Miércoles, 25 de enero de 2012 | Hoy
EL PAíS › DOS OPINIONES SOBRE LA CUESTIóN MALVINAS
Por Agustín M. Romero *
La reciente escalada en las relaciones bilaterales entre nuestro país y el Reino Unido es consecuencia de que Londres ha cambiado en varias ocasiones los argumentos sobre sus derechos sobre las islas Malvinas. Efectivamente, a medida que el argumento que sostiene se cae por carecer de una base sólida, adopta uno nuevo. El primer razonamiento que sostuvo el Reino Unido fue el del descubrimiento de las islas australes. Sin embargo, como quedó demostrado, en primer lugar, por la acción del gobierno de Buenos Aires en 1829 y, en segundo término, por la recomendación de una comisión británica que concluyó que la argumentación histórica sostenida por el Reino Unido carecía de sustento, esa razón fue dejada de lado.
A partir de 1975 se verifica un claro punto de inflexión en la estrategia diplomática británica respecto del archipiélago austral y sus recursos. En efecto, Londres pasó a incluir en la agenda sobre Malvinas la exploración y explotación de los recursos hidrocarburíferos, mineros y pesqueros. Este punto traía indirectamente aparejado el logro de una mayor autarquía de los isleños a pesar de que la resolución 31/49 de la Asamblea General de las Naciones Unidas pide a nuestro país y a Gran Bretaña negociar bilateralmente y no introducir modificaciones mientras las islas atraviesan el proceso de soberanía. A partir de los ’80, diversos informes científicos internacionales señalaban la importancia petrolífera de la cuenca de las islas Malvinas, asegurando que la reserva de hidrocarburos de nuestras islas multiplicaba por diez la del Mar del Norte.
La guerra de 1982 permitió a Londres consolidar otro argumento: el del derecho a la autodeterminación de los isleños. Sin embargo, esta tesis tampoco tuvo demasiado sustento ya que allí la población argentina originaria fue expulsada por Inglaterra en 1833 y suplantada por súbditos de la corona. Este razonamiento argentino encontró su más fuerte sostén jurídico y apoyo internacional en las resoluciones de las Naciones Unidas que sostienen que el principio de la autodeterminación es operativo en todos los territorios coloniales excepto las Malvinas. La guerra del ‘82 permitió a Londres aplicar la política de hechos consumados en materia pesquera y petrolera.
Con la incorporación de las Malvinas como territorio de ultramar de la Unión Europea notamos que otro cambio de estrategia está intentando ser plasmado. De esta forma, Malvinas pasa a tener la misma categoría que los territorios de Aruba, Antillas Holandesas, Polinesia Francesa, islas Caimán y Santa Elena, entre otros. De todos ellos, sólo las islas Malvinas subsisten hoy como sujeto a disputa de soberanía con otro Estado nacional. Con esta maniobra, Londres entra en un club de países que tienen esos territorios y frente a los cuales la comunidad internacional no tiene ningún reclamo. Es más, esas jurisdicciones no forman parte de aquellos territorios que están en el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas, como es el caso de las Malvinas. En mi opinión, el próximo paso de Londres será sacar el tema de Malvinas de dicho Comité.
Como consecuencia de todo esto, en los últimos años nuestro país ha venido reivindicando su posición histórica y aumentado la presión sobre el Reino Unido para que Londres abandone la postura que adoptó a partir de 1982: no hay nada más que discutir con nuestro país. Argentina debe seguir actuando sobre Londres enérgicamente sobre aquellos intereses que más afectan a los isleños: en el tema de la pesca, petróleo y vuelos a las islas. Solamente sentándose ambas partes a una mesa de negociación y solucionando el tema de la soberanía del archipiélago austral se eliminarían los infundados temores, recientemente manifestados, en Londres.
* Profesor de Política Exterior Argentina en la UBA, autor de La cuestión Malvinas en el marco del Bicentenario.
Por Gustavo Arballo *
Es responsabilidad de nuestra nación, a la par que articula sus reclamos de soberanía por Malvinas, plantear (y planear) con suficiente detalle de qué modo podría darse el encuadre institucional de este territorio. No se trata de un ejercicio de ficción, sino de una parte esencial de los argumentos que debemos presentar en su mejor luz a los isleños y a la comunidad internacional. En este proceso, necesariamente complejo, Argentina tiene una piedra de apoyo que cabe en una palabra: federalismo.
La singularidad de la cuestión Malvinas parece reclamar su encuadre como una nueva provincia y ese estatus daría –a la Argentina y a los malvinenses– una formidable gama de alternativas institucionales superadoras del obsoleto y disfuncional modelo colonial.
Para empezar, esa provincia tendría el derecho a tener una Constitución propia, en la que definirá su sistema de gobierno y su sistema de justicia, sin más que tres condiciones básicas: asegurar un sistema de justicia, la educación primaria y un régimen municipal (artículo 5 de la Constitución Nacional).
