Lunes, 9 de julio de 2012 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Sigal *
Hace unos días el presidente uruguayo José “Pepe” Mujica nos lanzó un desafío a los mercosurianos: “hay que repensar el Mercosur”. Comparto plenamente esa afirmación, no sé si estamos pensando lo mismo. Creo que ha llegado la hora de discutir si el Protocolo de Asunción aprobado en 1991 es apto como base conceptual para el Mercosur del siglo XXI y si el protocolo de Ouro Preto es inamovible para pensar el funcionamiento del mismo. Estoy convencido de que ha llegado la hora de discutir estos instrumentos básicos y que es posible hacerlo sin el riesgo de que todo salte por los aires. Tenemos gobiernos, al menos en Brasil, Argentina, Venezuela y Uruguay, fuertemente convencidos de que no hay futuro sino mejoramos y profundizamos la integración regional. Convencidos como quizá nunca en períodos históricos anteriores.
Para que esto prospere hay que tener decisión política y luego romper los minúsculos grupos de poder burocrático de nuestros países que, con tal de defender sus cuotas de poder, se transforman en la máquina de impedir.
El Mercosur es hijo de los procesos de recuperación democrática de nuestros países en la década del ’80 del siglo pasado, pero su concreción se da en pleno florecimiento del Consenso de Washington y las ideas del neoliberalismo. Esa matriz es la que nos acompaña y perdura, esa matriz es la que hay que cambiar. Podríamos sintetizarla en la idea del Estado mínimo y el Dios mercado.
Mucho hemos hecho en lo que va de este siglo para ir cambiando los enfoques del neoliberalismo, pero permanentemente resurgen, incluso a veces de dirigentes de estos mismos procesos políticos que quieren terminar con esta lacra noventista. Por algo en los ’90 nos ganaron la batalla ideológica que hoy estamos revirtiendo.
Dentro de lo mucho que hicimos, quiero rescatar el esfuerzo por combinar un Mercosur intergubernamental con la participación ciudadana a través de los Consejos Consultivos de la Sociedad Civil y las Cumbres de los Pueblos que iniciamos en 2005 en Córdoba, una forma no contemplada en ningún protocolo pero que nos permitía superar el corset de los Foros de Consulta y Concertación Política que sí contempla la institucionalidad pero la limita a organizaciones de tercer grado, no pocas veces burocratizadas.
Quiero rescatar también el esfuerzo realizado por poner en el máximo nivel de preocupación el tema de integración productiva: se trata de desarrollar la complementariedad de nuestras economías, de preocuparnos por el desarrollo, la incorporación de valor agregado a nuestras materias primas creando empleos de calidad. Esto implicaba superar la visión sólo mercantilista de Mercosur y ponerlo de cara al desarrollo. Tampoco esto está en ningún protocolo, fue decisión política.
En esa misma dirección establecimos un fondo de convergencia estructural (Focem) no reembolsable de 100 millones de dólares por año para ayudar a las economías de menor desarrollo relativo. Es mucho dinero y viene creciendo con el aporte principal de Brasil y secundado por Argentina para beneficiar a Paraguay y Uruguay fundamentalmente. Este fondo implicó establecer el principio de solidaridad y también de responsabilidad de las economías mayores con las de menor desarrollo. Nada de esto está en los protocolos fundantes.
Ni que hablar del esfuerzo para que nuestras ciudadanías tengan participación en el proceso integracionista del Mercosur. Pensar un Parlamento del Mercosur con legisladores electos por el voto directo de nuestros pueblos fue un debate intenso, muy discutido por nuestras burocracias, que ven peligrar su poder de decisión si los pueblos votan a sus representantes. Se intentó, y en gran medida logró, recortarle poder al Parlamento Mercosur; vale igual el paso dado, aunque espero que en algún momento madure un salto de calidad en las atribuciones del mismo.
No quiero sobreabundar en esta nota, pero lo hecho en materia de políticas sociales, seguridad, migraciones, educación, salud, integración cultural, siendo seguramente insuficiente, siempre expresó una voluntad de superar el Mercosur mercantilista o, al decir del presidente Mujica, del Mercosur Fenicio.
En mi caso, valoro altamente el respaldo y la orientación que siempre tuve de parte de mis presidentes Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner para actuar y pensar un Mercosur que no se limite al statu quo, invalorable también fue el aporte del presidente Lula da Silva para que no nos estanquemos.
Dejo para otra nota la relación de complementación o competencia entre Mercosur y Unasur al que nos desafía también el presidente de Uruguay, no sin dejar para la reflexión que la estructura arancelaria y las políticas industriales de algunos países del Pacífico de América no son compatibles con las que realizamos en el Mercosur.
Estoy convencido de que las leyes no cambian la realidad, pero, si las ponemos a tono con los cambios, la facilitan y hoy es la hora de discutir y actualizar los tratados fundantes de Mercosur.
* Presidente de la Fundación Acción para la Comunidad; ex subsecretario de Integración Económica Americana y Mercosur.
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