EL PAíS › ESTABLECIDA LA AUTORIDAD, AHORA FALTA LA POLITICA
Voz de mando
El acto de autoridad ante el Ejército debe acompañarse con una política de Defensa definida con precisión en torno de objetivos nacionales. Llamar al orden a Brinzoni era una necesidad de supervivencia en la relación con un estamento que había excedido los límites admisibles. Tanto o más importante es enmendar las conductas que permitieron esa injerencia, por falta de conducción política. Es bueno actuar sobre los efectos intolerables, pero para que no se repitan es mejor operar sobre las causas.
Por Horacio Verbitsky
El acto de autoridad del presidente Néstor Kirchner ante las Fuerzas Armadas debe acompañarse con una política de Defensa definida con precisión en torno de objetivos nacionales. Llamar al orden al desbocado ex Jefe de Estado Mayor del Ejército Ricardo Brinzoni y la cúpula politiquera que lo acompañó era una necesidad de supervivencia en la relación con un estamento que había excedido los límites admisibles. Tanto o más importante es impedir la reproducción de las conductas que bajo los gobiernos de Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde permitieron esa intromisión por falta de conducción política. Es saludable actuar sobre los efectos cuando se vuelven intolerables, pero más sabio es operar sobre las causas para que el fenómeno no se reproduzca.
Se equivoca Rosendo Fraga cuando afirma que en los días calientes del verano de 2001 “nadie se planteó qué pensaban los militares ni qué actitud adoptarían” porque “se dio por descontada su plena subordinación al poder civil”. Por el contrario, los temores de aquel momento y los pasos que se dieron para conjurarlos explican el flojo comienzo de Pampuro en el gobierno de Kir-
chner. El senador Eduardo Duhalde designó ministro de Defensa a Horacio Jaunarena, a pedido de su aliado Raúl Alfonsín. Como no confiaba en él, comisionó a Pampuro para sondear el estado de ánimo de los cuarteles y entretenerlos con tareas de asistencia social. Es entendible su dificultad para cambiar su rol en aquel gobierno, débil por lo precario de su legitimidad y por la magnitud de la crisis económica, social y política, por el que le compete en el de Kirchner, legítimo por su origen, beneficiario de una benevolente expectativa social e instalado cuando quedó atrás lo peor de la crisis. Pampuro fue vocero de la corporación ante el poder político, como antes lo había sido Jaunarena. Pero ahora debe ser su conductor. La diferencia entre ambos ministros es que Jaunarena nunca tuvo un presidente que le marcara la línea a seguir, por lo cual los militares lo sometieron sin dificultad.
Lágrimas y temblores
Kirchner apuró el relevo de Brinzoni y asumió como tarea personal el discurso por el Día del Ejército. Aun así, Brinzoni pronunció su último mensaje no entre cuatro paredes sino en la calle a cien metros de la Casa Rosada. Pampuro lo escuchó impasible decir que bajo su conducción el Ejército había respetado las instituciones y la ley y que con su inexplicado retiro regresaba la “intriga política sobre los cuarteles”. La mano enguantada le temblaba al hacer el saludo militar con los ojos entrecerrados y las mujeres de su familia lagrimeaban. Al concluir esa arenga encaró a Pampuro y le dijo con un tono aún más provocativo:
–Ministro, ahora mándeme 45 días arrestado a la isla Martín García. Ya verá que vuelvo como Perón.
–General, me parece que usted se ha vuelto completamente loco –se limitó a responderle Pampuro.
Juego de roles
En lugar de victimizarlo, como Brinzoni buscaba, Kirchner lo puso en su lugar en presencia de todos sus camaradas, a quienes les dijo que cada uno debía cumplir el rol que le fijan la Constitución y las leyes. Recordó que el suyo es el de Comandante en Jefe de todas las Fuerzas Armadas de la Nación, que se lo había conferido el pueblo, que lo cumpliría en forma acabada, que los militares están bajo su mando, de modo que no les corresponde pedir explicaciones ni analizar las conductas del poder político. “Sorprende que después de lo que ha vivido nuestra patria se le pida a la sociedad o se pretenda agradecimiento por respetar la Constitución. La democracia no se ratifica por discursos, sino por conductas”, dijo. También dejó en claro que “los niveles de decisión, organización y comando estratégico” de la defensa nacional están “en manos de civiles” y que a los militares sólo les competen “la estrategia operacional conjunta, el entrenamiento y las tácticas”. A diferencia del discurso clásico del Estado Mayor, que reivindica una presunta continuidad del Ejército a lo largo de toda su historia, Kirchner se refirió a los principios sanmartinianos, a los guerreros de la Independencia y a los combatientes en las islas Malvinas. Omitió en cambio a los golpistas del siglo pasado y a los secuestradores, torturadores y asesinos de la última dictadura.
