Lunes, 4 de octubre de 2010 | Hoy
Por Eduardo Aliverti
Debe haber sido la semana más tramposa de los últimos tiempos.
Como en tantas otras ocasiones frente a hechos análogos, se reflexionó si acaso es lo correcto sumarse a las polémicas e indicaciones que condensan los embustes. Una primera respuesta es afirmativa, si se cree que el procedimiento más adecuado es manipular la trampa para desactivarla. Intentar meterse en ella, desmontar sus mecanismos, dejarla desnuda. Pero hay una segunda opción que es no pasar por ahí. Ignorar la trampa, desviarse, seguir por otro camino. Cuál de las dos decisiones es o puede ser mejor varía según el ámbito. En el periodismo –en quienes lo hacen y en quienes lo consumen– cada cual tiene su fórmula. Hay quienes caen o gustan de dejarse envolver por cuanta fullería ande por ahí. Esos no son el objeto central de estas líneas, aunque es inevitable entrarles de refilón. Más bien nos referimos a gente con ciertas inquietudes intelectuales que, sobre todo frente al momento tan particular que viven los medios de comunicación argentinos, se permite dudar acerca del detrás de las noticias; de cómo no evaluarlas sin más ni más y, finalmente, de cuánta importancia debe otorgarles. Ese proceso también alcanza a los periodistas, en tanto son, a la vez que consumidores informativos como casi cualquier hijo de vecino, gente que debe decidir. ¿Qué hago con esta noticia claramente operada, o amarillenta, o engrandecida sin justificación? ¿Procuro desmantelarla? ¿O la relativizo porque meterse ahí es hacerles el juego a quienes buscan, precisamente, su amplificación? Las respuestas que pueden darse (o la de quien esto escribe) son cambiantes según sea la repercusión que el hecho haya alcanzado.
Vayamos de menor a mayor, en términos de complejidad. Si Clarín titula “Reclamo en los Estados Unidos por la campaña contra la prensa” (jueves pasado, página 11), lo más probable es que uno directamente siga de largo, sin pensarlo un segundo: ya sabe hasta el hartazgo que las informaciones de ese tipo se enmarcan en la guerra del Grupo contra el Gobierno. No aportan nada de nada respecto de la posición que se tenga tomada sobre el asunto. Y si acaso quiso curiosearse quiénes son los que “reclaman” porque la noticia menciona al “prestigioso” Overseas Press Club of America, lee uno de los párrafos de su declaración: “No podemos dejar de ver las similitudes entre los ataques (del gobierno argentino) contra la prensa y los ataques del régimen de Perón hace cincuenta años”. Bingo. Se quedaron en el tirano prófugo y, ahora sí, sólo puede continuar interesado en el punto alguien con exceso de tiempo al cohete. Si en cambio se lee que “Vuelven las tarifas de verano y la luz y el gas suben hasta 200 por ciento”, quien tenga aprecio por la buena sintaxis habrá de molestarse por lo inútilmente reiterativo de la conjunción. Pero si además o en lugar de ello encuentra que el motivo es la finalización de los subsidios aplicados al consumo invernal, se preguntará en qué quedamos: si se subsidia a los servicios, es un engañapichanga porque reprimen inflación, las tarifas son artificiales, crece la desconfianza empresaria y no se invierte; y si se quitan los subsidios, de modo coyuntural o parcial, es propender a más inflación. La gata Flora termina de deschavarse cuando se anoticia que la medida alcanzará sólo a los consumos medios y altos, que paradójicamente es lo que reclaman los propios quejosos. He ahí una trampa bastante fácil de desarticular, sin necesidad de andar esquivándola. Algunas otras se derrumban por su propio peso a las pocas horas. Fue el caso de que a la Corte Suprema le recortaban el presupuesto: era que no le aceptan el aumento solicitado. O el del director de La Nación que denunciaría un grosero pago gubernamental a Lidia Papaleo de Graiver, archivado a la primera desmentida.
¿Y cómo juzgar que la “ventaja en la CTA para el candidato antikirchnerista” se lleve título central de portada; más la sección fija “del editor al lector”; más las tres páginas contiguas; más nota de opinión a cinco columnas, en torno de la “debilidad” oficial, y todo esto sin contar la ampliación radial y televisiva? Puede decirse que semejante cobertura no escondía en verdad una manipulación informativa propiamente dicha, porque los datos eran veraces al margen de cómo se los interprete. Sin embargo, ¿desde cuándo esa ubicación y extensión para la interna de una central de trabajadores a la que ningunearon durante toda su existencia? ¿Si la ventaja era para el postulante afín al Gobierno habría merecido más que alguna crónica alejada? Son decisiones editoriales, desde ya, sujetadas a un criterio político del que no viene a cuento si es sinceridad analítica o puro enfrentamiento de batalla comercial. Lo insolente es el camuflage de la independencia periodística. ¿Hay aún quien caiga en esa trampa? Como se supondría que no, o no por lo menos ante una operatoria tan evidente, conviene someterse a un episodio mucho más complicado: el discurso de Hebe de Bonafini en el cierre de la manifestación del martes, a favor de la plena entrada en vigencia de la ley de medios. En principio, construir la frase de esa manera ya significaría que uno cayó en la trampa de lleno porque el orden de los factores altera el producto. Si lo trascendente es la alocución de Hebe y no la multitud que volvió a pronunciarse en defensa de una nueva estructura mediática, estamos al horno. Ahí es donde llega a pura potencia la pregunta de si meterse o esquivar. Y la contestación, a juicio del suscripto, de que sí corresponde el debate porque las circunstancias tornaron desfavorable la gambeta.
¿Cuáles circunstancias? Dos. La primera, en torno del hecho secundario mudado a principal. Convocar a la toma del Palacio de Justicia y asimilar a la dictadura una Corte Suprema, cambiada por este Gobierno, con Eugenio Zaffaroni y Carmen Argibay entre sus integrantes, a más de lo atestiguado por buena parte de sus fallos, es un disparate del que la misma Hebe pareció arrepentirse cuando dijo que, al leer en Clarín que su discurso fue el más aplaudido, se dio cuenta de haberse mandado “una cagada”. Pasto para las fieras y, aunque nadie vaya a dejar de votar al kirchnerismo por un discurso, ¿para qué esta provocación justo cuando la marcha de la economía reconcilia a sectores de clase media con el Gobierno, todavía a regañadientes? Pero lo relevante es lo segundo. Es no dejarse llevar por la desviación temática. Si se habla de Hebe y no de la convocatoria, quiere decir que los medios dominantes tuvieron algún éxito, parcial, en la guerra que más les importa: la de sus intereses afectados. No se trata del aspecto jurídico, sino de los peligros de retroceso en la consolidación de un imaginario nuevo.
Debe tenerse mucho más cuidado con estas cosas. La inmensa mayoría de quienes cayeron encima de Bonafini con extrema dureza también deberían tenerlo, pero por razones éticas y morales que, es cierto, no les son exigibles a su calaña. Se pasaron la vida, y así siguen, comprando gente, presionando jueces, apretando legisladores, cartelizando precios, apoyando dictaduras, llorando en la Justicia lo que pierden en política. Hebe cometió una macana. Pero casi todos sus enjuiciadores deberían lavarse la boca antes de cuestionar a Hebe.
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