Lunes, 6 de diciembre de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mónica Peralta Ramos *
A poco más de un mes de la súbita de-saparición de Néstor Kirchner, el mundo de la política se sacude al compás de denuncias de “apriete” oficial y cachetazos en el Congreso. Una oposición política fragmentada e incapaz de presentar una alternativa al oficialismo se desmadra en su afán por poner todo tipo de trabas a la acción de gobierno. En el ámbito empresario cunden las críticas sobre el descontrol de la inflación y la intromisión del Estado en la actividad económica al mismo tiempo que las grandes empresas monopólicas aumentan sistemáticamente sus precios, la inversión privada es sustituida por los subsidios del Estado y las ganancias de los sectores más concentrados de la economía registran niveles inéditos. Las elites políticas y económicas condenan el autoritarismo del Gobierno y convocan a la negociación y la búsqueda del consenso, pero con su accionar demuestran que éstos no son ni han sido sus objetivos y que lo único que importa son sus intereses sectoriales para cuya consecución cualquier método vale. En este contexto, pareciera que el autoritarismo es patrimonio de toda la dirigencia argentina.
Una vez más el país es víctima de una lucha sin cuartel entre sus elites, una lucha cuyo único norte es la apropiación de mayor poder económico y político en desmedro del interés general y por tanto de la unidad nacional. Esta lucha, que desangra al país desde sus orígenes, entra ahora en una etapa peculiar. A lo largo de los últimos siete años el Gobierno, con sus errores y aciertos, ha logrado llevar al primer plano de la escena política un debate sobre algunos de los ejes centrales a nuestro futuro como nación independiente. Esto ha arrojado un haz de luz sobre la estructura de relaciones de poder económico, político y cultural que traba nuestro desarrollo y condena a la exclusión y a la invisibilidad a vastos sectores sociales. En apretada síntesis estos ejes son:
1) El respeto por los derechos humanos y el juicio y castigo a los responsables del terrorismo de Estado. El rescate persistente y sin concesiones de la memoria colectiva de las atrocidades cometidas durante la dictadura militar ilumina la violencia represiva que subyace a la dominación política y ha puesto en relieve la necesidad imperiosa de consolidar la forma de gobierno democrática creando canales institucionales que permitan la participación popular en la toma de decisiones y el control sobre la gestión de gobierno en todos los niveles de la sociedad.
2) La necesidad de incluir a todos los sectores sociales en los beneficios del desarrollo económico, única forma de obtener un crecimiento económico legítimo. Esto ha impulsado un debate incipiente sobre las formas de producción, apropiación y distribución del excedente económico. Este debate posibilita una mirada crítica sobre las relaciones de poder económico imperantes en la actualidad, relaciones de poder que al estar basadas en la apropiación rentística y en ganancias extraordinarias obtenidas en condiciones de dependencia tecnológica y control monopólico de los mercados, condenan cada vez más a vastos sectores de la población al desempleo, la precarización, la miseria y el hambre.
3) La necesidad de democratizar el acceso a los medios de comunicación rompiendo el control monopólico que algunos sectores han ejercido y ejercen sobre los mismos. Esto permite poner en evidencia el rol que cumplen estos medios en la imposición de determinadas formas de mirar y pensar nuestra cotidianidad y nuestra historia, legitimando de este modo y perpetuando intereses sectoriales en desmedro del interés general.
4) La reivindicación de nuestra autonomía en materia de política económica, el cuestionamiento al consenso de Washington y al rol que juega y ha jugado el Fondo Monetario Internacional en nuestro país. Estas definiciones junto con la constitución de la Unasur arrojan luz sobre la estructura de relaciones de poder hegemónico a nivel global y su impacto sobre las sociedades dependientes.
La implosión económica, política e institucional del país en 2001-2002 creó las condiciones estructurales para un gran debate nacional sobre estos ejes. La “voluntad transgresora” y la “pasión de las convicciones” de Néstor Kirchner (según sus propias palabras) permitieron impulsar desde el Gobierno medidas que tendieron a provocar este debate. Seguramente se cometieron muchos errores en estos siete años. Probablemente este debate se podría haber hecho en forma más consensuada y explícita. Sin duda alguna hay mucho por discutir: la identidad del “modelo productivo” y sus limitaciones, la legitimidad de ciertas alianzas y negociaciones que parecen desvirtuar los objetivos propuestos, la limitación de las transformaciones propuestas y muchas otras cosas más.
Pero no perdamos la perspectiva y rescatemos lo esencial: gracias a estos siete años el país se ha movido hacia adelante. Vastos sectores de la sociedad empiezan a vislumbrar la necesidad de involucrarse en la construcción de un país más igualitario, más justo, más democrático y más participativo. La muerte de Néstor Kirchner ha puesto en evidencia que supo interpretar el sentir de las mayorías –y especialmente de la juventud– que encuentran una esperanza en la pasión por construir una nación independiente, más igualitaria y justa. Hoy su muerte no ha dejado un vacío de poder. Queda un pueblo movilizado que busca esperanzadamente nuevas formas de participación en la toma de decisiones. Queda al frente del país una Presidenta que ha demostrado en reiteradas ocasiones su compromiso con un proyecto de cambio. Queda también mucho por hacer. Los que nos identificamos con ideales “progresistas” deberíamos recordar que el camino se hace al andar, a condición de no perder las convicciones ni de empantanarnos en un vedettismo sectario y suicida. Los que se sienten amenazados de algún modo por este debate deberían recordar la implosión de 2001-2002 y preguntarse si un país anarquizado por el afán de poder y la codicia tiene algún futuro. A doscientos años del nacimiento de nuestra patria, todos deberíamos mirar críticamente nuestra historia buscando en ella las raíces de nuestros desencuentros actuales para poder así superarlos. Seguramente descubriremos que una nación no puede construirse en base a la lucha despiadada de intereses sectoriales en desmedro del interés general, y que la exclusión e invisibilidad de vastos sectores sociales conducen a la anarquía, al estancamiento económico y a la desintegración nacional.
* Autora de La economía política argentina: poder y clases sociales (1930-2006) y de Etapas de acumulación y alianzas de clases en Argentina (1930-1970), entre otros libros.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.