EL PAíS › DIáLOGO CON LOS ARTISTAS QUE PLANIFICARON EL PRIMER SILUETAZO

“Faltaba la imagen del desaparecido”

Julio Flores, Guillermo Kexel y Fernando Czarny recuerdan la experiencia de 1983. A 34 años de La Noche de los Lápices, el jueves 16 miles de siluetas de papel unirán El Pozo de Quilmes y El Pozo de Banfield para pedir que sean señalizados como espacios para la memoria.

 Por Adrián Pérez

El 31 de enero de 1981, Julio Cortázar se refirió a la desaparición forzada de personas, durante un discurso pronunciado en el Coloquio de París, como “la prolongación abominable de ese estado de cosas (...) que multiplica al infinito un panorama cotidiano lleno de siluetas crepusculares que nadie tiene la fuerza de sepultar definitivamente”. A 34 años de La Noche de los Lápices, miles de siluetas de papel recorrerán los kilómetros que separan El Pozo de Quilmes y El Pozo de Banfield, centros clandestinos de detención por donde pasaron los estudiantes que luchaban por el boleto estudiantil, secuestrados y desaparecidos en 1976. Será el 16 de septiembre, para reclamarle al Estado provincial que esos sitios sean preservados como espacios para la memoria. Siluetazo es, precisamente, el nombre de la actividad que Hijos Zona Sur organiza en el conurbano bonaerense.

Página/12 reunió a Julio Flores y Guillermo Kexel, quienes, junto a Rodolfo Aguerreberry –fallecido en 1997–, planificaron el primer Siluetazo en 1983 para plasmar la presencia del cuerpo que no está; la ausencia que remite a los desaparecidos durante la última dictadura. Fernando Czarny asistió a esa primera experiencia y también dio su testimonio.

Aunque había sido pensado para presentarlo en una muestra que se realizaría en el Centro Cultural Recoleta, el Siluetazo fue propuesto, finalmente, a las Madres de Plaza de Mayo, días antes de la tercera Marcha de la Resistencia. La representación de la ausencia y el dimensionamiento de 30 mil cuerpos humanos fueron los temas que surgieron en el debate colectivo. Bajo ese concepto, el grupo de artistas plásticos llevó el proyecto adelante, sistematizado a partir del trabajo de Aguerreberry con las plantillas. Flores describe el proceso que desembarcó el 21 de septiembre de 1983 en Plaza de Mayo: “El trabajo nació en tres personas, se derramó al grupo organizador y desbordó en la manifestación”. Las siluetas aparecieron pegadas, al día siguiente, en el interior del país; también en Floresta, Mataderos, Villa Devoto, San Telmo, Belgrano y Núñez. “Tiempo después, la idea, la metodología y las herramientas con las que se trabajaron fueron socializadas por otros actores que lo llevaron a la práctica –admite Flores, decano del Departamento de Artes Visuales del IUNA, que performa un concepto diferente de espectador–. El manifestante se transformó en hacedor.”

–¿Qué recuerdan del primer Siluetazo en Plaza de Mayo?

G.K.: –Sobre todo, recuerdo que teníamos miedo a que no prendiera la idea y nos quedáramos con las siluetas hechas un rollito; miedo de llegar con la camioneta, los materiales y descargar en la plaza (en 1982, la segunda Marcha de la Resistencia había sido bloqueada con la caballería y la guardia de infantería de la Policía Federal para impedir que los manifestantes y las Madres ingresaran a la plaza). Llegamos a las dos de la tarde, bajamos la primera bobina de papel y vimos que la camioneta se alejaba por Diagonal Norte. Como ninguno de nosotros había caído preso, nos relajamos. Luego, dispusimos las bobinas cerca de las puertas de la Catedral. Del otro lado de la plaza, sobre Hipólito Yrigoyen, los cumpas del Rodo, de Intransigencia y Movilización Peronista habían estacionado un colectivo desde donde descargaron siluetas que llevaron terminadas. En cuestión de minutos, la gente comenzó a tomar las herramientas y fuimos siendo reemplazados hasta que nos vimos paraditos en un cantero. Fue cuando el Rodo dijo: “Muchachos, acá no hacemos falta”.

F.C.: –Recuerdo haber parado a un cana que se abalanzaba contra una madre. Sin ser del grupo, me puse a organizar la autogestión. El miedo que menciona Guillermo llegó a la noche, cuando armamos los listados de la gente que salía a hacer pegatinas en los barrios. Finalmente, la sensación que me quedó fue de absoluta algarabía. Una cosa es marchar y participar y otra cosa es construir. Definitivamente, la propuesta de ellos tres fue que la gente construyera. En el Siluetazo del ’83 la cosa fue más libertaria porque se acercaba la democracia.