De hecho, las islas ya tienen su propia Constitución (la última versión es de 2009), que incluye una Legislatura de ocho miembros, una Justicia propia y una sección interesante de derechos que es totalmente congruente con la Constitución argentina: en los rasgos generales, bien podría ser la Constitución de cualquiera de nuestras provincias. Pero sería un salto de autonomía política local, y todo un detalle a favor del cambio, que los isleños ganaran la posibilidad, por ejemplo, de elegir su gobernador por voto popular: actualmente es digitado por la corona.
La incorporación del territorio malvinense a la República va a requerir, como cuando se incorporó la provincia de Buenos Aires a la Confederación después de la batalla de Pavón, un régimen constitucional especial para el nuevo territorio. Así lo presupone desde 1994 la Constitución argentina en su cláusula transitoria primera, cuando, a la par de reivindicar la soberanía, especifica el compromiso de respetar “el modo de vida de sus habitantes”. Esto implicará, desde luego, una provincia que pueda tener dos idiomas oficiales: nada demasiado raro en el ancho mundo del federalismo comparado, ni siquiera en nuestro país, donde Corrientes tiene como idioma oficial alternativo el guaraní. Consistentemente con ello, las cuestiones de toponimias se pueden resolver con el simple recurso de la doble denominación.
Yendo a detalles prácticos, bien se podría reconocer un régimen de nacionalidad ad hoc que les permita tener doble ciudadanía, transmitida por ius sanguinis, a los hijos de ciudadanos británicos residentes en las islas. Sigamos: no será una novedad un sistema bimonetario en un territorio local argentino, donde hasta hace una década las provincias tenían sus propias cuasimonedas. Por otro lado, dentro de la simbología, y como cualquier otra provincia argentina, Malvinas podría tener su propia bandera, elegida por sus autoridades. La bandera del Estado de Malvinas,
Al integrarse a la Nación Argentina podría tener, con nuestro sistema, nada menos que tres senadores y cinco diputados en el Congreso, para una población local de poco más de tres mil habitantes. Hoy, por supuesto, la población de las islas no tiene representación en el lejano Parlamento británico.
Un eventual acuerdo de incorporación podría otorgar a la nueva provincia el derecho de mantener potestades relevantes sobre su legislación civil. Hay que recordar que el régimen de un código “común” que establece el artículo 75, inciso 12, de la Constitución no es un dato definitorio de los sistemas federalistas, y que el modelo norteamericano ha manejado con notorio éxito una convivencia no traumática de un mosaico de sistemas legales.
Como todas las provincias argentinas, Malvinas tendría el dominio originario de los recursos naturales existentes en su territorio, y su gobierno podría celebrar tratados interprovinciales e internacionales con conocimiento del Congreso (artículo 124 de la Constitución). Tendría derecho a tener su propio sistema educativo y su policía local. Tendrá derecho a tener su zona franca (conforme al sistema de la ley nacional 24.431) y podría adjudicársele un área aduanera especial o admitir un sistema de promoción industrial que potencia sus potencialidades, porque si las Malvinas van a ser también nuestras islas nos interesa que se puedan desarrollar.
Algunas cláusulas jurídicas específicas podrían establecerse en el curso de una hoja de ruta que pueda articular una descolonización singular (por vía de hipótesis, el derecho de los órganos políticos isleños a decidir sobre la instalación de establecimientos de utilidad nacional, la admisión de la intervención federal como un evento sólo viable a requerimiento de esas autoridades locales, etc.) y plasmarse al máximo nivel legal, como cláusulas incorporadas a nuestra propia Constitución, para brindar garantías adicionales.
Varias de estas ideas se comprenderán con facilidad si se entiende que dentro de un sistema federal no siempre rigen las reglas one size fits all, y que puede haber territorios con reglas específicas y diferenciales, como de hecho ocurre con la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y su estatus de semiprovincia urbana.
No se trata de copiar la fórmula de Hong Kong (“un país, dos sistemas”) ni de crear un Estado Libre Asociado, sino de repensar la cuestión desde nuestra propia lógica, en clave federalista y encontrar las claves prácticas para destrabar los nudos atados por los conflictos y la ocupación. De pensar en alternativas que inescapablemente deberán ser contempladas y definidas con mucha paciencia, creatividad y responsabilidad en una mesa de acuerdos.
El camino hacia Malvinas, contraintuitivamente, tal vez no está en la persistencia de ver la cuestión como un asunto exclusivo de derecho internacional público; tal vez la salida del laberinto y el mejor camino para repensar y argumentar la cuestión desde la Argentina sea la de explicitar la enorme potencialidad y riqueza de nuestro derecho público provincial y municipal.
* Profesor de Derecho Público, Provincial y Municipal de la Universidad Nacional de La Pampa. Autor del blog saberderecho.com.
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