También repitió que quería un Ejército “altamente profesionalizado, prestigiado por el cumplimiento de su rol y por sobre todo, comprometido con el futuro y no con el pasado”. Al dirigirse al palco, Kir-
chner abrazó en forma efusiva al encumbrado ex jefe del Estado Mayor del Ejército Martín Balza, e ignoró al pequeño Brinzoni, que se hundió en su silla. Balza influyó en forma discreta para que no pasaran a retiro los generales de la promoción 99, la misma de Bendini, y para que uno de ellos, Mario Chretien, ocupara la subjefatura del Estado Mayor. Chretien fue su asistente personal y su principal colaborador en la redacción del discurso de abril de 1995 en el que el Ejército reconoció por primera vez los crímenes de la dictadura y postuló la desobediencia debida a las órdenes ilegales o inmorales. Entre 1976 y 1983, Chretien estuvo destinado en el Colegio Militar de la Nación, el Regimiento de Infantería 16 y la Escuela Superior de Guerra. En 2001, en el juicio por la verdad en Mendoza, declaró como testigo que nunca conoció la existencia de actividades ilegales, centros clandestinos de detención o personas desaparecidas. Tampoco vio elementos de tortura, ni supo que se hubieran ordenado interrogatorios bajo tortura (sic).
Multilateralismo
Kirchner también dijo que la defensa nacional constituye una política de Estado, inseparable de la política exterior. Al referirse a los cambios operados en la política mundial que requieren “actualización en el orden local” mencionó la necesidad de fortalecer “el multilateralismo hoy debilitado” y “las relaciones en la región”. Esto alinea a la Argentina con las posiciones de Brasil, Chile, México y Europa, que no comparten la política imperial de Estados Unidos tal como se manifestó en la guerra de Irak. Esos conceptos son coherentes con los del denominado Consenso de Cusco, que los presidentes latinoamericanos del Grupo de Río firmaron este mes en el Perú. Su punto 7 dice que frente a la inestable situación internacional resulta indispensable que el Grupo “despliegue su capacidad de articulación a fin de influir en el fortalecimiento del sistema multilateral basado en el derecho internacional y en la carta de las Naciones Unidas, especialmente para lograr por medios pacíficos el arreglo de controversias”. El punto 8 propone la reestructuración del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, para reafirmar su papel y legitimidad como “el órgano con la responsabilidad primordial de mantener la paz y la seguridad internacionales”.
Nuevas amenazas
Kirchner también habló de “la aparición de nuevas amenazas a la paz mundial como el terrorismo internacional”, que deberían dar lugar a “nuevas hipótesis de conflicto, alejándolas de las rivalidades regionales y vecinales que ocuparon buena parte del siglo pasado”. El discurso de las nuevas amenazas fue elaborado por el Comando Sur del Ejército de los Estados Unidos y su introducción en la Argentina fue obra de Brinzoni, quien consiguió incluirlo en el primer mensaje del ex ministro de Defensa Ricardo López Murphy. Según López Murphy esas nuevas amenazas serían “el terrorismo internacional, la pobreza extrema, la superpoblación y migraciones masivas, el narcotráfico, la degradación del medio ambiente, el tráfico ilegal de armas, el fundamentalismo religioso y las luchas étnicas y raciales”. Contra ellas, el poder militar debería “asumir nuevos roles y compromisos en el orden nacional como internacional”.
