre”. En cada caso, empero, el gobierno mantuvo la vertical, recobró aire, conservó el centro del ring y, aunque en proporción menor a años atrás, el dominio de la agenda. Se valió de instrumentos heterodoxos: tomó de alforjas ajenas la ley de medios o la Asignación Universal. Mantuvo en general la ofensiva a la que es adepto, pero no le hizo asco a colgarse del travesaño en Diputados y Senadores ante fuertes ofensivas adversarias. El comienzo del Mundial (del que es dable esperar, si no una tregua, un ralentamiento de la acción política) lo encuentra en avance, mejorando la imagen pública de sus referentes, que aún deben repechar una cuesta empinada. Una encuesta de una consultora insospechada de kirchnerismo revela un cambio positivo en las expectativas ciudadanas.

El contexto económico, que combina crecimiento e inflación elevados con consumo a todo vapor, exaspera menos a los actores de carne y hueso que a los popes de la derecha económica. Las vacaciones, Semana Santa y el Bicentenario mostraron ciudadanos de todo el espectro social rebuscándosela para pasarlo bien, en la medida de sus posibilidades.

El “efecto carótida”, un sentimiento nacional pre o extra kirchnerista, las carencias de la oposición son explicaciones tentativas o parciales. También es real que el contexto es menos ominoso que la pintura de ciertos medios o comentaristas, que hay perspectivas o incentivos para trabajar o pelear el salario. Y que el oficialismo es un hueso duro de roer. Si las elecciones fueran hoy, supone el cronista, sus chances serían exiguas. Pero serían mayores que hace seis meses o un año. Y no son hoy, sino dentro de 16 meses.

En ese marco de primacía oficialista, sostenida trabajosamente ante los embates mediáticos y en franca minoría en Diputados, la oposición produjo dos hechos relevantes, de muy distinta magnitud. El primero, cronológica y políticamente, fue el triunfo del diputado Ricardo Alfonsín en la interna radical en la provincia de Buenos Aires. El segundo, la declaración conjunta de dirigentes peronistas disidentes asegurando que llevarán un solo candidato a las presidenciales.

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Alfonsín venció con holgura a las huestes de Julio Cobos, conducidas por conspicuos dirigentes de la Coordinadora. Se desconocen cifras precisas sobre la participación y el escrutinio final. En las internas esas elipsis son habituales y es frecuente que se exagere el número real de votantes, algo que conviene a todos los intervinientes. No hay por qué indignarse con esas picardías habituales, en tanto los comicios sean limpios y se exprese la voluntad de los participantes, pero es bueno recordarlo. También debe convenirse que los padrones siguen estando inflados, lo que relativiza la estimación del porcentaje de participantes. Lo cierto es que Alfonsín primó cómodo, que acreditó legitimidad en tanto el desempeño del “aparato” fue muy flojo teniendo en cuenta que no hubo una avalancha de votantes sueltos.

Se sindicó como sorpresivo el éxito de Alfonsín, acaso no lo fuera tanto. Como se apuntó en esta columna hace más de un mes, “Ricardito” hizo campaña poniendo el cuerpo. Recorrió el territorio, convocó a reuniones, fatigó comités y compartió asados en la vasta geografía bonaerense. El vicepresidente Cobos, que además no era candidato, miró Buenos Aires desde un mangrullo. Se puso en manos de dirigentes tan avezados como desgastados y no procuró cercanía con la base radical. Sobreestimó su imagen mediática mientras subestimaba las suspicacias sobre su zigzagueante trayectoria, que incluyó la deserción partidaria y la coalición con el kirchnerismo. Alfonsín se colocó, con facilidad, más cerca del corazoncito boina blanca: por apellido, por discurso y por trayectoria. Su logro fue también el del presidente del partido, Ernesto Sanz: limitar (como mínimo) la hegemonía de Cobos, demostrarle que no es el dueño del padrón radical y que no puede mandarse solo.

La eventual candidatura presidencial de Alfonsín, en desmedro de la del mendocino, no es un hecho inapelable pero sí una hipótesis. Por lo pronto, acota el margen de maniobra de Cobos, les pone luz roja a algunas de sus hipótesis de trabajo (una alianza con Francisco de Narváez, por caso) y le ratifica que el 2010 no es su año de suerte.