J.F.: –Llegué cuando estaba todo armado y me metí a dibujar a mano alzada. Por todo el microcentro, por las diagonales, hacia San Telmo o Plaza de Mayo: todo estaba cubierto de siluetas. Esa idea de totalidad fue, objetivamente, lo que se llamó la Silueteada o el Siluetazo.

Flores recuerda a un hombre que le pidió que dibujara a su hijo. “Cuando terminé el dibujo, el hombre tomó el papel y me preguntó cuánto costaba. Le expliqué que no tenía valor económico, que lo había hecho en el marco de una manifestación política.” El hombre le contó que nunca iba a las manifestaciones, pero que ésa tenía algo especial. “Acá están haciendo a mi hijo”, dijo, y se perdió entre la multitud. Luego, tres nenas se arrimaron para pedirle que dibujara a sus primitos. Flores les preguntó cómo eran. “Cuando se los llevaron eran como nosotras”, contestaron. Una de ellas se acostó en el piso y modeló para la silueta. “Esta idea de que con mi cuerpo ocupo el lugar del desaparecido, del militante, con una acción que también es militante, y esa transposición que construye un símbolo porque falta lo representado fue lo más impresionante que viví en la plaza”, destaca Flores.

–Originalmente, las siluetas iban a estar vacías, pero, durante la marcha, los manifestantes comenzaron a escribir nombres de desaparecidos.

G.K.: –Cuando les llevamos la propuesta, que creíamos totalmente depurada, las Madres tacharon detalles de ropa y pelo. Se negaron a que aparecieran los nombres o que las siluetas estuvieran en el piso, porque eso significaba muerte. Tampoco podían llevar consignas partidarias. Son los manifestantes quienes rompen esas consignas. Entonces, las Madres pidieron que, si se escribían los nombres, debían estar todos. Una persona de confianza fue hasta la sede de Madres a buscar listas con nombres que se tildaron uno por uno. “El loco de los corazones” fue un personaje que apareció de la nada con pintura y un corazón recortado. Donde veía una silueta en producción iba y le pintaba un corazón.

¿Y cómo recibió el mundo del arte esa propuesta estética?

G.K.: –Mi insistencia con el cuestionamiento y el debate de si esto es o no es arte pasa por si los que lo definen están dispuestos a aceptar a las miles de personas que participaron. Pero la crítica nunca los consideró. Pasaron los años y, salvo contadísimas excepciones, se hicieron los desentendidos.

J.F.: –No es la ubicación en el espacio o el circuito de arte lo que otorga identidad, sino el valor de producción simbólica que visualiza una idea que, hasta entonces, era una palabra sin imagen. Faltaba la imagen del desaparecido. Esta realización tiene que ser codificada como una herramienta en el campo de lucha, que genera un principio estético, en ese campo, a posteriori. Rodolfo Aguerreberry sostenía que iba a llegar el tiempo en el que cada uno sería artista en tanto produjese proyectos para que los otros, al ejecutarlos, se convirtieran en artistas.

–La actividad de Plaza de Mayo representó un hecho político, pero ¿supuso también una resignificación del espacio público en tanto manifestación estética?

G.K.: –Si damos por ciertos todos los precedentes de la confrontación con la dictadura, en esa puja por tomar la calle como herramienta de lucha, en ese sentido, la Silueteada implica media vuelta de tuerca más. Sólo que nosotros salimos a la calle con los desaparecidos. De algún modo, las siluetas empapelando el frente de la Catedral, el Cabildo o las oficinas de la municipalidad significaban una manifestación callejera extendida. La apropiación del espacio público fue utilizada desde siempre como herramienta de lucha. Lo que ocurrió con el Siluetazo fue un agregado estético, simbólico y ritual que, confrontando con un poder fuertemente armado, tomó la calle.

J.F.: –En la toma del espacio público, las siluetas no estuvieron puestas en un espacio aséptico, donde la pared es blanca o gris, sino que dialoga con la arquitectura de la ciudad. Diálogo que las hace aparecer fantasmales, con una pregnancia muy intensa que duele y lastima. Aparecían de un modo tan irritante que durante la manifestación, desde un auto sin identificación, bajaron a arrancarlas creyendo que las siluetas los estaban mirando. Por otro lado, la manifestación asumió el total de las funciones que se tienen en el circuito de arte. Prescindiendo de la galería o el museo, actuó en el espacio público. Eso fue lo que le dio potencia. Por eso, no queremos que el trabajo vaya fraccionado a un museo o una galería. Eso hace que los demás sientan que pueden usarlo tantas veces como sea necesario.

F.C.: –Cuando se organizó el Siluetazo en Plaza de Mayo quedé alucinado del poder que me generaron las siluetas. Te daba una vitalidad tremenda, sentía como si hubiera tomado vitaminas (risas). Sentíamos que estábamos destruyendo la dictadura.

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Flores y Kexel, junto a Rodolfo Aguerreberry, organizaron el primer Siluetazo. Czarny fue uno de los asistentes.
Imagen: Carolina Camps
 
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