EL PAíS › TRABAJADORES RECUPERARON EL HOTEL BAUEN, CERRADO HACE UN AÑO
Una cooperativa de cinco estrellas
El operativo se hizo en silencio y sin violencia. Decenas de sus ex trabajadores ocuparon el hotel de primera línea y ahora confían en hacerlo funcionar. Crónica de una jornada memorable.
Por Irina Hauser
–¿Qué pasa, qué están haciendo? –se asomó un vecino sesentón que notó movimientos a través de las chapas que clausuraban la fachada del Bauen.
–Formamos una cooperativa para recuperar nuestro trabajo y poner a funcionar otra vez este hotel –explicó con tono pedagógico Eva Losada, una ex mucama, lamentándose a la par por los sueldos que le deben.
–Claro, tan lindo que era este lugar, tenía baile y todo. Muy bien, tienen que darle para adelante –alentó el señor canoso, con su camisa Polo desabotonada, pectorales marcados y cadenita dorada. Y se fue.
Eran cerca de 20 los ex trabajadores del que alguna vez fue un hospedaje cinco estrellas, que habían decidido ocupar el edificio de Callao y Corrientes, cerrado hacía más de un año. En la aventura que emprendieron ayer a la mañana, los acompañaban medio centenar de integrantes de otras empresas recuperadas y de asambleas barriales. Ahora, atrincherados entre mullidos sommiers y alfombras intactas, apuestan a conseguir la expropiación del hotel para empezar a resucitarlo y autogestionarlo.
“Esta mañana los trabajadores del hotel Bauen, constituidos en la Cooperativa Callao, hemos resuelto recuperar nuestra fuente de trabajo, luego de haber sido despedidos y estafados por la empresa”, decía un volante que repartieron en el barrio en busca de solidaridad. “El 28 de diciembre de 2001, sin ningún aviso previo –añadía–, 70 trabajadores fuimos despedidos. Para ese entonces ya nos debían tres aguinaldos, cinco sueldos y los tickets. Jamás nos pagaron estas deudas ni la indemnización.”
Ex conserjes, licenciados en turismo, porteros, organizadores de eventos, telefonistas, mucamas, varios de ellos poliglotas, se juntaron ayer a las nueve de la mañana con la decisión firme de entrar al establecimiento donde algunos de ellos habían trabajado durante más de dos décadas. No lo hicieron por la entrada de Callao sino más discretamente por un estacionamiento ubicado sobre Corrientes. Caminaron en hilera por un pasillo oscuro, que intentaron iluminar con encendedores, hasta llegar a una puerta que lograron destrabar con unos pocos golpes y que los conduciría hacia el hall central, donde estallaron los aplausos.
Para sorpresa de todos, pudieron encender las luces. Rápidamente hicieron una pequeña abertura en las chapas que cubrían la entrada principal y allí colgaron varias banderas, como un telón que caía sobre la vereda a los pies de los 20 pisos vidriados. Un enorme lienzo decía “Que se vayan todos. Ocupar, resistir y producir”. Y sobre un viejo cubrecama escribieron “Trabajadores del Bauen. Hotel recuperado”.
Gladys Alegre, Fabiana Medina y Eva, mucamas las tres, y Arminda Palacios, encargada de lencería, confiesan en ronda que todavía, una hora después de la toma, siguen teniendo palpitaciones por los nervios propios de “no saber qué iba a pasar”. Arminda, con pelo corto, maquillaje prolijo y tailleur, cuenta que aunque se está por jubilar tiene energías para meterse en la cooperativa. “Me siento bien como para trabajar, quiero colaborar con esto”, dice, y cuenta que sueña con ver otra vez en su lugar las cortinas, uniformes y cubrecamas que ella misma diseñó y confeccionó.
Gustavo Alaluf, 30 años, preside la Cooperativa Callao, formalizada hace 20 días. De bermudas y camperita deportiva, recuerda el tramo final de los nueve años que trabajó en la recepción. “Los problemas comenzaron un año y medio antes del cierre y se acentuaron con una venta poco clara del hotel y la apertura del Bauen Apart que está acá a la vuelta. Primero bajaron los sueldos y luego nos dejaron de pagar. Con la quiebra vino un síndico que también está en deuda con nosotros”, cuenta furioso.
Eva, pelo negro, tez morena y pulóver rojo, recorre con nostalgia hasta el octavo piso por escalera donde están, según indica, “las suites más confortables”. “¿Te das cuenta?”, dice en busca de complicidad. “Se llevaron los televisores, los muebles más lindos, las cortinas y la mayoría de las computadoras”, lamenta. Quedan, de todos modos, otros tantos artefactos como espejos, secadores de pelo, teléfonos y veladores, así como camas y sillones. Eduardo Murúa, que encabeza el Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER), sostuvo: “Estamos acá para que no sigan vaciando y desmantelando el hotel. Pedimos la expropiación a favor de los empleados y mostraremos que aquí hubo una estafa” (ver aparte).
A lo largo de la mañana con un clima festivo la ocupación fue pacífica. Algunos de los ocupantes armaron ruedas de mate, los varones que solían trabajar en la recepción rememoraron los resbalones de más de una turista vip sobre el piso de madera encerada, un grupo se apostó en la puerta para pedir colaboración a los peatones y otros pasaron largo rato recorriendo perplejos las instalaciones: 224 habitaciones, la pileta del segundo piso, el auditorio, las oficinas, el pianobar, los salones y la disco. “¿Saben la cantidad de congresos y encuentros que podríamos a hacer acá?”, imaginó en voz alta un obrero metalúrgico.
Cerca del mediodía apareció el síndico que interviene en la empresa, dijo estar aliviado al ver caras conocidas, rogó que cuidaran todo y se retiró cabizbajo. Por la tarde los ánimos se tensaron cuando llegaron cuatro policías. El abogado del MNER, Diego Kravetz, se ofreció para hacer una declaración espontánea y dejar en claro que todo se hizo sin violencia. Lo acompañó el diputado Luis Zamora (AyL), que había ido a dar apoyo con Eduardo Macaluse (ARI).
En un momento de poco bullicio alguien gritó desde el entrepiso que balconea hacia el lobby: “Muchachos, este es el principio, hay que darle con todo”. Una suerte de asamblea improvisada evidenció lazos muy fuertes entre trabajadores de empresas ya autogestionadas –erigidos en consejeros de sus pares novatos del Bauen– y asambleístas barriales. “Este apoyo mutuo no se mueve”, gritó un trabajador de Chilavert. “Sólo se moverá –anunció– para dejar pasar a los turistas.”