Lunes, 27 de febrero de 2012 | Hoy
EL PAíS › ESCENARIO
Por Santiago O’Donnell
Nos llega un e-mail de Wikileaks. Dice que me comunique por el canal habitual. No podemos contar cuál es ese canal porque unos días después de recibir el mail firmamos un acuerdo que, entre otras cosas, estipula: “Los periodistas, empleados, consultores y la infraestructura de SPP (la editorial que publica los Wikileaks) están sujetos a actividades de inteligencia estatal y privada y a bloqueos financieros de carácter político. Para proteger su capacidad para seguir publicando efectivamente, varios métodos, personas y locaciones deben permanecer confidenciales. A menos que se especifique lo contrario, éstas incluyen, pero no se limitan a: identificar detalles de toda la planta de empleados de SPP, sistemas o métodos de seguridad, locaciones, planes estratégicos, información de amenazas contra SPP, la cantidad de empleados que tiene SPP, cantidad de empleados de SPP en distintas áreas, nombres de usuarios, contraseñas, transporte, arreglos financieros incluyendo arreglos financieros para transporte”.
De muchas de estas cosas no tenemos ni idea, algunas sí, pero como firmamos no podemos contar mucho. Digamos, para hacernos los misteriosos y no faltar a la verdad, que nos ponemos en contacto por una vía encriptada. Dicen que nos están considerando para una “sociedad investigativa”, así hay que decirlo, según el acuerdo que firmamos. Una “sociedad investigativa” con otros diarios del mundo para divulgar más de cinco millones de correos electrónicos de la agencia de inteligencia global Stratfor.
Averiguamos un poco. Stratfor en realidad se llama Strategic Forecasting Inc, (Pronósticos Estratégicos Inc.) y fue fundada en 1996 por el texano George Friedman, que actualmente se mantiene como CEO de la compañía. Friedman es un politólogo hijo de refugiados húngaros sobrevivientes del Holocausto. Antes de fundar su servicio de inteligencia fue profesor en el Colegio de Guerra del Ejército de los Estados Unidos y en la Universidad Nacional de Defensa de ese país. La lista de clientes de Stratfor es secreta, pero se ha publicado que incluiría a la empresa Apple, a la Fuerza Aérea de Estados Unidos y al Departamento de Policía de la ciudad de Miami. También se ha escrito que numerosas empresas de la Fortune 500 aparecen como patrocinantes de sus conferencias y seminarios. (Los e-mails cedidos por Wikileaks revelarían días después que el Ministerio de Defensa de Brasil también contrató los servicios de la agencia de Friedman). La empresa de inteligencia ofrece dos productos básicos: un paquete hecho a medida para el cliente sobre ciertos temas que le interesan, o un paquete top con información sobre todo el mundo. Además hay expertos disponibles 24 horas de lunes a viernes para contestar preguntas y distintas oportunidades para enterarse de cosas.
A fines del año pasado Stratfor sufrió un muy publicitado y vergonzante hackeo, es decir, alguien copió los archivos de sus computadoras. Un representante del colectivo de hackers Anonymous se burló diciendo que no podía creer que una agencia supuestamente de inteligencia no hubiera encriptado los nombres de usuario y direcciones electrónicas de sus clientes.
El contacto nos adelanta que en una búsqueda preliminar aparecen diez mil correos electrónicos de Stratfor referidos a la Argentina, y una lista de medios de distintas partes del mundo que participan en el proyecto. Lo demás, bueno, tenemos libertad para escribir lo que queramos, nos mandan un texto sobre el bloqueo económico que sufren y nos piden que lo publiquemos, el material queda embargado hasta hoy, y otros detalles que no vienen al caso. Firmamos.
Lo que encontramos en los e-mails es cómo funciona una agencia de inteligencia internacional que opera en la Argentina. Qué busca. Cómo lo busca. Dónde hurga. Cuánto interés demuestran los clientes. Cuáles son los temas que interesan y cuáles no.
Cuando uno lee los e-mails desde el lugar sobre el que se escribe, la información que se maneja parece obvia y conocida, cuando no tendenciosa e incompleta. Pero para los empresarios y espías que reciben los mails en distintos rincones del mundo, ese cóctel de chismes, rumores, recortes de diarios y opiniones osadas que son los informes de inteligencia, tanto en Stratfor como en prácticamente todas las agencias de espionaje privadas y estatales del mundo, lo que se valora es el grado de confiabilidad de los autores del informe. Y los clientes de Stratfor confían mucho en sus informes porque los pagan carísimo. El chiste es que las multinacionales y las agencias de distintos gobiernos poderosos toman decisiones muy importantes basándose en estos informes que en apariencia son tan vacuos.
Más allá de las revelaciones que otros medios involucrados en esta “colaboración investigativa” puedan desenterrar de lugares mucho más significativos para el complejo militar industrial, como Irak y Afganistán, y de los grandes centros de conflicto para las finanzas internacionales, como Atenas y Beijing, lo cierto es que los mails muestran que los clientes de Stratfor no miran a la Argentina con demasiado interés. A tal punto que la mayoría de las opiniones o averiguaciones que aparecen en los textos parten de la iniciativa de los propios investigadores y no de pedidos de clientes, algo que ocurre con mucha más frecuencia, por ejemplo, en Brasil.
Con respecto a los temas del país que llamaron la atención de Stratfor, hay uno que coincide con la agenda periodística y es el de Malvinas. Otro que concita mucho interés para la agencia pero pasa bastante inadvertido en la Argentina es el impacto de la creciente relación comercial y la incipiente relación política y militar con China, tema que interesa y mucho, no sólo a nivel bilateral, sino con respecto a toda la región de América latina.
En cuanto a la mirada con respecto a los gobiernos de la Argentina y del resto de la región, Stratfor replica el modelo del Pentágono de analizarlo a través del prisma del antichavismo, midiendo en cuánto se parece cada gobierno al modelo bolivariano. En uno de esos análisis, la corresponsal local de Stratfor concluye que el kirchnerismo vendría a ser una variante existosa de chavismo.
El juego que propone Wikileaks es así: ellos nos vigilan y cuentan lo que hacemos en secreto, para que los poderosos decidan qué hacer con nosotros. Ahora nosotros vamos a vigilar lo que ellos decían de nosotros en secreto. Es un juego peligroso que sacude la frontera de lo que algunos todavía llaman periodismo.
La semana pasada, en una ofuscada nota editorial, Bill Keller, director ejecutivo de The New York Times, argumentó que la irrupción de Wikileaks había tenido cero impacto en el mundo periodístico y que su fundador, Julian Assange, estaba acabado. Sin embargo, Keller reconoció que últimamente se la pasa viajando por el mundo para hablar del tema, para aclararles a todos que nada cambió con Wikileaks. Es un juego peligroso. Sin darse cuenta casi, el director del diario más importante del mundo se convirtió en un opineitor serial de un fenómeno que para él no existe.
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