La diferencia entre este catálogo importado y las palabras de Kir-
chner es tan ostensible como la tentativa de los eternos asesores del Estado Mayor por hacerlo derivar en la dirección señalada desde Miami. En su reciente libro The Mission. Waging War and Keeping Peace with America’s Military, la periodista del Washington Post Dana Priest describe cómo en la última década el establishment militar de su país desplazó a la Secretaría de Estado en la formulación y ejecución de la política exterior estadounidense. Esto se hizo evidente en forma dramática a partir del 11 de setiembre de 2001, cuando el ministro de Defensa Donald Rumsfeld subordinó en la toma de decisiones al canciller Colin L. Powell. Según Lawrence J. Korb, del Council of Foreign Relations, esto ocurre “justo cuando los políticos en los poderes Ejecutivo y Legislativo, los medios de comunicación y el público en general entienden cada vez menos sobre las Fuerzas Armadas”. Luego de viajar por veinte países durante un año y medio, Priest concluyó que los jefes de los Comandos Sur, Europa, Central y del Pacífico reinan como procónsules. No sólo fijan la política sino que además disponen de los recursos materiales para aplicarla, mientras la cancillería languidece. Si esto puede ocurrir en un país donde nunca hubo un golpe militar y que se enorgullece de su bicentenario sistema de controles y contrapesos entre los distintos poderes, es imposible exagerar el riesgo de que el mismo esquema se reproduzca aquí. Con un agravante: el estamento castrense local carece de pensamiento propio y se limita a traducir lo que se produce en el Norte. Y a veces ni siquiera traduce. En los mapas que acompañan los informes de inteligencia del Estado Mayor Conjunto sobre los efectos aquí de la situación en Colombia, Brasil se escribe con Z y las fronteras se llaman international boundaries. No es de extrañar que Mugnolo, responsable de esa barbaridad, insistiera al despedirse en presionar por la modificación de las leyes que prohíben la actuación militar en seguridad interior. Esa actitud es otro argumento en favor de la decisión presidencial de jubilar a esa cúpula ciega, sorda y locuaz.
Ejercicios
Las fuerzas especiales estadounidenses operan “en forma abierta o discreta en 125 países”, en misiones de entrenamiento, mantenimiento de la paz, operaciones encubiertas o acciones de combate, sostiene Dana Priest. Uno de ellos es la Argentina. En sus últimas horas de gobierno, Duhalde remitió al Congreso el pedido de autorización para el ingreso de tropas estadounidenses que debían participar en un operativo aéreo en Mendoza. La Comisión de Defensa de la Cámara de Diputados, presidida por Jorge Villaverde devolvió el decreto al Poder Ejecutivo porque descubrió un error: mencionaba que las ejercitaciones se desarrollarían en junio, cuando la fecha prevista es octubre. Ahora queda en manos de Kirchner decidir si insistirá o no en la solicitud. El Congreso ya había rechazado a fines del año pasado una solicitud similar, pese a la presión ejercida durante su primera visita a la Argentina por el nuevo jefe del Comando Sur, el general tejano Charles Hill. En sus reuniones con las viejas cúpulas y con Jaunarena, Hill explicó que las prioridades de su proconsulado serían Colombia y el terrorismo. Los estadounidense reclaman para sus militares el trato reservado al personal diplomático, de modo de asegurarles inmunidad contra cualquier reclamo del tribunal penal internacional de Roma (CPI), al que la Argentina
adhirió y cuyo fiscal es el abogado porteño Luis Moreno Ocampo.
Este mes debería haber sesionado en México la Conferencia Especial sobre Seguridad de la OEA, que se postergó hasta octubre. Esto dará tiempo al nuevo gobierno para organizar mejor la defensa de su posición. El punto 9 del Consenso de Cusco del Grupo de Río establece que la declaración política que se firme en México deberá reconocer en forma explícita un “enfoque multidimensional de la seguridad, derivado de la diversidad que caracteriza a los países de la región”. En él, deberían acogerse “todas las preocupaciones y amenazas a la seguridad como igualmente válidas, teniendo en cuenta la importancia diferenciada que ellas revisten para cada uno de nuestros Estados”. Este enfoque no coincide con el unilateralismo de Estados Unidos, que prefiere que todos adopten definiciones simples y uniformes e inspiradas por los intereses de Washington. En vistas a la previsible confrontación de posiciones, no pudo haber política más razonable que la liquidación de la quinta columna asentada en los Estados Mayores.