Jueves, 14 de marzo de 2013 | Hoy
EL PAíS › EUTANASIA, ABORTO Y MATRIMONIO IGUALITARIO ESTUVIERON EN LA MIRA DEL EX ARZOBISPO PORTEñO
Bergoglio construyó sus discursos de la última década en homilías y virulentos comunicados eclesiales contra los temas que mayor debate de cambio social habían desatado. Sufrió una tremenda frustración cuando fue aprobada la ley del matrimonio igualitario.
Por Soledad Vallejos
La eutanasia como “terrorismo demográfico”, el matrimonio igualitario como ardid malicioso para subvertir “el plan de Dios”, el aborto –aun el no punible– como eje de la “cultura de la muerte”. En la última década, cada vez que en el aire se agitaba el debate por la protección legal de más derechos, el ex arzobispo porteño Jorge Bergoglio se despachó con homilías y comunicados virulentos para oponerse. Aprovechó, para ello, fechas clave, que solían coincidir: el Día del Niño por Nacer, la celebración de Corpus Christi, la de San Ramón Nonato, la procesión a Luján. La ocasión hizo al orador cada vez, con el trasfondo de un enojo básico porque la legislación educativa “prescinde de Dios”, y la convicción de que al poder político tanto se le podía hablar desde el púlpito, como conminarlo a visitar el despacho propio (el caso de Mauricio Macri, durante el debate por la nueva ley de matrimonio) o demostrar capacidad de lobby aliándose con el integrismo para volcar feligresía en las calles.
Su cruzada más esmerada fue, también, la de su derrota más notable. Entre fines de 2009 y gran parte de 2010, el debate por la ley de matrimonio igualitario encontró a un Bergoglio aguerrido. Puso las oraciones en el cielo hacia diciembre de 2009, cuando la Justicia porteña autorizó por primera vez que una pareja de varones se casara en el Registro Civil. El gobierno porteño, que había advertido que no cedería a las presiones eclesiásticas ni de grupos laicos afines, finalmente cedió por omisión; Alex Freyre y José María Di Bello debieron casarse en Tierra del Fuego. Pero entonces comenzó 2010: la jueza Elena Liberatori autorizó a otra pareja de varones. El gobierno porteño desistió de apelar, a pesar de que Bergoglio emitió un comunicado exigiéndole apelar, porque “desde épocas ancestrales el matrimonio se entiende como la unión entre el varón y la mujer, su reafirmación no implica discriminación alguna”. Bergoglio presionó tanto que forzó a Macri a asistir a su despacho; de todos modos, a principios de marzo Jorge Bernath y Damián Salazar se casaron.
Con el correr de los meses y el avance de la ley en el Congreso, el cardenal subió la apuesta. “No seamos ingenuos: no se trata de una simple lucha política; es la pretensión destructiva al plan de Dios”, escribió en una carta a los cuatro monasterios de carmelitas de Buenos Aires. El impulso al matrimonio igualitario era “una ‘movida’ del padre de la mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios”. Casi tres semanas después de enviada esa carta, los senadores debían dar la media sanción que faltaba; por ello pedía a las religiosas: “clamen al Señor” para que los legisladores no voten “movidos por el error o por situaciones de coyuntura sino según lo que la ley natural y la ley de Dios les señala”. Su apuesta más fuerte fue en los días inmediatamente anteriores al 14 de julio: ordenó que en las misas del domingo 11, desde los púlpitos, los sacerdotes convocaran a la “Marcha naranja” que el día anterior a la sesión se realizaría ante el Congreso. El evento era organizado, además, por un español, supernumerario del Opus Dei, llegado a la Argentina para la ocasión. Días después, se aprobaba la ley.
Tradiciones
A fuerza de repetición, Jorge Bergoglio volvió tradición dos momentos del año para sentar y reforzar lineamientos de la retórica antiaborto legal: el Día del Niño por Nacer (25 de marzo) y el de San Ramón Nonato (31 de agosto). En la primera de las fechas, este año será el primero en que, por su nuevo cargo, el jesuita faltará a su ya habitual homilía de “Un rosario por la vida”. En la segunda, celebrada el último día de agosto, Bergoglio solía fortalecer aún más sus ideas sobre derechos reproductivos. Su definición de “optar por la vida” nunca privilegió los derechos de las mujeres ni admitió la posibilidad del aborto no punible.
En 2007, el entonces cardenal hasta supo enlazar la actualidad policial más candente con su doctrina. La investigación por el asesinato de Nora Dalmasso se concentraba sobre su hijo. Bergoglio dijo: “Usted se asusta de eso, pero tenemos miles de madres que matan a sus hijos”. Agregó, para más Inri: “Hay miles de madres que matan a sus hijos. Descuiden, que dentro de unos años van a aprobar la libertad de los hijos de matar a sus padres”. En 2011, declarado por Benedicto XVI como “Año de la vida”, en una catedral algo poblada y ante fieles como el ex juez Hernán Bernasconi, la periodista Alicia Barrios y muchachos levantiscos identificados con el grupo de Cristo Rey, Bergoglio se lamentó por “esta anestesia que nos presenta esta civilización decadente” con sus “valores trastocados”. En cuestión de meses, el Congreso aprobaría la ley de matrimonio igualitario y el debate estaba en el aire; tan electrizado estaba el ambiente que aun la despenalización del aborto no parecía lejana. El arzobispo se angustiaba por la “gravedad moral y jurídica” de un posible debate sobre el aborto, dijo que la Virgen María “acompañó la vida que acababa de concebir”; que Jesús “nació sin ninguna comodidad, en situación de calle”. Que “si no amamos, caemos en el egoísmo y uno se enrosca en sí mismo, en acariciarse a sí mismo”.
El año pasado, cuando Macri se aprestaba a reglamentar el decreto sobre atención de abortos no punibles, tal como la Corte había mandado, Bergoglio no dudó: era “lamentable”. El aborto “nunca es la solución”, sentenció, y distorsionó los datos legales hasta asegurar que la reglamentación “amplía la despenalización del aborto cediendo a la presión del fallo de la Corte Suprema de la Nación”.
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