Lo demás está por verse. Estrategas menos excitados que el entorno cercano de Alfonsín alertan que su eventual postulación nacional debilitaría las perspectivas en Buenos Aires, donde el gobernador se elige a simple mayoría y cuyos numerosos diputados surgen de la primera vuelta electoral.

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Alfonsín habló de renovar el Acuerdo Cívico y Social (frizado y balcanizado después de las elecciones del año pasado) y convocó explícitamente a Elisa Carrió, Hermes Binner y Margarita Stolbizer, referentes de tres partidos que entonces fueron aliados. El mensaje fue bien recibido y retribuido por los destinatarios, pero debe releerse para no exagerar. Un radicalismo que se percibe en ascenso no imagina una coalición entre iguales (como fue el Frepaso y, en cierta medida, la Alianza) sino un frente opositor no peronista conducido por el socio mayor, esto es, la UCR.

El destinatario primero del mensaje de unidad es el universo de ciudadanos panradicales y no Carrió en persona. “No armamos esto para ser segundos de nadie, menos de Lilita”, sincera un cofrade de Alfonsín. La idea es evitar confrontar con adversarios del kirchnerismo, como modo de imantar a sus votantes, por ser la opción más representativa y utilitaria.

Ningún dirigente radical de primera línea imagina un espacio de discusión cotidiana con Carrió. Y suponen que ésta no se avendrá a un armado que derive en una fórmula encabezada por Alfonsín o Cobos y Binner como vicepresidente.

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Binner es apetecido y tentado, con distinto grado de extroversión, por el oficialismo y el radicalismo. El centroizquierda también coquetea con él. El gobernador santafesino, como vice, reforzaría y embellecería una fórmula de cualquiera de esas fuerzas.

Muchos dirigentes socialistas, entre ellos el senador Rubén Giustiniani, están jugados para el lado de la UCR. Binner, que es el protagonista de la eventual movida, es –con buena lógica– más cauto. Su partido y él mismo arriesgan mucho en la próxima elección. La gobernación de Santa Fe, conseguida llevando como socio minoritario al radicalismo, dista de estar asegurada. El inescrutable Carlos Reutemann (siempre con alta intención de voto en su provincia) podría ser el rival, y el gobernador tiene vedado ir por la reelección inmediata. Un error táctico podría dejar al socialismo sin la única provincia que gobierna y, aun, la única en la que es una fuerza competitiva en el primer nivel. Ese dato inclina la balanza hacia el radicalismo, pero no define el juego.

Binner, que es lacónico en sus confesiones, tiene mejor empatía con los Kirchner que la mayoría de la dirigencia socialista, pero no come vidrio y registra la frustrante experiencia de la Concertación Plural. Entre los radicales, guarda más afinidades con el ala Alfonsín-Sanz, políticos de partido, más semejantes a él que Cobos, cuyas idas y venidas le suscitan desconfianza y alguna ironía deslizada en la intimidad.

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El gobierno recobra bríos y primacía. El radicalismo gana espacio: la interna coloca a un nuevo protagonista, es nota de tapa en los diarios y da cuenta de un partido en recuperación. En el tercer o cuarto puesto, muy distante (Proyecto Sur también compite), los compañeros dirigentes del peronismo federal decidieron dar señales de vida y de proyecto conjunto. El producido es módico pero no nulo: un acuerdo para ir unidos a los comicios, con fórmula única. El pacto, verbal, carece de otras precisiones. Entre ellas, como se dirimirá la competencia cuando hay (por la parte baja) cinco o seis aspirantes al sillón de Rivadavia. También si se participará en la primaria del PJ. En un aspecto más circunscripto, pero relevante, Francisco de Narváez no definió si irá por la presidencia (lo que requiere un improbable paso triunfal por los Tribunales) o por la provincia de Buenos Aires.

El backstage del encuentro demostró que la unidad, necesaria como se dirá líneas abajo, está muy en germen. El diputado Felipe Solá, cuentan asistentes variados, hizo lo imposible para no quedar cerca del ex presidente Eduardo Duhalde y “cazado” así en una foto.

Fragmentar el peronismo disidente ante dos adversarios relativamente consolidados resentiría mucho sus perspectivas. Una cuenta grosera puede sustentar el concepto: en las últimas elecciones el panperonismo juntó carradas de votos, sobre todo cuando fue dividido en opciones antagónicas, cosechando en varias canastas al modo de una Ley de Lemas. En 2003 Carlos Menem, Néstor Kirchner y Adolfo Rodríguez Saá sumaron más del 60 por ciento de los votos. Algo similar lograron Cristina Fernández de Kirchner versus Hilda González de Duhalde pugnando por la primera senaduría bonaerense en 2005. De cualquier manera, esa exorbitancia suena más a techo que a piso o aun a media. Aun si se rondaran esos porcentuales exorbitantes, dado que el Frente para la Victoria tiene pinta de superar el 30 por ciento, a los compañeros federales no les queda sino pelear juntos por el virtual padrón justicialista restante, al que Mauricio Macri (si va por la suya) podría restarle una tajada. La unidad justicialista, esa bandera improbable, es en este caso un imperativo. De todas maneras, cuando hay tantas apetencias y egos en juego y dado que de pejotistas se trata, un pacto verbal no es un contrato cerrado sino palabras estimables que cualquier viento puede llevarse aquí o acullá.

Macri transita por la colectora, mirando de reojo al peronismo federal. Su fantasía recurrente es ser buscado como salvación por la dirigencia peronista. Duhalde es voluntario para encolumnarlos en ese reclamo, pero nadie lo sigue. Mauricio, pues, deberá deshojar la margarita en un dilema no tan diferente del de Binner aunque con apuestas mayores. Si yerra, puede quedarse sin la Ciudad Autónoma y sin la torta. Debe calibrar a qué moto se sube y usar casco, por si las moscas.

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La campaña está lanzada, se confiese o no. En sus aprontes, es saludable el ejercicio de mirar allende las fronteras domésticas. La crisis económica se agiganta, con epicentro en Europa. En un estadio anterior abundaron los salvatajes por montos siderales y los “paracaídas de oro” para los sátrapas capitostes del mundillo financiero. Hoy día se suceden los ajustes por miles de millones de euros.

Los liderazgos políticos claudican o tiemblan ante las reacciones populares. El laborista inglés Gordon Brown ya fue.

El presidente español José Luis Rodríguez Zapatero atraviesa las de Caín. Su compañero Felipe González lo rebanca, el diario El País titula con gracejo que lo “arropa” aunque da la impresión de que no lo abriga mucho. La intención de voto de Zapatero se derrumba más que la cotización del euro. Ya afrontó (tras años de paz social) una huelga de empleados públicos y un paro general está en gateras.

El presidente francés Nicolas Sarkozy ha traspapelado el charme decontracté de sus inicios. Los socialistas crecen en espejo. Su dirigente mejor posicionada, la jefa partidaria Martine Aubry, lo compara retóricamente con Bernard Madoff, el financista-estafador internacional. Los oficialistas franceses responden indignados, exaltan la institucionalidad, no motejan “destituyentes” a los opositores pero no le pasan tan lejos. Los socialistas replican, la melodía no suena tan disonante de los debates criollos. Mariano Rajoy y Zapatero tampoco ahorran epítetos e intercambios despiadados.

La canciller alemana, Angela Merkel, va al Parlamento a tabular, de cuerpo presente, si cuenta con los votos necesarios para bajar el gasto social de su país, minando el estado de bienestar. Los cuenta de a uno, llega con lo justo. La virulencia de las polémicas, la unilateralidad con que toman medidas los gobiernos contradice leyendas locales sobre consensos, políticas de estado y unanimidades. El blog Mide-No Mide, con lucidez, destaca ese hecho ignorado por la Vulgata dominante: no hay Moncloas, acuerdos macro, pactos transpartidarios en la crisis. Las cinchadas y la confrontación son apenas menos brutales que las reducciones de salarios, jubilaciones y beneficios sociales construidos durante décadas.

En este Sur, más aferrada a Brasil y China, la economía argentina crece aunque no quedará afuera de la caída global. Su impacto en el canje de deuda no está todavía precisado pero no será nulo. En ese marco tremendo valdría la pena que la clase política mirara más el mediano plazo y ahorrara discusiones gallináceas.

De cualquier modo, en este domingo, el menú de las mesas familiares y de las tertulias de café es bien otro. Nada distiende más el domingo que una importante victoria futbolística el sábado. A disfrutarla, amables lectores.

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Imagen: Télam
 
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